Donald Trump, hoy, a su llegada a Ohio para asistir a un mitin en Wilmington
Donald Trump, hoy, a su llegada a Ohio para asistir a un mitin en Wilmington - REUTERS

El arreón de Trump aprieta la elección más incierta en décadas

El continuismo de una frágil Clinton se mide con el impredecible vendaval antisistema del magnate, que acorta distancias con la demócrata

CORRESPONSAL EN WASHINGTON Actualizado: Guardar
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No va más. Ha llegado la elección presidencial de 2016. El año que EE.UU. sufrió en sus carnes la fiebre populista, el inopinado aldabonazo del movimiento respaldado por la América tradicional blanca que lidera Donald J. Trump, llamado a demoler el establishment, a «borrar ocho años de Obama», a propinar un «puntapié en el trasero» a Washington DC, el diabólico símbolo de las instituciones y de los políticos que tanto disgusta a la América profunda. El aspirante que irrumpió estrepitosamente en el verano de 2015, con insultos a los hispanos y la promesa de un muro en la frontera con México; el candidato que dejó en la cuneta a dieciséis rivales republicanos, dieciséis, y que a base de acumular enemigos, ha puesto cada vez más alto su propio listón, y el fanfarrón de demostrada afición a someter a las mujeres desde posiciones dominantes, llega, pese a todo, con opciones de alcanzar la Casa Blanca.

De los trece puntos de ventaja que reflejaron el mejor momento de Hillary Clinton, hemos pasado a menos de dos, un 1,7% de media, a las puertas del esperado martes 8 de noviembre. Y Trump llega lanzado, mientras el goteo de emails comprometedores sigue desinflando a su rival. El atractivo mensaje del cambio frente al de la repetición, y la cara novedosa, frente a la imagen lastrada por décadas de turbios amaños, con la Fundación Clinton como albergue de los negocios familiares, explican lo que para algunos parece inexplicable. Los demócratas se encogen, los republicanos se asombran, el legado Obama palidece, los mercados tiemblan… El outsider amenaza con doblegarlos a todos.

Los datos de esta insólita elección gritan por sí solos: casi dos tercios de los estadounidenses rechazan a ambos candidatos y ocho de cada diez norteamericanos confiesan estar hartos de los políticos. La ironía es que el magnate ha crecido en torno al segundo axioma, aunque participe del primero. En 2012, un consolidado Barack Obama superó al republicano Mitt Romney con relativa holgura. Por 332 delegados electorales frente a 206 (270 dan la presidencia). El 51,1% frente al 47,2% del voto popular, con una diferencia de cinco millones. El paseo triunfal que hace unas semanas se auguraba para Hillary Rodham Clinton se ha convertido en un cierre precipitado por salvar la elección. Los expertos dan por hecho que Trump sumará más delegados que Romney, con la sombra del voto oculto apuntando hacia los dos lados de la balanza.

Con la ayuda de Obama

Las encuestas mantienen en cabeza a la demócrata también en los sondeos a pie de urna, con quienes ya han votado anticipadamente. Con más de 33 millones de sufragios emitidos, de los que la mitad pertenecen a la docena de estados que decidirán la elección, casi todos los pronósticos apuntan al regreso a la Casa Blanca de la ex primera dama. La demócrata resiste el empellón del magnate, gracias a la alta movilización hispana y a la ofensiva final de Barack Obama, uno de los presidentes con mayor popularidad, con un 52,6% en la última encuesta. A la altura de Reagan y cerca de Bill Clinton. Pero se ha esfumado el dominio abrumador que permitió a los demócratas pensar en un vuelco en el Congreso, antes de que el director del FBI destapara el hallazgo de nuevos correos en sus investigaciones.

Un Trump en crecimiento, en racha, con lo que los expertos llaman momentum, ha apretado las encuestas en los estados decisivos, con la confianza de derribar el primero de los diques de contención que los demócratas han establecido ante la crecida de las aguas: Florida. El swing state (estado oscilante) por excelencia, en empate técnico, con un resultado aún más incierto que en anteriores citas, se balancea entre el sólido apoyo blanco del magnate y la creciente movilización hispana antiTrump.

La incógnita de Florida

El aluvión de cientos de miles de puertorriqueños llegados de una isla en crisis estos cuatro años puede dar la victoria a la demócrata. Para los observadores, el estado soleado, el que más delegados aporta de todos los decisivos, 29, será el primer gran referente. Si vence Clinton, tendrá la elección casi en el bolsillo. Si lo hace el candidato republicano, habrá logrado solo una de las sucesivas batallas que debe superar. La empalizada demócrata se aferrará entonces a Carolina del Norte, otro de los primeros en el recuento, por ser de la costa este. Sus 15 delegados también le sitúan como trofeo de caza mayor. Aquí el recurso de Clinton está siendo apelar al voto afroamericano, que suma más de la cuarta parte de la población del estado, pero que por ahora no está respondiendo de la misma forma que hispanos y blancos tradicionales. De ahí que por Carolina del Norte haya desfilado los últimos días todo el abanico de líderes demócratas, incluido el senador de la izquierda liberal Bernie Sanders, con el matrimonio Obama a la cabeza. Aunque el estado ha rejuvenecido su población, al calor de nuevas empresas tecnológicas, no hay que olvidar que en 2012 votó a favor de los republicanos.

Una victoria de Trump en Florida y en Carolina del Norte abriría la elección en canal, hasta el punto de hacer impredecible cualquier resultado. Si en los dos el candidato republicano ha reducido al mínimo su desventaja, los últimos análisis situaban al magnate también a la altura de su rival en Ohio y en New Hampshire. No tanto en Pensilvania y en Virginia, tradicionalmente blue (azul demócrata), ni en Wisconsin y Michigan, los estados de los lagos, donde la victoria de Clinton parece más consolidada. Pero Trump tiene opciones hoy de que el recuento alcance los estados del oeste (con tres horas menos) sin que haya vencedor, en cuyo caso se jugaría sus opciones en Arizona, Utah (red, rojos, en 2012), Nevada y Colorado (azules en 2012).

A medida que Clinton y Trump apuran las últimas horas de campaña, el voto útil estaría realineando a demócratas y republicanos en torno a sus respectivos candidatos. La definitiva polarización explicaría el hundimiento final de quien estaba llamado a ser tercera vía, el exgobernador de Nuevo México y candidato del Partido Libertario, Gary Johnson, que de acercarse en su día al 15% que da acceso a los debates presidenciales habría pasado hoy al 5% en las encuestas. Para Donald Trump, una de las claves anida en sumar el mayor número de republicanos moderados posible, que inicialmente habían huido de él en un porcentaje notable. En esta semana, de remontada, habría recuperado un 5% de ellos (del 83% al 88% del total), aunque todavía queda lejos del 93% que sumó Romney en 2012. Para Clinton, resultará fundamental la participación de los jóvenes, hoy todavía menos movilizados que hace cuatro años con Obama y que deberá provenir de los seguidores de Sanders.

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