Deporte y salud mental

La historia del nadador español que venció a la depresión y al alcohol

Rafa Muñoz logró el récord del mundo de 50 metros mariposa: «Hoy sí sabría gestionar mi éxito»

El exnadador Rafa Muñoz INÉS BAUCELLS

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Después de un récord del mundo en 50 metros mariposa y de diez medallas en mundiales y europeos, el nadador cordobés Rafa Muñoz intentó suicidarse dos veces. Tenía 20 años, era una estrella y no supo gestionar la fama y el personaje que se le vinieron encima. Hoy tiene 33 años, trabaja en el centro logístico de una multinacional del deporte y dice sentirse mucho más feliz que cuando era atleta de élite. El problema de la salud mental en el deporte, del que hizo bandera Simone Biles en los Juegos de Tokio, aún es un iceberg silencioso.

—¿Cómo se encuentra?

—Perfectamente, tengo mi trabajo, mi vida y soy una persona feliz.

—En su día reconoció tener problemas de salud mental. Hoy es una situación más normalizada en el deporte.

—Así es. Se puede exteriorizar sin que te vean como un bicho raro. Tener depresión, ir al psicólogo, no es tan raro. La sociedad ha evolucionado y yo lo asemejo a dos chicos o dos chicas que van de la mano por la calle. Antes no era habitual, hoy es normal por fortuna. En la psicología del deporte falta mucho. Salen casos severos cuando alguien ya se ve con la soga al cuello.

—¿Cuál fue su experiencia?

—Tuve un cuadro depresivo, un ‘síndrome burnout’, que significa estar quemado con tu trabajo. Me apartó del deporte unos seis meses. Me llevó al alcohol, a querer no vivir y por suerte también me llevó a un psicólogo, José Carlos Jaenes. Me ayudó tanto que sin él, no estaría hoy hablando contigo. Igual que un peluquero te ayuda a estar más guapo, un psicólogo te ayuda a estar mejor emocionalmente, a tener ordenada la cabeza.

—¿Cómo cayó en depresión?

—Tuve un boom deportivo muy grande y me saturó el éxito, no supe gestionar la fama, me faltó experiencia o porque no lo llevo innato. Igual genéticamente soy muy bueno para nadar, pero no para gestionar el éxito. Tenía 20 años.

—¿Había estudiado?

—Cometí el error de dedicarme al cien por cien al deporte. Y hay que compaginarlo con los estudios. Si una pata cojea, siempre te puedes dedicar a la otra.

—¿Le ayudó su familia?

—Me ayudó todo lo que pudo, estuvo a mi lado y lo hizo lo mejor que supo. Ha sido una suerte tener la familia que tengo. Pero no era yo, no era el Rafa de siempre. Mi personalidad estaba adulterada por una inestabilidad mental.

—Con el tiempo que ha pasado, ¿por qué no supo gestionar el éxito?

—Porque nadie me enseñó. A mí me enseñaron a nadar, a afrontar una competición, la presión de un campeonato, pero no a tratar con los medios de comunicación, con los patrocinadores, con los eventos, con el entorno... No tenía mánager, todo lo filtraba yo. Eran pequeñas cosas, pero son carencias en mi preparación. Hubiera necesitado una pequeña estructura a mi lado. Yo atendía a la prensa, me viniera mal o bien, y por ahí conviene llegar a un término medio. Hoy sí sabría gestionarlo.

—¿Se generó expectativas deportivas que no pudo cumplir?

—Mi problema no fue ese. Eso no me provocaba ansiedad. Mi problema fue gestionar un récord del mundo, las medallas… Estar en la cresta de la ola, eventos, prensa, políticos, publicidad. A mí me gusta pasar desapercibido y no era la situación.

—¿Uno deja de verle sentido a las cosas?

—Totalmente. Son reacciones en tu mente, estar triste, abatido, apático, poco receptivo, irascible… Yo me dí a la bebida, rompí mi ritmo de vida, me dediqué a salir de noche. Llegaba borracho a casa, era un adicto al alcohol. Bebía porque quería olvidarme de lo que tenía. Entré en un estado muy destructivo.

—¿Está todo olvidado?

—Totalmente. Ahora lo pienso y digo, ¿pero por qué me deprimí? La vida me enseñó a aprender. A veces ni me acuerdo. Mi mente está lista y no lo quiero recordar. No he tenido recaídas.

—Usted mejor que nadie entenderá los últimos casos de salud mental de deportistas.

—Claro, Simone Biles le echó narices al reconocerlo públicamente en los Juegos. Tenía que estar muy saturada para hacerlo. El problema es que muchas veces no se escucha al deportista, nos pensamos que es un quejica. Si entrenas seis u ocho horas diarias, si te ganas la vida con esto, y si manifiestas un malestar físico o un problema mental, hay que escucharle para ver qué necesita. Y esto en muchos deportes minoritarios no se tiene en cuenta.

—¿Todavía sigue la natación?

—La natación me gusta porque se me da bien, pero no me gusta verlo por televisión. No he visto nada.

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