Teatro Central de Sevilla

«Mrs. Dalloway»: Hablar por hablar

La obra puede presentar las palabras de Virginia Woolf, pero traicionadas en su esencia última

La actriz Blanca Portillo en un momento de la representación ABC

Alfonso Crespo

La adaptación , en otro medio, de una novela modern a —flujo de consciencia, instalación en un tiempo mental que baraja las épocas, fragmentación y persecución del detalle revelador— ofrece, al mismo tiempo que la oportunidad de un verdadero combate, una coartada para pasar de puntillas por el trance con la superficie transgresora como manto sobre los hombros.

Eso precisamente nos parece que hace aquí Carme Portaceli con «Mrs. Dalloway» de Virginia Woolf , aprovecharse de la literatura, de un determinado encantamiento, para abandonar el teatro a su suerte , ya convertido en un espectáculo fofo y amanerado donde al público, más que enseñarle algo mediante la representación, se le lleva de la mano, se le mira a los ojos y se le cuenta una historia como si de una sesión de «autoayuda» se tratara.

Las palabras pueden ser las de Woolf, pero traicionadas en su esencia última , al quedar sometidas al canal telefónico que vincula a un actor-predicador con un oyente con tendencia al embelesamiento.

Así, en esta «Mrs. Dalloway» (una Blanca Portillo inmaculada y profesional ) que se nos echa encima, del espacio escénico queda un hangar multiusos cuyo perímetro suelen ocupar los actores —algunos tocan instrumentos, otros, como asaltados por la ataraxia «durasiana», languidecen a la espera de cruzarse en la historia— sobre los que no recae el foco.

Cuando se deja de susurrar y sobreviene la representación, los «sketches» de la memoria creativa de Dalloway en su «día de fiesta», al espectador le coge un poco desprevenido, pero estos careos —no hay tiempo para otra cosa en el teatro cronometrado — no tardan en deshacerse, por mucho dramatismo que se les pretenda inocular (como en el atropellado aparte de Angélica, la suicida «en paralelo»).

Al igual que en otras ocasiones frente a este teatro disuelto donde los actores tocan, bailan, cantan y dan carreras, surge de nuevo la pregunta de para quién se montan unas obras que parecen fiestas privadas a las que nos dejan asomarnos para recibir un breve masaje y salir sin una arruga en el traje.

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