El presidente de la Generalitat, Artur Mas
El presidente de la Generalitat, Artur Mas - efe

Las izquierdas se preparan para tomar el poder tras el 27-S

El proceso soberanista de Mas se ha ido «descafeinando», lo cual le ha permitido al resto de partidos acortar distancias

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La CUP está preparando el terreno para tejer un gobierno de izquierdas para después de las elecciones del próximo 27 de septiembre. Esta alianza estaría integrada por la propia CUP, por los independientes y los miembros de ERC de la candidatura de Junts pel Sí, por el PSC y por Podemos. Su presidente de la Generalitat sería Raül Romeva, el cabeza de lista de la candidatura unitaria de Esquerra y Convergència. Los dos ejes programáticos fundamentales de este entendimiento serían un nuevo encaje político de Cataluña en España y la política social.

Como el primer tripartito —el de Maragall—, el eventual nuevo Govern quedaría a la espera de que también una alianza de las izquierdas tomara el poder en España, tras las elecciones generales previstas para diciembre, y promoviera una reforma de la Constitución quereconociera la singularidad de Cataluña y celebrara el correspondiente referendo para sancionarla.

De ahí que Pedro Sánchez, muy en la línea de lo que en su día hizo Zapatero, se haya definido como catalanista.

Este movimiento supondría la jubilación de Mas y que Convergència quedara en la oposición, con la incomodidad de compartir banquillo con el Partido Popular y Ciudadanos, y contando además con un grupo parlamentario estrafalario, trufado de humoristas, deportistas y cantantes.

De producirse, esta alianza no podría sorprender a nadie. En Cataluña, siempre que las izquierdas han sumado, se han unido. Pasó durante la República, más recientemente con los dos tripartitos, y este mismo verano en Barcelona, donde Ada Colau ganó las elecciones por sólo un concejal de diferencia, pero fue investida alcaldesa por mayoría absoluta, con el apoyo de ERC, PSC y CUP.

El independentismo une sólo superficialmente. El izquierdismo es una pulsión mucho más intensa en Cataluña, y la estación intermedia del "nuevo encaje de Cataluña en España" o "un referendo legal y acordado", sobre una hipotética nueva Constitución e incluso sobre cualquier otro concepto, incluida la independencia, son conjuntos más o menos vacíos, más o menos cínicos, con los que cualquier izquierda se siente cómoda, sin entrar en detalles.

Esquerra votó la investidura de Ada Colau tras arrancarle un supuesto compromiso con el proceso, y ha visto cómo ni Barcelona ha ingresado en la Asociación de Municipios por la Independencia ni acudirá la alcaldesa a la manifestación de la Diada. También Zapatero prometió apoyar el Estatuto que saliera del parlamento de Cataluña.

Por su parte, Mas no puede presentarse como una víctima de esta componenda, en tanto que él es el primero que ha saboteado sus propias promesas, desplazando la línea del horizonte cada vez que el momento del desafío se acercaba. En los últimos días, lo que el 27S tenía que ser «el referendo definitivo que el 9N no nos dejó hacer España», se había convertido en «unas elecciones muy importantes» para poder negociar con el Gobierno.

Mas ha descafeinado tanto su proceso que hasta la izquierda con sus vaguedades puede empatar con él y cuesta ver las diferencias.

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