Miguel Alvariño apunta al cielo en su Galicia natal
Miguel Alvariño apunta al cielo en su Galicia natal - Miguel Muñiz
Juegos Olímpicos 2016

Miguel Alvariño, un arquero con la mira en el cielo

Este gallego de fuertes convicciones religiosas, que se resiste a abandonar sus raíces, sueña con una medalla en Río 2016

LA CORUÑA Actualizado: Guardar
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Nada más atravesar el río Eume puede verse ya el inmenso lago artificial de Los Puentes de García Rodríguez, el más grande de España, cuyas aguas esconden un secreto. Frente a él, con las impresionantes chimeneas de la central térmica a su espalda, espera Miguel Alvariño (Somozas, 1994), que mira al horizonte mientras esboza una sonrisa, la misma que lo acompaña durante toda la jornada que pasa con ABC. La suya es una mirada tranquila. Habla poco, pero cada palabra que sale de su boca es certera. Como las flechas que emergen de su arco, con las que sueña cada día con alcanzar la gloria en Río 2016.

«Ahí abajo trabajó mi abuelo durante muchos años», señala casi a modo de presentación.

La mina de lignito que reposa bajo las aguas del lago fue durante décadas el sustento de los habitantes de la zona y tras su cierre en 2007 provocó un cambio radical en el panorama de esta villa gallega. Fue más o menos entonces cuando Miguel se enamoró del tiro con arco. Un encuentro casual que fue un flechazo para él. «Yo jugaba al fútbol, como todos, pero un día vinieron al colegio para que probáramos y me gustó. Empecé a venir un día a la semana, pero cuando me di cuenta de que no era el mejor, decidí entrenarme más días», recuerda. Esa obstinación por ser el mejor ha sido su mayor impulso desde entonces.

Miguel, que en realidad es «Maikel» para los que lo conocen, es un deportista de élite fuera de lo común, que se resiste a abandonar sus raíces para seguir con su crecimiento en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid (CAR). «No sacrificaría a mi familia, a mi novia, a mis estudios o a este paisaje por ninguna medalla», reconoce mientras se dirige al «Club Sílex», donde se entrena desde que se inició en este deporte.

«Llevo a San Andrés de Teixido en el peto y antes de tirar siempre beso la cruz de Santiago y un corazón que me dio mi novia»

Alvariño, el primer español en ganar la final de la Copa del Mundo de tiro con arco, se entrena bajo un modesto cobertizo de madera construido a lo largo de los años con el esfuerzo de unos cuantos apasionados de este deporte. Un campo de tiro sin lujos, pero con todo lo necesario para convertirse en una cantera de campeones. «Pedíamos unas maderas aquí y allá y poco a poco fuimos creando todo esto. De la nada», afirma orgulloso Alfredo Rubio, presidente de la federación gallega. Él es uno de los pioneros del tiro con arco en la localidad y, junto a Manolo Buitrón -el entrenador de Alvariño-, el responsable de sembrar la semilla del arco y la flecha en cientos de chavales de la región. «Este de pequeño era regordete y siempre estaba enfermo, se lo cogía todo... pero era el más trabajador», afirma Buitrón, un hombre clave para la carrera de «Maikel». El encargado de darle los empujones necesarios para superar etapas. Del campeonato gallego, al nacional, hasta pensar en los Juegos.

Devoción por el Santo

Veinte años formando chavales le sirven para hablar con autoridad de este deporte que mezcla físico, técnica y psicología a partes iguales. «Lo más importante es tener consistencia. De nada vale hacer un diez en la diana si a la flecha siguiente no eres capaz de acercarte al centro», detalla, mientras Alvariño escucha atento. Esa ha sido una de sus grandes virtudes para llegar a las puertas de Río. Escuchar y trabajar. Escuchar y practicar. Una flecha. Diez. Cientos. Porque a base de repetición se consigue una destreza mágica, cuyo único obstáculo está en la mente.

Alvariño trabaja ese apartado psicológico casi todas las semanas. «Lo más difícil de este deporte es abstraerse y no pensar en lo que hace el rival. Centrarse solo en la diana y en ti mismo. Es un reto psicológico que me encanta», afirma este joven arquero de 21 años, una de las realidades sólidas del tiro con arco español, que prefiere mantener sus hábitos rumbo a los Juegos.

«La falta de ayudas te desanima. Cuando acabe la temporada me sentaré a decidir si merece la pena»

Ha desechado instalarse en el CAR de Madrid, como el resto del equipo nacional, porque dice que sin su entorno sería incapaz de rendir. Es él quien se crea sus rutinas y las cumple a rajatabla. Maniático, antes de salir hacia un campeonato tiene que acudir a la Ermita de San Andrés de Teixido, en el municipio de Cedeira, a pedir su bendición al Santo, al que lleva bordado en su peto de competición. «Antes de tirar, siempre beso la cruz de Santiago que llevo al cuello y un corazón que me regaló mi novia», desvela mientras limpia compulsivamente su arco, otra de sus obsesiones.

Vivir en una aldea

Alvariño se despierta temprano y nada más abrir el ojo ya piensa en el tiro con arco. En su habitación, dispuestos a modo de altar, están los trofeos más importantes. Los que ve antes de comenzar su jornada diaria. Los que lo empujan a continuar en el día a día. La mañana la pasa en el club, tirando flechas en solitario con la única compañía de una vieja radio. Solo él y la diana. Solo él y los Juegos. Come en casa de su abuela -mejor si hay chipirones, pero sin olvidar el pulpo de su madre- y de ahí al gimnasio y al instituto en Ferrol antes de volver a casa, en Pena de Eiriz, una pequeña aldea donde todos se conocen.

«Podría decirle el nombre de cada uno de los que vivimos allí», afirma socarrón. En total, 110 kilómetros al día y muchas horas dedicadas al arco. Un esfuerzo que en el CAR se reduciría y que no le costaría ni un euro. Renunciar a ello le obliga a cargar con todos los gastos. Flechas, arcos, médicos, fisioterapeutas, gasolina... Si no fuera por la ayuda de sus padres, sería imposible mantener el sueño olímpico. Su madre, charcutera, y su padre, barrendero ocasional, son su gran apoyo. «La falta de ayudas te desanima. Cuando acabe la temporada, haya ido o no a Río -una decisión que la federación tomará en junio-, me sentaré a pensar si todo esto merece la pena. Si continúo o lo dejo todo», afirma, cansado de tener que luchar cada año por una beca que llega a cuentagotas. La gloria olímpica sería su mejor impulso para continuar mirando al cielo.

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