TEATRO

Pepe Viyuela: «Los mitos están vivos, son un retrato fiel del alma humana»

El actor forma parte de un reparto de lujo en «Metamorfosis», que se representa estos días en el Festival de Teatro Clásico de Mérida

Pepe Viyuela en una escena de «Metamorfosis» JERO MORALES/ FESTIVAL DE MÉRIDA
Carmen R. Santos

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No pertenece Pepe Viyuela (Logroño, 1963) a ninguna saga teatral, aunque con él es posible que comience una. Sus hijos, Camila y Samuel, han elegido seguir los pasos de sus padres -su mujer, Elena González, es actriz-. Pero quien ha dado vida al popular personaje de Chema Martínez en la serie «Aída» tenía claro desde la adolescencia su vocación. Un concepto, el de vocación, que le parece fundamental: «Es una lástima que se haya perdido, y que hoy prevalezca conseguir un trabajo que resulte muy rentable económicamente. Es empobrecedor en lo individual y lo colectivo». La vocación le ha llevado a ser un actor muy versátil moviéndose en cine -entre otros, su hilarante papel de Filemón-, y televisión, sin olvidar jamás el teatro. Así, en montajes como «La Fundación», «La visita de la vieja dama», «El pisito», «Rinoceronte», «El silencio de Elvis» o «Filoctetes», en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida del pasado año, escenario que ya había pisado antes en varias ocasiones, y al que ha vuelto con «Metamorfosis», de Mary Zimmerman, donde la dramaturga y directora norteamericana convierte en teatro el poema de título homónimo de Ovidio para ofrecer una brillante pieza, que nos llega en magnífica versión y dirección de David Serrano.

Usted es un veterano en Mérida...

Para mí es un sitio muy querido. En Mérida me siento como en casa. Es una ciudad muy acogedora y llena de atractivos, que conozco bien, pero siempre se pueden descubrir nuevos rincones. Y en cuanto a su teatro, nunca dejas de sentir el peso de la responsabilidad para no defraudar. Y especialmente en este caso, en el que la venta anticipada fue un éxito sin precedentes, por lo que la organización ha ampliado un día más de función.

¿Qué sintió en su debut en un sitio tan carismático?

-Cuando entré y pensé que tenía que actuar lo primero que experimenté fue mucho miedo. Un espacio tan singular, tan cargado de historia, tan bonito, y donde caben tantísimos espectadores infunde un gran respeto. Sobrecoge, pero a la vez te hace querer mucho el teatro porque eres muy consciente de que hace siglos y siglos ya se estaba representando allí. Y que hoy permanece el rito, la ceremonia teatral.

El teatro clásico y los mitos jamás pierden vigencia...

El mito en su momento fue una forma de contarnos la realidad y no tanto hacia el exterior como hacia nuestro universo interior. Nos encamina a comprender cómo las pasiones nos dominan y nos llevan a determinados lugares, cómo hay líneas rojas que no debemos traspasar, pues eso supone hacermos daño a nosotros mismos y a los otros. Los mitos son un retrato fiel del alma humana. No es arqueología. Están vivos. Apelan a cosas que no solo no han pasado de moda sino que nos siguen preocupando y ocupando.

«Defiendo el placer en la labor creadora, pero reivindico la disciplina, el esfuerzo, y una formación continua y exigente»

¿Destacaría alguna de las historias?

Es difícil elegir. Lo que subrayaría de la función es que uno sale habiendo visitado sitios, emociones muy diferentes. No obstante, por ejemplo, la del rey Midas y su ambición desmedida o la que nos habla de la destrucción de la naturaleza. Dos cuestiones que me inquietan mucho y son especialmente actuales. Ahí está el cambio climático.

El amor está muy presente. Hace tiempo Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut ya se refirieron a un «nuevo desorden amoroso». Y ahora, con la primacia del «amor líquido», en célebre expresión de Zygmunt Bauman, en la obra parece apostarse por uno sólido, comprometido...

Aunque hoy da la impresión de que el amor no tiene nada de eterno, quién no desea un amor perdurable, que te trascienda incluso cuando te hayas ido. De ahí la frase final de la función: «Déjame morir amando y así no moriré nunca».

Antes de arte dramático, cursó filosofía...

En el Bachillerato había asignaturas que no me atraían, pero cuando empecé a estudiar filosofía me interesó enseguida. Y, sobre todo, para decantarme por la filosofía a la hora de elegir carrera, tuvieron la «culpa» los estupendos profesores de esta materia que tuve en el instituto, con clases muy abiertas y participativas. No solo basadas en memorizar, aunque no le quito importancia a la memoria, esencial para un actor. Admiro mucho a quien tiene buena memoria, yo no la tengo. Me gustó mucho la serie de televisión «Merlí», protagonizada por un inconformista profesor de filosofía. Considero que la filosofía nos convierte en seres en permanente ebullición, espolea el espíritu crítico.

«Combiné la carrera de filosofía con la de arte dramático. Para mí, filosofía y teatro están muy conectados»

¿Sus padres no le dijeron que era una elección poco práctica?

No. Mis padres confiaban mucho en mí y me dejaron libertad para todo. Mi padre era barnizador y no había podido estudiar, y estaba feliz con que sus hijos sí lo hicieran. Algunos veranos me iba a trabajar con él, pero siempre me decía: «Estudia, que es lo mejor». Estoy muy orgulloso de mis padres.

Le apoyarían también cuando se dirigió hacia el arte dramático...

Claro. No me pusieron ninguna pega. Combiné la filosofía con el arte dramático, y ya en el instituto participé en grupos de teatro «amateur». Para mí filosofía y teatro están muy conectados. Al terminar los estudios, trabajé durante varios años en un ayuntamiento, a la vez que en el mundo del espectáculo. Y cuando me fueron saliendo más actuaciones, por ejemplo en el programa infantil «Cajón desastre», dejé el trabajo en el ayuntamiento y me volqué en la interpretación. Debuté profesionalmente en el teatro, un poco por casualidad, en la obra «La Périchole», inspirada en una novela de Mérimée. Me ofrecieron sustituir a Alfonso del Real en el montaje.

¿Tiene algún método interpretativo?

Las herramientas que manejo tienen que ver con Stanislawski, con Michael Chéjov, con cursos en La Abadía, con Lecoq. Y, como autodidacta, las destrezas del payaso, uno de mis personajes preferidos. Intento no abandonar Payasos Sin Fronteras, que me ha aportado mucho y me ha permitido ver de manera directa situaciones muy trágicas, con tantos niños afectados por los conflictos bélicos, algo ante lo que a veces la sociedad mira para otro lado. Las herramientas son la base pero llega un momento en que cada uno, como un pintor, tras aprender técnicas, hace su pintura. No me guío en exclusiva por ninguno de los métodos estudiados. Pero sí tengo un referente: cualquier labor creativa debe tener un punto lúdico, de disfrute. Lo que no significa bohemia. Defiendo el placer, pero reivindico el esfuerzo, la disciplina, la reflexión, una formación exigente y continua. En este aspecto, Concha Velasco, compañera en «Metamorfosis», es un modelo. No deja de estudiar, aprender y prepararse.

«Los políticos no valoran la cultura y tampoco atienden la ciencia como se merece. Les ciega el cortoplacismo»

¿Hay algún personaje que le encantaría especialmente encarnar?

Quizá varios, aunque pienso que a todos los personajes se les puede sacar su jugo. De todas formas, próximamente me pondré en la piel de uno que desde siempre me ha fascinado: Estragón de «Esperando a Godot», de Samuel Beckett, dirigido por Antonio Simón. Se estrena en noviembre en el Teatro Bellas Artes de Madrid.

Su faceta de escritor es quizá menos conocida...

Escribo en la medida en que dispongo de tiempo. Tengo una novela en el cajón y han aparecido varios libros de poesía, y «Bestiario del circo» y «Bestiario de teatro».

-¿A los políticos les interesa el teatro, la cultura?

Quizá más que no interesarles, el problema es que no se dan cuentan de la importancia que tiene la propiedad intelectual de un país, su mayor riqueza. No valoran la cultura y tampoco atienden la ciencia como se merece. Es un error la escasísima inversión en cultura y en I+D. Los políticos están cegados por el cortoplacismo. Me decepcionó la gestión cultural del Ayuntamiento de Madrid. Se esperaba mucho más de fuerzas progresistas.

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