Baloncesto

La caída libre y sin freno de los Golden State Warriors

La franquicia californiana, última dinastía de la NBA, se ve acorralada por la lesión de Thompson y su masa salarial de cara a la próxima temporada

Stephen Curry, durante un partido de las finales de 2018 AFP

Pablo Lodeiro

En plena efervescencia por el draft del pasado miércoles, porque los Golden State Warriors habían escogido en el número dos a James Wiseman, un joven pívot con proyección de dominante, cayó la bomba. Klay Thompson se perderá su segunda temporada consecutiva después de romperse el tendón de Aquiles en un entrenamiento, contratiempo que le mantendrá alejado de las canchas hasta, al menos, el último tercio de 2021. El equipo californiano recibe con gran preocupación la lesión del escolta, no solo porque sea el segundo mejor jugador de su plantilla, sino porque la franquicia viene de ser el peor equipo de la NBA, con solo 15 victorias en 65 partidos, y para la temporada en ciernes se intuía una vuelta a la élite. Y es que hace no tanto, los californianos eran la última gran dinastía de la liga, imperiales al disputar cinco de las últimas seis finales, históricos al ganar 3 títulos y, sin duda, uno de los engranajes más arrolladores de la historia del baloncesto. Parece que este año no habrá la clamada resurrección.

Stephen Curry, Draymond Green, Kevin Durant, Andre Iguodala y el ya mencionado Klay Thompson formaron un quinteto que provocó traumas psicológicos a media NBA. Sus armónicas coreografías de pase se combinaban a la perfección con el «splash», «chof» en español, que provocaban sus triples al deslizarse por la red. Y claro, defendían como el que más, porque en el baloncesto se «descansa» cuando atacas. Los niños pedían sus camisetas por Navidad y el Golden Gate, emblemático puente del norte de California, adornaba prácticamente todas las canchas del planeta. Los Warriors humanizaron, y mucho, a LeBron James , que por entonces arrasaba el Este con los Cavaliers, sin demasiado esfuerzo, porque sabía que el desafío llegaba desde la otra punta del país. Se enfrentaron en cuatro ocasiones, y el de Akron solo ganó una, casi de chiripa, y porque era y es el jugador más diferencial de la liga. También tuvo algo que ver Kyrie Irving, que bailó como nunca. Ambos equipos crearon a partir de esas trifulcas la gran rivalidad en lo que va de siglo.

La NBA posee unos cortafuegos para evitar las grandes agrupaciones de estrellas. El límite salarial y el que se tengan que traspasar jugadores por valores similares y no fichar a tocateja como en el fútbol europeo, hacen muy difícil que se den escenarios como el de los Warriors. Por ejemplo, Curry y Thompson, ahora jugadores referenciales en su generación, desembarcaron en la liga de puntillas y con las expectativas que el aficionado tiene sobre cualquier joven: «A ver qué tal el chaval». Tan repentina fue su explosión, que cuando Stephen ganó el primer MVP unánime de la historia en 2016 cobraba solo 11 millones de dólares, unas cifras muy alejadas de los parámetros en los que se mueven las grandes estrellas. Esta anomalía salarial permitió al equipo reforzarse en el banquillo y traer a Kevin Durant, uno de los mejores anotadores de la historia, para dinamitar la liga. El baloncesto era un deporte de cinco contra cinco donde siempre ganaban los Warriors.

Aquellas finales de 2019

Hoy de todo eso queda poco, o al menos espera agazapado a unas condiciones favorables. Durant se marchó a Brooklyn tras los continuos desencuentros con el volcánico Green y tras lesionarse en las finales de 2019, donde los del Pacífico fueron derrotados por el «We the north», los Toronto Raptors de Leonard y Gasol. Una eliminatoria donde también cayó Thompson, que en una heroicidad y con el ligamento resquebrajado, se dio media vuelta cuando se dirigía abatido por el túnel de vestuarios para anotar dos tiros libres con el partido muy apretado. El colchón que le había dado a los Warriors haber ganado tanto y tan bien en los últimos años les permitió dejarse, quitarse la capa para enfundarse el chándal de andar por casa. Hubo fichajes raros, como el D'Angelo Russell, firmado por 117 millones de dólares en junio para en febrero ya estar aterrizando en Minnesota. Los suplentes, tan complacientes con sus nóminas como relevantes en la pista, se desperdigaron por el mapa. Y solo hubo oscuridad para un equipo que en la temporada 15-16 hizo la mejor temporada regular de la historia con 73 victorias y solo 9 derrotas.

A los Warriors, en la primera temporada que convivirá con la pandemia sin el escudo de la burbuja, les será realmente difícil competir. Se esperan movimientos para traer algún agente libre o intentar un traspaso porque aún tienen caché, pero la masa salarial que formulan Curry, Thompson, Green y Wiggins, con 129 millones a cobrar esta temporada, les deja poco margen de maniobra. El equipo, además de campeones infatigables, eran una tendencia, la del tres vale más que el dos, la del pase extra, un concepto de complejidad y sencillez planeado por el gran Steve Kerr y ejecutado a la perfección por sus pupilos. El panorama, a día de hoy y con la vista puesta en el 22 de diciembre, fecha en la que vuelve la NBA, es un Curry contra todos, con trenzas y espoleado más por el orgullo que por las posibilidades de éxito. Pero los Warriors necesitan ganar ya, no pueden esperar otro año para su renacer.

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