El petróleo echa el freno en su carrera hacia el abismo

La industria ha estado al borde del colapso por la caída de la demanda y el pulso entre Rusia y Arabia Saudí para hundir el «fracking» de EE.UU., una guerra estratégica en la que ahora se anuncia tregua

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A la crisis del coronavirus se han añadido movimientos geopolíticos como los de Rusia y Arabia Saudí ABC

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En un momento de máxima inquietud, en el que el mundo contiene la respiración a la espera de conocer el verdadero nivel de contagio en la economía de la crisis sanitaria del Covid-19 , los productores de petróleo llevan semanas propagando micropartículas extra de incertidumbre e inestabilidad. El precio del barril de Brent (el de referencia en Europa), que cotizaba en el entorno de los 65 dólares cuando comenzaron los primeros casos de coronavirus en China, cerraba el pasado lunes en 22,7 dólares, su nivel más bajo desde 2002. Un desplome de más del 60% que tenía su lógica explicación en la brutal caída de la demanda registrada durante las últimas semanas, pero al que también había contribuido el pulso estratégico en el que estaban embarcados dos de los principales países productores, Arabia Saudí y Rusia , inundando el mercado con crudo justo en un contexto en el que nadie lo necesita. El primer y gran objetivo indisimulado eran acabar de hundir a unos rivales que ya estaban muy tocados, en especial a los productores estadounidenses de esquisto que utilizan la técnica conocida como «fracking».

La reciente mediación de Trump en el conflicto , creando expectativas sobre una inminente negociación para reconducir la situación, reanimaba los precios del crudo en la recta final de la semana (el Brent cerró el viernes en 34,1 dólares , tras repuntar más de un 33% desde sus mínimos del lunes). De hecho, y según confirmaban fuentes de la OPEP, mañana está prevista una reunión por videoconferencia en la que, previsiblemente, se tratará de frenar la caída a los infiernos del crudo con un importante recorte en el bombeo (en su púlpito de Twitter, Trump llegó a hablar de hasta 15 millones de barriles al día). Llegue o no ya la fumata blanca para el oro negro, lo cierto es que su evolución a medio plazo sigue siendo imprevisible.

Así empezó la guerra

Para entender este extraño escenario de doble tensión de oferta y demanda hay que remontarse a 2014. Como explica Alberto Priego, profesor de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas, aquel año se recuerda como el del comienzo de una de las mayores caídas del precio del petróleo, «no solo por la emergencia del ISIS y el control que ejerció sobre los pozos iraquíes, sino porque desde EE.UU. se inició un camino hacia el ‘‘fracking’’ que lo convirtió en un país autosuficiente y en el primer productor mundial de crudo».

Para evitar que esa nueva tendencia se consolidase, algunos estados comenzaron a mover ficha. En ese contexto se enmarca la creación de la OPEP+ , una ampliación informal del cártel petrolero a otras potencias productoras. El plan era preservar el tradicional poder de control sobre el mercado, entonces ya en entredicho, de una organización que solo produce en torno a un tercio del crudo global. Entre los nuevos socios destacaba Rusia, un verdadero gigante de los hidrocarburos que, hasta entonces, había actuado como un verso libre.

«En 2016, este grupo adoptó una reducción de la producción con el fin de mantener los precios por encima de los 80 dólares. El acuerdo, que funcionó bastante bien, tenía una duración de cuatro años y debía renovarse a comienzos de este mes de marzo. Es decir, los ministros de Energía comenzaron a renegociar justo cuando el coronavirus empezaba a extenderse por Europa. Cuando todos pensaban que se acordaría un nuevo recorte de la producción, Moscú reventó la reunión con un rechazo del consenso que había evitado el desplome del crudo desde 2016», explica Priego. Putin lanzó su órdago como una especie de golpe de autoridad : se negaba a rebajar la producción. Y Arabia Saudí redobló la apuesta anunciando que rompería todos los diques de su producción, pasando de 10 a unos 12 millones de barriles diarios.

La producción podría reducirse hasta en 15 millones de barriles al día para frenar la caída de precios

Las políticas coordinadas saltaban por los aires justo en vísperas del fin formal del viejo acuerdo de producción (expiró definitivamente este miércoles), y la cotización del crudo entraba en caída libre. ¿Qué sentido tenía esa presión extra a la baja? «Desde el punto de vista de Rusia y Arabia Saudí , una guerra de precios tenía bastante racionalidad. Los dos, pero especialmente Arabia Saudí, son productores de bajo coste. Sacar el petróleo le sale muy barato, y por eso aprovechaban esta circunstancia para quitarse de encima competencia, sobre todo los "frackers" de EE.UU., pero también la de otros productores de alto coste como los de aguas profundas, en los que se incluyen muchos países latinoamericanos y africanos», subraya Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano.

Estrategias geopolíticas

El componente geopolítico ha tenido un gran peso en esta «lucha de gigantes» petroleros. «Las relaciones EE.UU.-Arabia Saudí se han ido deteriorando con los años. De los 19 terroristas del 11S, 15 eran de origen saudí. Se promovieron leyes para demandar al país como responsable subsidiario y varias ha prosperado. Luego, llegó la participación saudita en Yemen, contra el criterio estadounidense; la sospecha de que tras la dimisión (incluido secuestro) del primer ministro libanés Saad al Hariri estaban los saudíes; su acercamiento a Rusia... Y, finalmente, el escándalo del asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi (implicando al mismísimo príncipe heredero). Tras este proceso, la Administración americana aprobó el antiguo proyecto Nopec (que permite demandar a los cárteles que fijan precios en el petróleo). Un ataque directo a la OPEP y Arabia Saudí», explica Luis Fernando Utrera, subdirector del Máster en Bolsa y MMFF del IEB. «El objetivo de Arabia Saudí era también machacar a Irán, con unos costes de producción insostenibles con esos precios», añade Escribano.

A Putin, argumenta Utrera, la decisión de Trump de retirarse de Oriente Medio y no ser árbitro de conflictos bélicos le dio «la oportunidad de ocupar ese espacio y hacerse con las riendas de la zona. Mientras, Arabia Saudí utilizaba a Rusia para presionar a EE.UU. pero ahora es una molestia por su apoyo a Irán, su tradicional enemiga». Una compleja guerra a tres bandas (con China como espectador impasible atiborrando sus reservas con crudo barato) que estaba colocando a muchos actores del sector al borde del colapso y amenazaba con dejar víctimas seguras. Porque lo cierto es que a precios en torno a los 30 dólares muy pocos productores mundiales pueden sobrevivir. «La posición dominante la tiene claramente Arabia Saudí, porque es el que más capacidad tiene, puede producir 12,4 millones de barriles diarios , pero sobre todo porque el coste de extracción de cada barril es inferior a los 9 dólares. Son rentables aún con precios muy bajos» insiste Joaquín Robles, analista de XTB.

Con unos costes también en el entorno de entre los diez y quince dólares, Rusia tiene cierta capacidad de aguante, pero su situación económica es mucho menos sólida. Eso, y el temor al impacto definitivo de una amenaza sanitaria que no deja de extenderse por todo el planeta , explica también su marcha atrás. El jueves, el ministro de Energía ruso, Alexander Novak, ya afirmaba que no era «práctico» que las empresas rusas siguieran incrementando la oferta.

Futuro incierto

El posible acuerdo puede frenar el derrumbe de los precios, pero no despejar todas las dudas. «No soy demasiado optimista sobre este acuerdo porque no tiene sentido estratégico para rusos y árabes y, además, continuaría habiendo exceso de oferta» , sentencia Utrera. La travesía del desierto para la industria del petróleo se antoja larga. Distintas previsiones cifran en torno a un 25% la caída de la demanda mundial durante el mes de marzo, que será mayor en las próximas semanas. Y a largo plazo, la crisis desatada por el Covid-19 puede marcar un antes y un después para el sector energético. «Las petroleras americanas de esquisto ya lo estaban pasando mal con precios de entre 50 y 70 dólares. Los mercados financieros y los inversores ya habían perdido un poco la fe en ese modelo incluso antes de esta bajada de precios. Y se estaba viendo un cierto retraimiento hacia todo el sector en general, que se incrementará con la creciente percepción de riesgo. Además, si Europa está optando por un modelo de descarbonización, no es fácil que ahora haya ayudas para compañías intensivas en energía o para sectores que no encajan en la taxonomía que ya está determinando lo que es verde o no. A día de hoy, los inversores ya miran mucho el riesgo del contenido de carbono de sus inversiones. Y en el contexto actual se lo van a pensar mucho. Puede ser un palo muy gordo para el sector», apunta Gonzalo Escribano.

Aunque parece que haya decidido dejar de correr hacia el abismo , el sector petrolero todavía no lo ha perdido de vista.

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