David Gistau

Esto es Europa

En Chamartín pudo verse un ejercicio de determinación y estímulo que desmiente el estilo ramplón de un año con augurios de final de ciclo

Justo en un año en que venía fallándole toda la mitología relacionada con su carácter, el Real Madrid se levantó cuando iban a hacerle la autopsia y logró un resultado impensable, ajeno a toda lógica salvo la de su capacidad de resistencia. Un equipo enamorado de sí mismo en Europa que se empeñó en postergar los indicios de agonía cuando el PSG parecía haberse quedado con la pelota, sostenido por un magnífico Rabiot. Contribuyó Asensio, que introdujo verticalidad a un equipo cansado, más reticente en la presión, abocado en apariencia a esperar la puntilla en cualquier acción de esa línea delantera extraordinaria, muy por encima en el PSG de una defensa vulgar a la que sí pareció sobrevenirle el tembleque propio de quien está acostumbrado a resolver partidos poco competitivos en una liga secundaria y de repente se encontró en uno de los grandes escenarios europeos y ante una camiseta en la que pesan doce copas de Europa.

Falta París, la ciudad en la que Vallejo tenía el recuerdo de su muerte con aguacero. Pero en Chamartín pudo verse ayer un ejercicio de determinación y estímulo que desmiente el estilo ramplón de un año con augurios de final de ciclo. Contra ese destino se revolvió el Real Madrid de la presión alta feroz de los primeros compases que, a veces con la anuencia del árbitro, pegó a Neymar cada vez que éste trató de caracolear con una suficiencia impropia de las guerras europeas. Al PSG, aunque temible cuando la pelota caía en la jurisdicción de su tridente, volvió a notársele una naturaleza tierna, casi dadivosa, que indica que en la vieja copa de Europa todavía existe la importancia de la tradición de la que carecen los recién llegados construidos con alardes financieros. Sin ser superior en el juego, demostrando, incluso, cierta invalidez en el primer tramo de la segunda parte, el Real Madrid sí demostró que nació para jugar estos partidos y que prevalece en ellos con una frecuencia comparable a su leyenda. El PSG rozó un petardazo comparable al del año pasado en Barcelona pese a disponer de jugadores sólidos y de habérsele puesto el partido a favor.

Zidane estuvo lento con los cambios, pero éstos fueron determinantes. Bale entró poco en contacto con la pelota, pero con cada una que le llegó reclamó mayor protagonismo. Pero es difícil explicar el resultado en función de lo que ocurrió. El 3-1 tiene que ver con la reputación irreductible de un Madrid europeo que llevaba padeciendo en Liga el abandono de sus dioses tutelares.

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