Crónica desde la sala

Una vela a Dios y otra al diablo

Trapero fue construyendo una coartada que le permitiera justificarse tanto si ganaban unos como otros

Josep Lluís Trapero Efe
Pedro García Cuartango

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Dicen las malas lenguas que los magistrados de la Audiencia Nacional maldicen cuando se ven obligados a desplazarse al remoto y destartalado polígono industrial al que se llega sorteando camiones y naves abandonadas. Ayer volvió a soplar un viento helado que, al final de la sesión, se transformó en una lluvia pertinaz que calaba hasta los huesos.

Fue una mañana larga y aburrida, con preguntas reiterativas del fiscal que intentaba poner en aprietos a Trapero . Pero el jefe de los Mossos no se apartó ni un milímetro de su papel: el de esforzado y devoto servidor del orden constitucional y de la legalidad.

«Que no se pueda, no significa que no se quiera», sentenció el acusado, que recurrió a todo el repertorio de frases hechas y proverbios para reforzar su argumentación de que él hizo todo lo posible para evitar la consulta.

El momento de clímax de la jornada se produjo unos minutos antes de su conclusión cuando el fiscal Carballo le preguntó sobre si había un plan para detener a Puigdemont , Junqueras y los líderes del «procés» tras la declaración unilateral de independencia.

El jefe de los Mossos, que estuvo a punto de perder su autocontrol, afirmó que sí que lo había y se refirió a un correo electrónico que obra en el sumario en el que ordena a Ferran López , su número dos, que prepare un plan para detener a los cabecillas insurrectos. El fiscal insistió en que aportara un documento que probara la existencia de ese plan y Trapero reiteró que en ese correo figuraban los detalles de la operación.

Previamente, el fiscal había intentado demostrar que Trapero estaba al tanto del calendario del Govern para llevar a cabo la consulta y que las comunicaciones internas del departamento corroboran que los Mossos actuaron con absoluta pasividad. El inculpado se zafó con habilidad de esas acusaciones y narró una serie de episodios en los que se enfrentó a sus superiores, subrayando que rehusó apoyar una querella de la consejería de Interior contra la Fiscalía y que negó a sus jefes políticos información que estaba bajo secreto sumarial.

¿Fue Trapero ese leal defensor de la ley y las órdenes judiciales que asegura ser o hizo lo posible para que los independentistas pudieran celebrar la consulta? La respuesta no es fácil porque el jefe de los Mossos puso una vela a Dios y otra, al diablo. Consciente del complicado dilema que se le presentaba en aquellas semanas, Trapero construyó una coartada que podía ser utilizada a su favor tanto si ganaban unos como otros.

Dejó suficientes rastros verbales y por escrito para que se pudiera interpretar que había sido un obediente ejecutor de los mandatos del fiscal y de la jueza, pero mantuvo a la vez una pasividad ante el desafío independentista que le permitía ser considerado como uno de los suyos. Dicho con otras palabras, jugó a los dos bandos sin significarse claramente por ninguno de ellos. Era la mejor estrategia para salvar su cabeza.

En términos filosóficos, Trapero actuó con una ambigüedad moral que permitía interpretar sus acciones en diferente sentido si el desenlace era uno u otro. Jean Paul Sartre abordó magistralmente el problema de la anfibología de las conductas, que siempre pueden ser relativizadas en función de las circunstancias.

En «Las manos sucias» , una de sus obras de teatro, Hugo asesina a un dirigente por orden del partido, que le encomienda la ejecución por haber pactado con las fuerzas de la burguesía. El joven militante se convierte en un apestado al salir de la cárcel porque la línea política ha cambiado y en ese momento el partido ha decidido que le conviene trabajar junto a esa burguesía de la que antes renegaba.

El drama de Hugo reside en que lo que era bueno y conveniente desde el punto de vista moral pasa a ser malo y reprobable porque han cambiado las circunstancias. Trapero era consciente de este riesgo de que sus actos fueran juzgados en función de la lógica del vencedor y decidió jugar sobre seguro. A diferencia de Hugo, apostó por una ambigüedad moral que le permitiera sobrevivir fuera cual fuera el desenlace.

Por eso, resulta tan difícil juzgar si sus intenciones eran una coartada para encubrir la inanidad de sus acciones, si era sincero cuando expresaba su obediencia a la Justicia y, en suma, si es inocente o culpable.

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