La «protección» del lobo

«La gente no entiende que haya que protegerlo en unos lugares, controlarlo en otros y reintroducirlo en otros»

Pablo Capote

«A mí no me importa si el lobo tiene dos o tres estómagos», me dice Antonio Herrero con humor cuando quiere dejarme claro que su trabajo no es algo científico.

Estoy terminando de editar un libro sobre lobos con él, La Quinta Manada, en el que relata alguno de sus encuentros con muchos cientos de lobos en libertad durante los últimos 25 años, tanto en la sierra de la Culebra como en la de Guadarrama, un bagaje que, aunque ni él mismo sea consciente, será la envidia de muchos científicos.

Toño conoce de primera mano los efectos de las dos formas de gestión de la especie. Recordemos que el lobo está considerado especie cinegética al norte del Duero y está protegido al sur. Se transluce en sus escritos sus sentimientos encontrados entre el profundo amor y preocupación por el futuro del lobo y la empatía con sus familiares pastores.

Cerrando la edición del libro saltó la noticia sobre la intención del Ministerio de Transición Ecológica de incluir el lobo ibérico en el Listado de Especies Silvestres de Protección Especial (LESPE) para conseguir su protección total, iniciativa a la que se han opuesto, con éxito, las cuatro comunidades más afectadas por los daños causados por el cánido.

Denuncian los promotores de prohibir su caza que «se han menospreciado opiniones científicas sólidas y se priman los criterios políticos a la protección de la biodiversidad», utilizando una vez más el engañoso término «protección» como el abono ideal para la demagogia. Y olvidando, quizá a sabiendas, opiniones como la de David Mech, máxima autoridad científica a nivel mundial en la materia, quien afirma que «la gente no entiende que al lobo haya que protegerlo en unos lugares, controlarlo en otros y reintroducirlo en otros»; o la de Juan Carlos Blanco, reconocido como el mayor experto en lobos del país, que ha repetido en reiteradas ocasiones que para él «la ultraprotección del lobo es una postura poco realista».

Toño insiste en que no necesita demasiados argumentos científicos y reconoce que bastan el sentido común y echar un vistazo al mapa de distribución del lobo en la península para darse cuenta de qué modelo es más operativo para protegerlo eficazmente.

En fin, está claro que ni la ciencia ni las evidencias convencerán a Teresa Ribera de que abandone su empeño de prohibir la caza.

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