Ted Cruz, el verso suelto de la radicalidad

El senador por Texas supera algunas propuestas de Trump: deportaciones masivas de inmigrantes, sin retorno, y bombardeos indiscriminados contra Daesh

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La orientación ideológica de Ted Cruz siempre ha sido muy conservadora. Después, su ambición política ha acentuado una tendencia a desbordar en extremismo a cualquier competidor. Con un tono de voz alto y solemne, que a veces suena a profético pero que resulta efectista, el senador se ha ganado su fama de inflexible. Por ejemplo, cuando llamó a la desobediencia contra la legalización del matrimonio homosexual por el Tribunal Supremo. O, más recientemente, cuando acusó al presidente Obama de «financiar el terrorismo», tras el acuerdo nuclear con Irán.

Pero es su natural distancia en la forma de ser la que le enroló en el reducido club de los extraños. Lo que no ha frenado su progresión política: con 45 años, es hoy la única alternativa al favorito Trump. Aislado en su propio grupo parlamentario, veteranos republicanos como John McCain han llegado a calificarle de «loco chiflado».

Con un tono de rechazo no menor, el presidente George W. Bush, quien comparte con el senador procedencia vital y política en el estado de Texas, se refirió a él un día con su habitual desenfado: «No me gusta ese tío; no sé por qué, pero no me gusta». Desprecios que Cruz acostumbra a aceptar con aparente sentido del humor, pero que son expresión del recelo con el que los más influyentes de la formación conservadora contemplan al senador de origen hispano. No sorprende que muchos, con tal de no tener que rendirle cuentas a él, prefieran el triunfo de quien ha desafiado a todo el establishment, Donald Trump.

Amenazado por su auge, Trump empezó a sembrar dudas sobre la «elegibilidad» de Cruz con la Constitución en la mano

Si durante estos años en el Congreso su afición a la conspiración no ha hecho sino multiplicar la desconfianza de sus compañeros, incluidas operaciones políticas al margen de la línea oficial, de la mano del movimiento ultraconservador Tea Party, la campaña por la nominación le ha confirmado como un verso suelto del Partido Republicano. Con un perfil de conservador outsider que le está generando muchos réditos, ante unas bases republicanas sedientas de castigo al oficialismo, Cruz se ha convertido en el gran competidor de Trump, a quien a veces supera en radicalidad.

Rafael Edward «Ted» Cruz (Calgary, Canadá, 1970) se distingue de los otros tres finalistas en la batalla de primarias por un conservadurismo de raíces cristianas evangélicas. En todos sus mítines, las alusiones a Dios son una constante, como lo son las apelaciones a la libertad religiosa y a la Constitución que la protege. Junto con la permanente defensa de la Segunda Enmienda de la carta magna, la que protege el derecho de los americanos a poseer y a portar armas, Cruz aglutina la más fiel expresión del principio básico de «Biblia y rifle» que simboliza el conservadurismo originario americano.

En la definición de estrategias de campaña, Cruz fue especialmente hábil al unir su candidatura en un principio a la de Trump, consciente del efecto arrastre de la popularidad del magnate. Un mitin conjunto en la capital norteamericana, en el que ambos iniciaron sus particulares andanadas contra la despreciada «política de Washington», pareció sellar una alianza que pronto se saltaría en pedazos.

Estadounidense

Amenazado por su auge en las encuestas semanas antes del arranque, el millonario empezó a sembrar dudas sobre la «elegibilidad» de Cruz con la Constitución en la mano. Para Cruz no era nuevo. En 2013, se había visto obligado a renunciar a la nacionalidad canadiense precisamente para evitar polémicas, a raíz de publicarse que mantenía las dos. Pese a que los expertos coinciden en que Cruz es estadounidense a todos los efectos, la falta de un pronunciamiento legal expreso deja abierta la duda. Trump no pudo evitar la victoria de Cruz en Iowa, antesala de una loca disputa por la radicalidad entre los dos.

Pronto, Ted Cruz asumió como propia la promesa de Trump de construir un muro en toda la frontera con México. Y le desbordó cuando proclamó que si era elegido presiente, ninguno de los deportados en masa tendría opción de regresar, ni siquiera legalmente. Tras la matanza yihadista en San Bernardino, no solo asumió la llamada de Trump a cerrar las fronteras a los musulmanes, sino que prometió «bombardeos indiscriminados» en las ciudades que controla Daesh, donde abundan los civiles.

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