Cádiz CF

Hay vida sin fútbol

'Cuando el calcio paró era una señal inequívoca de que algo muy gordo estaba pasando'

Pepe Reyes

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El fútbol, como todo el país, está en estado de conmoción.

Un arañazo brutal, certero e inesperado, una bofetada atroz que obnubila, desorienta y conmociona, una capitulación urgente al asedio repentino de un ejército invisible con sus huestes tenebrosas de una ignota enfermedad. La afición al fútbol, la sociedad en general, deambula desorientada en el redil de sus casas, sometida a un extraño, inopinado confinamiento, alejada de los asuntos de su habitual preocupación, de su cotidiano qué hacer. Con celeridad inusitada, como una ola repentina que, con sus brazos gigantes de espuma, cuanto encuentra sumerge tras de sí, todo se ha visto trastocado, todo ha mudado su valor, lo que parecía importante y trascendente ha tornado en baladí y lo nimio e insignificante adquiere imprevisto rango de interés.

Impagable lección sobre la grandeza relativa de las cosas , incluso para aquellas que parecían omnímodas y universales. Como el fútbol, con su cadena permanente de pasión, cosida por eslabones de incertidumbre cada semana. Con el bombo y el platillo atronadores de su pertinaz tinglado mediático, con su arraigo acrisolado en el ser de tantos aficionados.

Hasta el fútbol, faro analgésico de la humanidad, que a tantos corazones enardece y a tantos espíritus aplaca, ha tenido que sucumbir ante este enemigo inaprensible, letal y virulento que se ha colado de rondón en lo más íntimo de nuestras vidas para plantarnos traicionera batalla.

Cuando vimos las primeras imágenes de las consecuencias del virus, con esas ciudades chinas fantasmagóricas y desiertas y tantos individuos con mascarillas, causaron desasosiego y estupor, pero todo se percibía como algo lejano, algo que sólo pudiera suceder en mundos remotos y orientales. Luego, cuando eso mismo lo contemplamos en Italia, el grado de preocupación creció sobre manera. Pero lo que nos llenó de estupor y nos hizo comprender la verdadera dimensión de la tragedia fue comprobar que el calcio trasalpino se paralizaba, que un país como Italia, de tan arraigada tradición futbolística, suspendía de manera indefinida su competición. Señal inequívoca de que algo muy gordo estaba pasando. Hasta que ese drama itinerante y voraz se instaló entre nosotros. Pero ya sabemos que hay vida sin fútbol y que eso, la vida, es lo más importante.

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