Nieto

La izquierda se prepara para tomar Cataluña

Mas se ha aproximado a Esquerra hasta calcinarse. Se ha cargado su partido y ha descuidado la centralidad

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Mi suegro dice que siempre que el devenir de Cataluña ha estado en manos de Esquerra, lo único que hemos conocido ha sido el desastre. Desde Companys hasta Alfred Bosch, que votó la investidura de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, pasando por la desolación de los dos tripartitos.

Explica también mi suegro, en lo que resulta un preciso retrato de la actual situación política, que su padre, que era de la Lliga, tenía antes de la Guerra un amigo que le insistía en que se hiciera de Esquerra Republicana, porque como todos eran muy burros, enseguida destacaría. El abuelo de mi mujer le contestaba que prefería quedarse en la Lliga, para aprender de personas más inteligentes, y su esposa, aunque disgustada porque su marido se ausentara para acudir a las reuniones políticas, agradecía que fueran con la derecha porque el hombre se preocupó de comprarse buena ropa y estaba muy guapo cuando salía de casa.

Pujol y su Convergència tuvieron siempre claros estos conceptos, y son antológicos los desprecios con que ningunearon a Esquerra, pero Mas dejó de querer aprender de personas más inteligentes para abandonarse al facilismo de intentar lucir entre mediocres, y así se aproximó a Esquerra hasta calcinarse. Se ha cargado su partido, que de ser el que siempre había ganado las elecciones ha pasado a no presentarse; ha descuidado la centralidad de la política catalana para irse al rincón de los que siempre pierden, y con unas formas y una retórica más propias de los clochards que pierden la calma por un trozo de pan que de alguien que tanto dice querer construir nada menos que un Estado, ha instalado la vida pública de mi país en un debate infantil, absurdo y estéril.

Partido dinamitado

Con la consecución de la candidatura unitaria, abduciendo a ERC, ha conseguido poder acudir a las elecciones sin oposición en el flanco soberanista, y disimular lo que habría sido un severo correctivo de haberse presentado sólo con Convergència. Pero por el camino ha dinamitado a su partido y ninguno de los pesos pesados de CDC ocupa puestos relevantes en la nueva lista, con la excepción de Germà Gordó; se ha rodeado de segundones de perruna lealtad y su último error parece que podría ser ungir a Neus Munté –por mujer y por exsindicalista, en este infinito complejo que siempre ha tenido Mas para asumir lo que su formación es y representa– como su sucesora de lo que quede de Convergència tras las próximas elecciones del 27 de septiembre y el espectáculo de los siguientes dieciocho meses, en los que se supone que Cataluña tiene que declararse independiente, redactar su Constitución, negociar su ingreso en la Unión Europea y sacar de quién sabe dónde esos miles y miles de millones de más que hemos prometido a los catalanes para cuando España deje de «robarnos».

Pero es que es bastante probable que la carrera de Mas termine mucho antes. Primero porque no es en absoluto descartable un fracaso electoral, y luego porque Esquerra, como los palestinos, y como dice mi suegro, no pierde ninguna oportunidad de perder una oportunidad, y tal como hizo con los tripartitos en Cataluña, y en Barcelona hace un mes para investir a Colau como alcaldesa, está hoy más cerca de aliarse con la CUP y con Podemos –con la ayuda, si hiciera falta, del PSC– para favorecer la investidura de Raül Romeva como presidente de la Generalitat que de respetar el acuerdo que establece que Mas será el presidenciable de la candidatura pese a ir el cuarto. ERC considera, no sin razón, que si Convergència y Mas se han saltado todos los pactos previos, ellos han de tener margen para hacer lo mismo ni que sólo sea una vez.

La llamada tribal

Hay algo que los soberanistas olvidan siempre, y es que si bien es cierto que el sentimiento patriótico une lo suficiente en Cataluña para que personas de distintas clases sociales puedan compartir una manifestación por la independencia, o un concierto de Lluís Llach, este vínculo es superficial y palidece ante la llamada tribal del izquierdismo con su tam-tam destructivo y criminal. La pulsión de la izquierda en Cataluña es muy intensa, con un insólito talento para la devastación. La Semana Trágica y las arcas que nos dejaron los tripartitos son estampas de una misma metáfora. Esta izquierda de hechicero y machete, previa a Dios y a la dialéctica de los hombres libres, que, cuando cometemos el error de creer que podemos hablar de ella en pasado, comparece con toda su virulencia y toda su capacidad de hacernos daño.

El gran peligro de votar a Mas y a su candidatura unitaria no es la independencia, que es imposible, y que como aventura tiene el recorrido que tiene. El gran peligro, del que las primeras víctimas serán los independentistas de derechas, que hay muchos, como muchos de la Lliga acabaron en el 36 asesinados en la cuneta de l’Arrabassada, es que del modo más natural y previsible –aunque ellos ahora lo nieguen y lo renieguen– las izquierdas aprovechen la menor ocasión que tengan para unirse y hacer su revolución de clase, que es lo único que han querido a lo largo de su existencia.

El verdadero plebiscito que tendrá lugar el 27-S será de fondo, entre izquierda y derecha, mientras todos estén abstraídos por el fuego de artificio de las banderas en el cielo.

Los catalanes no nos jugamos nuestra independencia, sino nuestra libertad y nuestra prosperidad. En Barcelona ya hemos perdido.

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