Despropósito con final surrealista en la Feria de Logroño

Paco Ureña corta dos orejas al sobrero de Domingo Hernández en un insufrible mano a mano con Antonio Ferrera

Paco Ureña pasea las dos orejas del sobrero BMF / André Viard

Ángel González Abad

Hasta el sexto toro, la tarde fue un completo despropósito. Como el agua clara, incolora, inodora e insípida. En el último, todo tornó hacia el surrealismo. Y es que del cartel inicial se cayó primero Roca Rey, al que sustituyó Paco Ureña, y después desapareció el lesionado Manzanares. Al final, un mano a mano entre Ferrera y Ureña , que transcurrió sin el mínimo atisbo de competencia, con una sucesión de toros provenientes de un auténtico saldo de Núñez del Cuvillo , lo que hizo que cuando tocaron clarines para que saltara el sexto, la corrida pesara como una losa para espectadores y toreros. Silencio tras silencio, con poco o nada para el recuerdo. Y así toro tras toro. Ni un amago de quite en toda la tarde. Ni el sobresaliente se estrenó.

El público de La Ribera ya empezaba a dar signos de cabreo, que se desató con fuerza a los primeros trastabilleos del último cuvillo. Aguantó el presidente hasta que lo picaron, y cuando ya no pudo más, asomó el pañuelo verde. Había preparado un sobrero de Domingo Hérnandez , «Miliciano», un toro negro de 548 kilos, sin exceso de trapío, ni mucho menos. Apuntaba aires abecerrados en su carita. Fue el hierro rusiente al que se agarraron todos en la plaza. Embestía con nobleza y prontitud. Sin ser un dechado de virtudes, permitió a Paco Ureña salvar la tarde . Tras sacárselo a los medios, comenzó a torear con la derecha. Una serie, otra más asentada, otra, y así hasta cinco. Muletazos largos, unos con más temple que otros, que eran recibidos con regocijo. Con la izquierda las series de naturales pecaron de desigualdad, pero el ambiente era de gran acontecimiento. Estocada caída de efecto rápido y el desiderátum. Oreja, ¡otra, otra!, y otra que le soltó el presidente. Quizás no quiso dejar solo al compañero del jolgorio de los rejones del día anterior. La cuestión es que con una faena apañada y plena de voluntad de Ureña, el murciano se encontró de bruces con la puerta grande, otras veces tan cara.

Pero aún quedaba la guinda al pastel, y fue cuando por la balconada presidencial surgió, como una aparición, un pañuelo azul, que premiaba al toro de Domingo Hernández con la vuelta al ruedo. Punto final a una tarde que nació extraña con un mano a mano que se demostró sin sentido, en el que Ferrera pasó de puntillas , y que acabó de forma sorpresiva, cuando podía haber terminado como el rosario de la aurora. Lejos queda ya aquella seriedad que imponía esta plaza. La magia, el birlibirloque, surgió ayer de nuevo.

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