Balance de un mandato

Quim Torra, un presidente inhabilitado esclavo del simbolismo y la pulsión identitaria

Torra ha hecho «ayunos» y marchas, pero se le recordará por su prosa racista

Miquel Vera y Jesús Hierro

Si algo ha definido el paso de Torra por la Presidencia de la Generalitat de Cataluña ha sido su desidia para desempeñar un cargo para el que nadie lo votó. Este activista y exeditor ocupaba el puesto número once de la lista de Junts per Catalunya (JpC) por Barcelona en las elecciones autonómicas de 2017. Era un total desconocido incluso para el electorado posconvergente hasta que el fugado Puigdemont lo catapultó a la Generalitat.

Pese a haber presidido fugazmente Òmnium (una de las principales entidades secesionistas), lo que llevó a Torra a la Presidencia fue la certeza de Puigdemont de que su sucesor nunca le haría sombra. «Yo hoy no debería estar aquí. Aquí debería estar el presidente legítimo», proclamó en su acto de investidura tras lograr los votos de ERC y la CUP. En definitiva, Torra implícitamente se reconocía desde el primer momento como un presidente ilegítimo e interino.

Artículos xenófobos

Los hechos han demostrado que nunca llegó a quitarse el uniforme de activista. Y que nunca tuvo talla para vestir ni tan siquiera el traje de presidente que Puigdemont le hizo a medida. A su escaso interés por gestionar lo que él peyorativamente califica de «autonomía catalana», le ha sumado su obsesión historicista, identitaria y simbólica. La hemeroteca y Twitter no perdonan, y ya a las pocas horas de ser investido comenzaron a circular por las redes una serie de polémicos artículos que Torra escribió antes de saltar a la política. Calificaba a los castellanohablantes de Cataluña como «bestias con forma humana», que, según él, odiaban «la catalanidad» por un «bache» en su ADN.

«Apretad», pidió a los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR) en el primer aniversario del 1-O. Y los convocantes de los disturbios más violentos que los Mossos recuerdan no defraudaron tras conocerse la sentencia del «procés». «Alguno de mis hijos vota a la CUP y mi hija está en un CDR. Mi familia está muy comprometida con el país», explicó en una entrevista en TV3. Es el concepto de país de quien nunca quiso ejercer de presidente de todos los catalanes.

No solo sus declaraciones sino también su agenda, más propia de una comisión de coros y danzas separatista que de un «president» , definen al personaje. Además de su presencia constante en ferias gastronómicas de productos locales, Torra no perdona tampoco las convocatorias de la Asamblea Nacional Catalana (ANC ). No dudó en participar de los «ayunos colectivos» que en 2018 impulsó el nacionalismo en solidaridad con la breve huelga de hambre de los líderes presos de la órbita neoconvergente. Tras la sentencia del «procés» también se sumó a las «marchas por la libertad» que bloqueaban carreteras catalanas mientras las calles de Barcelona ardían.

Torra da por amortizada una legislatura que se ha pasado a caballo entre las prisiones (ha ido 30 veces a visitar a los presos en 21 meses, como destapó ABC), y Waterloo, para rendir cuentas ante su mentor. El abogado Javier Melero bromeaba en su libro el «El Encargo» –sobre el juicio del «procés»– con que Torra parecía recién salido de «la bodega de un avión». Si el destino del metafórico vuelo del «president» fuese Bruselas no causaría la menor de las sorpresas. Agoniza ahora un mandato que, si bien ha tenido en Lledoners y en Waterloo sus ejes geográficos, encontró en las butifarradas y en el vacuo simbolismo su acción de gobierno. Las primeras no tendrán más consecuencias para él que las flatulencias que, en un chiste de gusto dudoso, dijo que podía sufrir al declarar en el TSJC tras comerse un plato de butifarra y judías.

El efecto secundario de su gesticulación será, sin embargo, la estocada a una estéril legislatura. Solo es cuestión de tiempo que la reciente condena por desobediencia le aparte del cargo. Torra vendió a los suyos como desafío lo que no era más que una simple «performance»: remolonear antes de retirar una pancarta partidista que acabaría descolgando. Sin obra de gobierno para presumir, Torra tal vez buscó conscientemente que los «tribunales españoles» le ayuden a pasar a la historia como un patriota. En definitiva, que se acuerde de él alguien más que los CDR y el subvencionado Institut Nova Història; ese que considera a Calderón y Leonardo da Vinci catalanes de pura cepa.

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