Pasión por la caza

Al tradicional meet de Ivy Leaze, en Gloucestershire, se presentaron 87 cazadores a caballo desafiando a un agua fina que el viento se encargaba de proyectar en horizontal

Javier Hidalgo

El 15 de febrero amaneció de agua en el oeste de Inglaterra. Tras una noche de mucha lluvia y viento, la borrasca Dennis iba a dejar caer, según los pronósticos, más de 100 litros por metro cuadrado en 36 horas. Sin embargo, al tradicional meet de Ivy Leaze, en Gloucestershire, se presentaron 87 cazadores a caballo desafiando a un agua fina que el viento se encargaba de proyectar en horizontal. La rehala del duque de Beaufort formó junto a la valla de piedra del prado y aguantó estoicamente, al igual que hicieron los jinetes, el chaparrón sobre sus espaldas mientras duró el meet y los anfitriones ofrecían a los participantes copas de oporto, salchichas y bizcochos.

En nuestro país un tiempo así es razón justificada para cancelar un día de caza, pero aquí la lluvia es tan frecuente que hay que afrontarla sin cancelaciones. Y además está el espíritu deportivo de estos aficionados a la caza del zorro con sabuesos, el Fox hunting, cuyas representaciones artísticas –láminas, pinturas y esculturas– adornan tantas casas de campo en Gran Bretaña.

Espíritu deportivo, firme sentido de la tradición y férrea predisposición a cumplir con las normas establecidas son características muy marcadas de la población rural británica. Una población que a lo largo de la historia ha producido muchos grandes estadistas como Winston Churchill, militares de gloria como el general Wellington y medallistas olímpicos como Pat Smythe. Una clase de gente que mira al futuro con sentido de permanencia.

Así, frente a las hostilidades de Dennis, casi un ciento de caballistas, incluidos muchos niños sobre sus ponis, se echaron al campo siguiendo a los sabuesos en pos del rastro del zorro y a través de un terreno que más parecía una marisma que campos de cultivo alternando con bosques y prados. Después de todo, una vez en movimiento, la atmósfera no era tan mala como parecía desde el lado interno de la ventana.

Tony Pellet, viejo jockey y amigo que cabalgaba a mi lado, me contaba que su abuelo había sido entrenado para sobrevivir, escondido en estos bosques durante la Segunda Guerra Mundial, como miembro del Secret Army, una fuerza de resistencia creada con civiles al objeto de sabotear una posible ocupación alemana. Nadie lo supo nunca, ni siquiera su familia, hasta muchos años después.

Me lo decía un médico cirujano que estaba sentado a mi lado en un almuerzo al día siguiente: «Gracias a esta gente, a su espíritu deportivo, a su lealtad a la patria y a sus tradiciones, este país puede haber perdido algunas batallas pero jamás ha perdido una guerra…».

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