Crítica de Danza

La locura necesaria de Zimmermann

El artista realizó en el Teatro Central el estreno nacional de «Eins Zwei Drei»

Estreno en España de la última obra de Martin Zimmermann ABC

Marta Carrasco

Son tres personajes que deambulan por entre las paredes vacías de lo que parece un museo de arte contemporáneo. Hay varios muros con puertas y cubos blancos a modo de pedestales y asientos. En la esquina un piano de cola donde un hombre comienza a tocar quedamente.

«Eins Zwei Drei» , uno dos tres, en alemán, se titula esta insólita y surrealista obra que Martin Zimmermann ha estrenado en España en el teatro Central de Sevilla y que es, por decirlo en pocas palabras, una bendita y genial locura. Las obras de este coreógrafo, director, escenógrafo y actor físico no dejan jamás a nadie indiferente, y menos al público del Central, ávido de este tipo de experiencias donde el subidón necesario por la energía del espectáculo es hoy día más necesario que nunca. Y así acabamos, en pie dando palmas al compás de música de rock. Aunque fue un final equívoco, porque Zimmermann le dió una vuelta más de tuerca y nos hizo volver a lo íntimo a través del sonido del piano que se fue yendo poco a poco, casi a la manera impresionista.

El montaje es de una riqueza visual increíble . Se crean mundos mágicos con unos personajes que no pueden ser más geniales con personalidades bien distintas: el director del museo imaginario, un histriónico clown que se pasea vestido de blanco reconvirtiéndose en diva si hace falta; un hombre de barba gris con unas orejas negras prendadas a su gorro y que va vestido como una mujeruca griega, y un bailarín con un bañador rojo que no deja de moverse por todo el escenario.

Los personajes son fantásticos . El hombre vestido de anciana mueve sus manos y brazos como si fuera un cisne del lago; se «resbala» constantemente por uno de los espacios del escenario y tiene una vis cómica y de clown absolutamente genial, sobre todo cuando en hilarante escena se sube a una escalera sobre el piano y canta «Non, je ne regrette rien» ..., momento impagable.

El otro bailarín y acróbata tiene una aparición genial, cuando una mano aparece rompiendo el piso del escenario, como si saliera de una tumba. Baila, hace barra sobre el piano, ejercicios de ballet clásico, y se mete en un imposible cubo de metacrilato en el que parece que no cabe ni un peluche.

Las paredes no están quietas, se mueven, se abren y cierran puertas y ventanas, se acercan y se atrasan, se pliegan y se desplazan por doquier, mientras los intérpretes casi las atraviesan por la rapidez con la que actúan entre ellas.

Es un espectáculo donde la figura del clown se reivindica constantemente . El augusto es el director del museo que se maquilla de blanco al iniciarse la obra. Los personajes deambulan por los universos de Chaplin, Buster Keaton o el mismo Fernandel . Hay clown pero también hay danza, insólita, inesperada, de una enorme calidad, alguna casi imposible de realizar, con técnicas de ballet o de danza urbana, todo es válido. Hay mucha magia en esta obra.

La energía va subiendo y el universo de lo grotesco arrastra al público hasta que en pie empieza a dar palmas al compás de la música, sin remisión. Zimmermann lo ha conseguido una vez más. Nos ha arrastrado hasta su universo de locura en la que hasta los excesos al final nos parecen necesarios. Gran obra y gran estreno nacional en el Central. Zimmemann rebasó las expectativas.

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