Muere Manuel Amador, el arte y el valor de un gitano torero

El arte, el duende, el pellizco en el toreo, ha acompañado siempre a los diestros gitanos; el valor también, y como uno de sus mejores ejemplos, el de Manuel Amador, fallecido en Albacete a los 83 años de edad, que tuvo entre sus logros abrir por dos veces la Puerta Grande de la plaza de Madrid y una la del Príncipe de la Maestranza sevillana. Su nombre y sus formas ante los toros encandilaron a los aficionados y solo la mala suerte de una infortunada cogida en Barcelona que le partió el brazo frenó en seco una carrera que apuntaba a lo más alto. El público y la crítica elogiaron siempre la personalidad de su toreo, la capacidad creativa y el valor que derrochó ante los toros.

Nacido en la murciana Jumilla, se le consideró siempre un torero de Albacete, en donde vistió por primera vez el traje de luces en 1958. Con buen ambiente como novillero tomó la alternativa en Sevilla el 28 de mayo de 1964 al cederle Curro Romero un toro de Buendía ante Carlos Corbacho. La confirmación llegó el 28 de mayo de la siguiente temporada también de manos de Romero, con toros de Carlos Núñez y con El Cordobés de testigo. Salió a hombros aquel día y los contratos se agolpaban. En la temporada de 1966 volvió a triunfar en Madrid y se atisbaba el mejor horizonte, pero en sus sexta corrida, se cruzó con un toro de Escudero en Barcelona que le fracturó el húmero izquierdo. Tardó un año en reaparecer y ya todo no volvió a ser igual. Las actuaciones fueron descendiendo en las siguientes temporadas, y aunque tuvo tardes en las que dejó retazos de su excelente toreo, su nombre fue cayendo en el olvido, hasta que a finales de los años setenta abandonó definitivamente los ruedos.

En el retiro quiso formar toreros como profesor de la Escuela Taurina de Albacete y, a la vez, creador de una saga de toreros de arte: Sebastián Cortes, Antón Cortes, Manuel de Paz y Manuel Amador.