RÍO2016Juegos Olímpicos

Figuras históricas

El mejor atleta del siglo XX

Carl Lewis, que acabó su carrera con nueve medallas de oro, logró emular a Jesse Owens con cuatro títulos en Los Ángeles

Carl Lewis, con una de sus medallas de oro.
Carl Lewis, con una de sus medallas de oro. - Reuters

El pequeño Carl no fue ningún niño prodigio. Pero, ya de adulto, Frederick Carlton Lewis se convirtió en uno de los mejores atletas de la historia. Quién sabe si el mejor del siglo XX, como parecen informar sus nueve medallas de oro en los Juegos Olímpicos y sus ocho títulos mundiales. Él creció a la sombra de su hermana Carol, que era la que triunfaba. Carl simplemente era un chico raquítico que a los diez años cogió una cinta métrica, salió al jardín de su casa y midió la distancia que encumbró a Bob Beamon, los célebres 8,90 metros que saltó en México. Nunca pudo con Beamon (saltó 8,87 con ligero viento en contra), pero sí con Jesse Owens, a quien logró emular con sus cuatro títulos en unos mismos Juegos Olímpicos.

Aquellos Juegos fueron los de 1984, en Los Ángeles, donde realizó una heroicidad (oro en 100, 200, longitud y 4x100) sin el cariño de sus compatriotas. El caso de Carl Lewis es singular: despreciado en casa, idolatrado fuera. Al 'hijo del viento', un icono deportivo de los 80 y los 90, siempre se le acusó de altivo. Y de muchas otras cosas (dopaje, homosexualidad...). Pero él fue haciendo camino, sumando títulos, éxitos. Su debut olímpico estaba programado para 1980, pero el boicot estadounidense a los Juegos de Moscú lo desplazó a Los Ángeles.

Carl Lewis ya se había hecho un nombre. Su celebridad comenzó en los campeonatos nacionales de 1981. Las pruebas de longitud y 100 metros se solapaban, pero esto no fue un obstáculo para que triunfara en ambas. Edwin Moses, después, dijo en voz alta lo que muchos pensaban. "Todo el mundo sabe que es un campeón, pero nadie le envidia". El caso es que Carl Lewis decidió no instalarse en la Villa Olímpica de Los Ángeles. El saltador y velocista adujo que era la mejor forma de concentrarse en su reto. Y no falló. Su primer oro llegó en los 100 metros, con un triunfo en 9.99 que aligeró la presión. "Ya tengo hecho el 60 por ciento del trabajo. Esto era lo más difícil". Después de cruzar la meta dio la vuelta de honor envuelto en una enorme bandera con las barras y estrellas. Y de nuevo le llovieron las críticas. Por excesivo, por artificial. Su celebración fue calificada de coreografía.

Le quedaban tres oros, incluida la longitud, su prueba fetiche, la especialidad en la que siempre veía la sombra de Bob Beamon proyectada sobre el foso. En Los Ángeles no se atrevió con un ataque al récord del mundo. Aseguró el triunfo y prefirió descansar para rematar su gesta con dos oros en una cómoda final de 200 y de 4x100, cuando corrió su posta en 8.94 y empujó al cuarteto hacia el récord del mundo (37.83). Lewis se puso a la altura de Jesse Owens, que logró idéntica recompensa en los Juegos de Berlín'36. Pero no aumentó su aprecio entre el público y sus compañeros.

Tres años después murió su padre, Bill Lewis, a quien enterró con la medalla de oro de los 100 metros. Ese día habló con su madre. "No te preocupes, conseguiré otra". Y esa otra llegó en Seúl'88 después de que Ben Johnson diera positivo. El dopaje también le rondó a él mientras seguía encadenando medallas. Dos oros más en Seúl (100 y longitud, además de una plata en 200) y otros dos en Barcelona (longitud y 4x100).

Le faltaba una para equipararse a la gimnasta Larissa Latynina, el atleta Paavo Nurmi y el nadador Mark Spitz. Su última oportunidad, con 35 años, eran los Juegos de Atlanta, en 1996. Los Trials estuvieron a punto de arruinar su propósito. Falló en los 100 y los 200. Le quedaba la longitud. Después del segundo salto ocupaba la decimoquinta posición. Se esfumaba su sueño. Pero en el tercero amarró el primer puesto y el billete a Atlanta. Allí se reencontró con Mike Powell, nuevo plusmarquista mundial, el hombre que cortó una racha de 65 triunfos de su rival. Y entonces, el atleta odiado en Los Ángeles, veía ahora, en el ocaso de su carrera, cómo le ovacionaban 80.000 personas. Carl Lewis no les falló. Con un salto de 8,50 se llevó su novena medalla de oro, la cuarta seguida en longitud. Powell, segundo en Seúl y en Barcelona, se acercó y le espetó: "Carl, ya tienes ocho, ¿no piensas dejarme una?". Estaba claro que no.

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