Urnas en la cabeza

El mismo fenómeno puede suscitar interpretaciones opuestas, pero el tribunal tiene suficientes elementos para saber quien está diciendo la verdad

Captura de la señal institucional del Supremo durante la jornada del 16 de abril EFE
Pedro García Cuartango

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En un determinado momento del interrogatorio, la fiscal Consuelo Madrigal interrumpe a la abogada Marina Roig con estas palabras: «Parece que aquí se está juzgando a los policías que actuaban para cumplir una orden judicial».

Y efectivamente eso es lo que parecía porque los defensores se esforzaron ayer en socavar la credibilidad de los agentes. Uno de ellos contó que en un colegio electoral de Tarragona los concentrados les arrebataron una urna y golpearon con ella en la cabeza a un policía nacional. He aquí el diálogo entre Marina Roig y el testigo:

-¿Recuerda si gritaban democracia?

-Sí, y también hijos de puta, asesinos, fascistas...

-¿Se produjo un griterío porque los agentes pisaban a la gente?

-No, el griterío se produjo porque los agentes querían zafarse de los que estaban allí.

Un intercambio dialéctico que sirvió para evidenciar cómo el mismo suceso puede dar lugar a interpretaciones opuestas. Para los abogados, la urna no fue a la cabeza sino la cabeza a la urna que, al parecer, sufrió graves daños.

En otro momento surrealista de la sesión, el abogado Homs le pregunta a otro policía si conocía lo que establece la Convención de la ONU sobre protección a discapacitados. Marchena le cortó en seco. Y Van den Eynde interrogó sin éxito a un agente sobre si vio a sus compañeros tirar del pelo a unas mujeres y retorcer sus extremidades.

La semana pasada, los abogados recurrieron a la ironía para desacreditar a los miembros de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Ayer quisieron emular a Groucho Marx en «Sopa de ganso» cuando exige que se declare la guerra porque ha pagado dos meses de alquiler del campo de batalla.

Otro de los trucos de los defensores fue pretender mostrar contradicciones entre las declaraciones de los agentes y los atestados policiales, una estrategia que tampoco funcionó porque Marchena les advirtió de nuevo que los testigos están allí para relatar lo que vieron.

La sesión de ayer en el Supremo me recordó «Rashomon», la película de Kurosawa, en la que cuatro personas que han presenciado un crimen mantienen versiones incompatibles. La obra del cineasta japonés no sólo se ha convertido en un clásico sino que además dio lugar al llamado «efecto Rashomon», por el que se constata que el mismo fenómeno puede ser evocado de formas distintas y contradictorias.

El filme de Kurosawa es una reflexión sobre la verdad y la apariencia de las cosas, que no siempre coinciden. Eso lo saben muy bien los abogados de los líderes independentistas, que en todo momento pretenden demostrar que los agentes actuaron con una violencia gratuita sobre los pacíficos ciudadanos que habían ido a votar.

Su problema es que resulta muy difícil de creer que un centenar de testigos se haya puesto de acuerdo para inventarse el clima de odio y agresividad que ha quedado reflejado en el juicio. ¿Urnas en la cabeza o cabezas en la urna? El tribunal decidirá.

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