Gallardón, de paseo con sus perros en Madrid
Gallardón, de paseo con sus perros en Madrid - Óscar del Pozo

La nueva vida de Gallardón

Cinco meses después de irse, aguarda, decepcionado con el PP, que el Gobierno le permita ejercer de letrado

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Mediados de enero. En un chalé de Pozuelo de Alarcón se celebra una cena de amigos. Ana homenajea a Alberto. De alcaldesa a alcalde. La familia Aznar convida a algunos de los que fueron importantes para Alberto Ruiz-Gallardón en su etapa de regidor de Madrid. Cuando la alcaldesa de Madrid llama a sus invitados les dice que es un sencillo tributo a su antecesor. Cero protocolo. El agasajado acude encantado en su pequeño utilitario conducido por un chófer. Ya no se sienta en la parte de atrás de un coche blindado como lo hizo ininterrumpidamente durante 18 años de poder. Ahora va delante, con el conductor. Los que le ven no dan crédito. ARG, como le llama su antiguo equipo, ha sido jefe –todopoderoso jefe– de todos los comensales de esa noche, menos de uno: José María Aznar, con el que ahora se lleva de cine, después de haberlas tenido tiesas en los años noventa.

La charla es distendida. En la sobremesa, sus antiguos colaboradores intentan sonsacarle.

Una gestión cara

Hace cuatro meses que se fue de forma traumática del Ministerio de Justicia. En el Gobierno nadie habla bien de él. Gallardón no lo sabía pero cuando dejó en noviembre de 2011 el Ayuntamiento, que ya le aburría, acabó su etapa feliz en la política: la que recorrió sus envidiadas cinco mayorías absolutas, conseguidas gracias a una gestión cara que ha dejado a los madrileños una deuda de 8.000 millones de euros. Pero también como consecuencia de una imagen de político centrista, construida a base de fotografías con Sabina y peleas con Aznar y Aguirre. Un escaparate que le llenó los bolsillos de papeletas de madrileños «progres» y no los vació del todo de los pata negra del PP. Sin embargo, la cartera ministerial dinamitó ese espejismo. Con 57 años, Gallardón se reinventó hasta solo ser defendido por los sectores más tradicionales de Génova. Y le enfrentó con todos los ministros. Pero sobre todo con Mariano Rajoy: abandonó el 23 de septiembre de 2014 su despacho del Palacio de Parcent y no ha vuelto. Ni siquiera atendiendo una llamada de su sucesor, Rafael Catalá, advirtiéndole de que se había dejado una cartera encima de la mesa. Nunca la reclamó.

Aunque en la cena en casa de Botella todos le preguntan por Rajoy, por el Gobierno y por su marcha, Gallardón sabe que el auditorio es demasiado heterogéneo para dar rienda suelta a sus sentimientos. Lo más que consiguen es un desiderátum: «Me tenía que haber ido antes del Gobierno». Está dolido: se fue por la puerta de atrás enterrado por una profunda reforma de la ley del Aborto que terminó defendiendo solo y que precisamente esta semana su sucesor únicamente la ha modificado en el aspecto que afecta a las menores. Desde entonces rehúye actos políticos del PP. Solo Aznar –de nuevo el expresidente– consiguió que acudiera a la presentación hace una semana de su proyecto atlántico. Los que le tratan le describen como una «persona envejecida, triste y decepcionada con el partido en que echó los dientes»; otros, sin embargo, insisten en que «no guarda rencor ni habla mal de sus antiguos compañeros. Simplemente ha pasado página».

Vía administrativa

A Rajoy, al que suplicó mudarse al Gobierno después de cinco mayorías absolutas en Madrid, no le ha vuelto a ver. Podría decirse que se comunican por vía administrativa. El 21 de enero Gallardón pidió que el Consejo de Ministros al que perteneció le autorizara a ejercer la abogacía desde alguno de los despachos que le han ofrecido trabajo. Todavía está a la espera de que su antiguo consejero de Hacienda, Antonio Beteta, lo autorice. Con el hoy secretario de Estado de Administraciones Públicas no acabó muy bien en 2000, cuando Beteta abandonó Madrid para engrosar, junto a Cristóbal Montoro, el segundo Gobierno de Aznar. Aunque a sus colaboradores les ha confesado que «aguarda a esa decisión para ver qué hace», no pocos dudan que termine ejerciendo de letrado. «Hay que tener en cuenta –sostiene uno de ellos– que Alberto ha manejado en la Comunidad de Madrid uno de los presupuestos más importantes de los últimos años, descartado el del Estado, lo que le ha obligado a mantener relaciones con cientos de empresas. Es imposible que no se generara una cuestión de incompatibilidad si forma parte de un bufete».

Mientras tanto, es un empleado de Ignacio González en el Consejo Consultivo de la Comunidad, donde cobra 8.500 euros brutos mensuales (5.500 netos), al igual que su amigo Joaquín Leguina. Solo participa en una reunión semanal, los miércoles, en la que se estudian dictámenes regionales. No obstante, a diario acude al despacho. Antes de las siete está en pie tras tomarse un yogur, un té y una manzana. Le despierta su perra «Olympia», bautizada en homenaje a los vanos intentos de sus Gobiernos de convertir a Madrid en ciudad olímpica. La beagle que le regaló su hermana Ana, se ha convertido en los últimos meses en compañera de paseos de su amo por el barrio de Chamberí donde vive tras reformar el despacho en el que ejerció de abogado su padre, José María Ruiz-Gallardón. Los fines de semana los reparte entre largas caminatas por la sierra y fugaces viajes a Nerja, donde se ha construido una casa anexa a la de su suegro, José Utrera Molina.

Desazón

No oculta su desazón con la política a sus variopintos compañeros de almuerzo en sus restaurantes favoritos en Madrid: «El Qüenco de Pepa», «La manduca de Azagra» y «El Puchero». Come con periodistas a los que conoció cuando regalaba titulares cincelados a fuerza de ser un verso suelto en su partido: habla en la confianza de que callarán como tumbas. Sin embargo, cuando se le solicita una entrevista formal contesta:«No quiero que nadie piense que quiero volver a la política. Porque eso no va a ocurrir nunca. En privado podemos hablar cuanto quieras», sentencia.

En el establecimiento de la calle Padre Damián («El Puchero») cena rozando su cumpleaños (11 de diciembre) con un grupo de amigos de siempre. También está Mar Utrera, su esposa. Come poco por culpa de una dolencia estomacal: una tortilla francesa y evita el café. Entre los asistentes, Luis Blázquez, Fermín Lucas, Alicia Moreno, Pilar Martínez... Son sus primeros consejeros regionales. Varios coinciden para ABC:«Está decepcionado y de alguna forma, aburrido. Su puesto en el Consejo Consultivo es poca cosa». Esperanza Aguirre creó ese organismo hospitalario con los presidentes autonómicos. Su íntima enemiga durante la bicefalia en Madrid come a menudo con él y con Leguina. El socialista pagó el último almuerzo en un asador vasco. El anterior, se celebró en casa de Aguirre. En una pirueta del destino, Gallardón mantiene una buena relación con Botella y con Aguirre, dos amigas que las candidaturas de Madrid han separado. Un diputado se malicia de la «conspiración a tres bandas de los tres expresidentes». Gallardón sufre lo que los políticos llaman el síndrome de la descompresión. Uno de sus amigos describe lo que le ocurre: «Lo peor no es que no te suene el teléfono; lo peor es que tampoco te lo cogen».

Ver los comentarios