Manzanares devuelve a «Palangrero» al paraíso en Mérida

Con el mejor lote de Jandilla -de soberbia calidad el indultado-, logra cuatro orejas y rabo; Morante, con un premio, hace lo más torero y El Juli corta dos trofeos

Manzanares y Borja Domecq dan la vuelta al ruedo Prensa Manzanares

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el cerro de San Albín era una fiesta. Volvían las corridas a Mérida en el año más duro. Jandilla lidiaba por primera vez desde que su capitán se marchara antes de salir el sexto toro de su vida. En honor de Borja Domecq Solís, señor del campo bravo, se celebró este festejo. «Me asomo a los cercados de los toros y allí siguen tranquilos como si nada hubiera cambiado, como si estuvieran esperando que vuelvas a decirles un último adiós», expresaba su hijo en la páginas de ABC. Borja Domecq Noguera no pudo contener las emociones al recordar el gran legado del padre, «su bravura, nobleza y generosidad». En su nombre y en el de tantas ausencias por la pandemia, se hizo un minuto de silencio tras el paseíllo, roto solo por las recomendaciones de la megafonía: uso obligado de mascarilla, no ocupar los asientos rojos, permanecer cada espectador en su localidad, no fumar y abandonar el coso de modo ordenado. Antes, en cada bocana de los tendidos, con mucho ambiente pero respetando el aforo máximo del 75 por ciento, se tomaba la temperatura y se repartía gel hidroalcohólico a los aficionados. ¡Cómo disfrutaron luego! Tan ayunos de toros y toreo en la temporada más triste.

La gran alegría llegó con «Palangrero», un número 48 que hizo honor a la divisa. Aunque echó de primeras la cara arriba en el peto, peleó y empujó en varas. Sus hechuras ya invitaban a embestir. ¡Y cómo lo hizo! Con una nobleza y una calidad superlativas. José María Manzanares lo toreó a su manera, con su habitual empaque y momentos más hondos entre otros más someros. Se sintió y reunió más a partir de la tercera serie, con muletazos que calaban en los tendidos mientras el jandilla se comía las telas. Cuando probó el zurdo –pitón por el que «Palangrero» lamía literalmente la arena–, brotaron unos naturales de suma categoría. Ya en el epílogo, mientras afloraban pañuelos y gritos que pedían el indulto, Manzanares, con pasajes que fascinaron, tuvo el mérito de sujetarlo. Hasta que asomó el pañuelo naranja para «Pangranero», sobre el que se debatiría luego si era de vuelta al ruedo o de perdón de la vida. Pero este ejemplar negro, de 440 kilos, regresaría de nuevo a la dehesa, paraíso de los toros bravos. No pudo tener mejor homenaje Borja Domecq. Su hijo acompañaría luego en la vuelta al ruedo a Manzanares, que paseó de modo simbólico las dos orejas y el rabo. Apoteosis total en una generosa noche de verano, con temperatura otoñal.

Rotundo el marcador para Manzanares, que desorejó al sexto, un animal a mitad de camino entre el genio y la raza, con transmisión de principio a fin. La figura alicantina hizo un esfuerzo y trazó series que entusiasmaron, especialmente a derechas. Un bello cambio de mano brilló con intensidad. Alguno hasta volvió a pedir el indulto. Vaya guasa... Y aunque este no se prestaba para ello, el espada se empeñó en matar recibiendo, lo que desencadenó la doble pañolada. Pleno total manzanarista.

La torería mayor, a años luz del resto, brotó de las telas de Morante, con guiños antiguos de esos que nunca pasan de moda hasta en el vestido azul y plata. El sevillano vio cómo devolvían al que abrió plaza, un torete anovillado justísimo de todo. Un cuarto de hora tardó en regresar a toriles. ¿Dónde estaba Florito? ¿O la parada del Uno, los famosos bueyes de San Fermín? Ni rastro de uno ni de otro. «Ilusionista», con más guapeza, disparó la imaginación y, tras una profesional lidia de Trujillo, Morante dejó momentos mágicos, como las tres verónicas tres del quite, con el animal algo áspero y vencido. En la hombrera puso los pitones a Lili. El genio de La Puebla del Río brindó al cielo y comenzó con ayudados por alto. Valiente y torero siempre, con recortes que encandilaron. El toro iba y venía, y el matador ponía la clase. Suya fue la primera oreja. Otra más perdió por el acero del cuarto, atacado de kilos. Divino el prólogo rodilla en tierra de una faena a compás, derechito. Qué gozada ver torear derecho en estos tiempos... Una bendición cada muletazo frente al obediente jandilla. Los ayudados parecían poner fin a la valerosa obra, pero no: Morante siguió con la zurda y abrochó con unos ayudados por bajo que escondían de nuevo el misterio de la torería. El acero le privó de un premio mayor que la ovación.

Una oreja a cada toro cortó El Juli, que gustó con el capote en el segundo. Metía la cara fenomenal y acudía con prontitud este «Ornitólogo», que brindó al ganadero. Aquello prometía y el madrileño intercaló muletazos despaciosos con otros en los que bajó mucho la mano, algo forzado. Pero el toro se desinfló rápido y Julián López se metió en las cercanías. En el quinto, de menos remate, principió en un palmo de terreno. Aprovechó todo lo que tenía el toro y le dio fiesta con redondos invertidos. Cortó una oreja que le abría la puerta grande junto a Manzanares. Pero la terna, como mandan los cánones del Covid, se marchó a pie al filo de las doce. Fuera aguardaban unas flamencas palmas por tangos tras una corrida que se precipitó por el camino del triunfalismo. Y todos felices.

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