CRÍTICA DE TEATRO

«El precio»: vidas a precio de saldo

Silvia Munt dirige la obra de Arthur Miller, con Tristán Ulloa, Elisabet Gelabert, Eduardo Blanco y Gonzalo de Castro

Elisabet Gelabert y Tristán Ulloa, en «El precio» Javier Naval

Diego Doncel

La vida, la historia de nuestra vida es un montón de muebles viejos, olvidados en un piso vacío, que se saldará a cualquier tasador que encontremos en la guía de teléfonos. Ese es el conflicto que Silvia Munt ha sabido expresar con fuerza, precisión y solidez en este montaje de « El precio » de Arthur Miller . Un conflicto que es un combate existencial entre dos hermanos, Victor ( Tristán Ulloa ) y Walter ( Gonzalo de Castro ), que se reúnen después de dieciséis años sin verse, no solo para vender los muebles familiares sino para poner sus vidas en limpio. Pero Arthur Miller sabe que ese ejercicio de redención es imposible.

El espacio creado en el escenario por Enric Planas huele a la naftalina y a la desolación de los resentimientos, de las mentiras, de los sacrificios inútiles y del miedo que se da en esa ratonera llamada familia. Porque «El precio» es una carta al padre , a la sombra alargada de ese padre que se hundió en el crack del 29 y que convirtió los sueños familiares en una galería de fantasmas. Todo es fantasmal ya que cada objeto arrastra tras de sí aquello que no pudo ser: el arpa o el armario lleno de vestidos de fiesta como símbolos de los sueños rotos de la madre. O el sillón que ocupaba cada día el padre como símbolo de la derrota .

La fuerza de esta obra se asienta en un impresionante trabajo interpretativo. La grandeza de estos actores es que vuelven real y perturbador todo lo que tocan. Lo hacen con tanta naturalidad que arrojan al patio de butacas un sombrío trozo de vida con el que el espectador empatiza y se identifica. Enorme interpretación de Tristán Ulloa y de Gonzalo de Castro, que saben modular los matices de esta tragedia. Enorme la actuación de Eduardo Blanco dando vida al viejo tasador Solomon, humorístico, cáustico y envolvente, un viejo zorro que espera que todo se derrumbe para recoger los restos. Y enorme Elisabet Gelabert en el papel de Esther, la esposa de Víctor, con sus ansias de vivir, de olvidar, de renacer aunque sea a base de alcohol o con un puñado de billetes.

La obra se representa bajo esa luz amarilla y vieja ideada por Kiko Planas. Amarilla y vieja como la memoria y como el fulgor del dinero. Una luz que ilumina la sospecha de si, en efecto, la memoria es un juego de cajas chinas que contienen todos nuestros demonios y de si el dinero hace mejor a las personas. Porque Miller y Silvia Munt nos ponen delante un complejo debate moral para la sociedad de hoy: el triunfo como una forma de fracaso, la familia como una condena. Una gran obra capaz de expresar el genio de Arthur Miller.

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