David Gistau

Un derbi innecesario

El Madrid-Atlético venía configurado como una pachanga barrial que no le importaba demasiado a nadie

No recuerdo un derbi cuyas horas previas hayan transcurrido sin recibir en el teléfono un solo mensaje de coña de los amigos del Atleti. Tampoco durante el partido. Ni al cierre de esta edición. Ello ya sugiere por sí solo que, metidos tanto el Madrí como el Atleti en sus propias instancias europeas finales, y con la Liga decidida desde antes de que sacáramos los abrigos del armario, este derbi en particular venía configurado como una pachanga barrial que no le importaba demasiado a nadie y que no daba ni para hacer memes, más allá de los pellizcos de honor entre enemigos íntimos que hacen tan difícil el lunes de oficina después de una derrota. Por si la sensación no era lo bastante sólida, ocurrió lo siguiente: en el minuto 60, con el partido recién empatado por Griezmann, Zidane sacó del campo a su mejor goleador para dosificarlo pensando en una eliminatoria europea resuelta. Esto importaba el derbi. Fue chocante la caída de intensidad que, durante un rato, provocó en el partido la mera salida de Cristiano.

El derbi, ya de por sí banal, acababa de convertirse encima en el partido en el que ya no estaba jugando Cristiano. Que la gente permaneciera sentada en sus localidades revela una gran devoción. Yo ya no le veo sentido a ir al fútbol si no es para ver una chilena de Cristiano. Hasta el gol de Cristiano ayer me supo a poco por no tratarse de una chilena. Por cierto, la chilena de Turín puede estar causando el descalabro de innumerables niños que intentan imitarla en los parques. Los goles de CR hay que rotularlos con un: «No intenten hacerlo en casa».

Sin la carga de dramatismo de otras ediciones, que tal vez obligó a Simeone a sobreactuar en la banda para que no se le durmiera nadie, el derbi fue el que ha moldeado el cholismo en los últimos años. La dificultad de hacerle un gol al Atleti sólo es comparable con la dificultad que tiene el Atleti de hacer un gol, y más o menos así van pasando esos años del cholismo en los cuales Simeone tiene cada vez más pelo, en vez de menos. Un Atleti rocoso, impenetrable en la primera parte mediante paredes o combinaciones en corto, obligó al Real Madrid a practicar un juego de ollazos, como de catapultas en un sitio, de manera que sobre el área del Atleti estuvieron cayendo cosas que me hicieron temer la migraña de cualquiera que pusiera la cabeza en su trayectoria. Mientras Costa y Vitolo estaban un poco pelmazos de agarrones y protestas, al Atleti sólo lo estiraba Griezmann, un futbolista elegante que hizo un control magnífico de una pelota llovida pero con el que hay que hablar para que mejore los festejos de los goles. Con los que hace ahora parece que va a sacar un acordeón y una cabra en un taburete.

La segunda parte tuvo momentos más rotos y divertidos, con llegadas en carrera, espacios, cosas así. Estuvieron muy bien los dos porteros y el Atleti se repuso del gol del Madrí con una rapidez que habla bien de su cuajo. Hasta el mítico arreón final del Real Madrid, que esta vez fue un arreón más gimnástico que temperamental porque, como ya está dicho, el derbi importaba poco y el empate era un modo de no erosionarse ninguno antes de seguir haciendo cada uno su vida. Aun así, y con una falta muy bien ejecutada y con el cabezazo en el córner, a punto estuvo Sergio Ramos de prolongar la leyenda del minuto 93. Eso al menos sí habría dado para un meme.

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