Urdangarín durante el juicio
Urdangarín durante el juicio - EFE

Silogismos aristotélicos en el caso Nóos

Diego Torres e Iñaki Urdangarín han optado por hacer continuas referencias a la supuesta supervisión previa de la Casa del Rey

Palma de Mallorca Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La querencia de Diego Torres y de Iñaki Urdangarín por la Grecia clásica es lo único que hasta el momento parece más o menos demostrado en este juicio. Ese amor por la Antigüedad había quedado ya patente en las denominaciones de cuatro de las empresas que ambos crearon, el Instituto Nóos, Nóos Consultoría Estratégica, Aizoon y la Fundación Areté, todos ellos términos procedentes del griego antiguo. Si quisiéramos traducir hoy al castellano el nombre de dichas empresas, las denominaciones pasarían a ser entonces, con unas pequeñas licencias poético-etimológicas, el Instituto Intuición, Intuición Consultoría Estratégica, Siempre Viviente y la Fundación Virtud. Con la perspectiva que siempre da el tiempo y a veces también la justicia, juzguen ustedes mismos la oportunidad o inoportunidad de tales nombres.

Han sido también ambos exsocios los que, a su manera, han introducido la lógica aristotélica en este juicio. Esa misma lógica que estudiábamos en las clases de Filosofía del antiguo Bachillerato, cuando aún no habían desaparecido ni lo uno ni lo otro. Fue en aquellos años estudiantiles cuando descubrimos los silogismos, que constaban siempre de dos premisas y una conclusión. Las argumentaciones autoexculpatorias ofrecidas por Torres y por Urdangarín hasta este momento han parecido claramente deudoras de aquellos silogismos aristotélicos. Premisa primera: «La Casa del Rey supervisaba todo lo que hacíamos». Premisa segunda: «Nosotros creíamos que lo hacíamos todo bien». Conclusión: «La Casa del Rey nos habría advertido en caso de que hubiéramos hecho algo mal».

Es poco probable que Aristóteles o mi buen profesor de Filosofía hubieran dado por bueno dicho silogismo, entre otras razones porque las dos premisas tienen algo de truco. La Casa del Rey no vio nunca, por ejemplo, todas las facturas que se cruzaron a lo largo de los años las distintas sociedades del entramado de Nóos, con independencia de que en el juicio finalmente se demuestre o no su legalidad. Y aún podríamos poner algunos ejemplos más en esa misma línea. Con ese modo de proceder, si Torres y Urdangarín hubieran presentado sus proyectos conjuntos no a la Casa del Rey, sino al Papa Francisco o al presidente Barack Obama, seguramente habrían utilizado también idénticos silogismos autoexculpatorios, por lo que ahora tendríamos, además, un conflicto diplomático con el Vaticano y otro con Estados Unidos.

Hay que reconocer, no obstante, que siempre ha existido una diferencia de estilo entre Torres y Urdangarín en este punto. En el caso de Torres, estuviera hablando de lo que estuviera hablando durante su comparecencia de casi 30 horas ante el tribunal, siempre encontraba un momento para hacer un pequeño excurso y decir: «Ah, por cierto, que la Casa del Rey supervisaba todo lo que hacíamos». En el caso de Urdangarín, en cambio, sólo ha hablado de esa cuestión cuando se le ha preguntado explícitamente sobre ella.

Mi buen profesor de Filosofía no sólo nos habló en aquellos años juveniles de Sócrates, Platón y Aristóteles, sino también de las tres grandes escuelas helenísticas de la Antigüedad, el epicureísmo, el escepticismo y el estoicismo, que de algún modo siguen estando todavía vigentes aún hoy. Pensando ahora en Torres y en Urdangarín, es posible que antes del inicio de las investigaciones del caso Nóos ambos fuesen unos buenos seguidores de la primera escuela. Con posterioridad, durante la fase de instrucción, seguramente pasaron del epicureísmo al escepticismo con una cierta celeridad. Una vez empezado ya este juicio, Torres y Urdangarín parecen asentados definitivamente, junto con el resto de acusados, en la última escuela, a medio camino entre una tranquila resignación y un sereno estoicismo.

Ver los comentarios