Un «Lago» muy británico y sin sorpresas

El Royal Ballet presentó en el Covent Garden su nueva producción del ballet de Chaikovski, que visitará el Teatro Real en julio

«El lago de los cisnes» del Royal Ballet Bill Cooper
Julio Bravo

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Más de diez minutos de entusiastas aplausos rubricaron el estreno de la nueva producción de « El lago de los cisnes » del Royal Ballet, que la compañía inglesa traerá a Madrid, al Teatro Real, el próximo mes de julio. Había mucha expectación ante este estreno, ya que es la primera nueva producción que realiza la compañía británica de uno de los títulos capitales de la historia de la danza. El responsable de poner en pie el ballet ha sido Liam Scarlett (1985), que se ha convertido en el coreógrafo más joven a quien el Royal Ballet encarga la revisión de un clásico.

Había, pues, ambiente de acontecimiento en el patio de butacas del Covent Garden, abarrotado para la ocasión. Este patio de butacas ha visto a lo largo de su historia muchos «Lagos», bailados por figuras legendarias, desde Margot Fonteyn a Natalia Makarova . Y todas las miradas estaban puestas, lógicamente, sobre Liam Scarlett, cuya carrera como coreógrafo es breve. Su primer trabajo lo firmó en 2005. Un lustro después llamó la atención al presentar en el propio Covent Garden una obra, «Asphodel Meadows», que le abrió las puertas del Royal Ballet. En 2012, Kevin O’Hare, recientemente nombrado director de la compañía, le ofreció ser Artista en Residencia.

«El lago de los cisnes» del Royal Ballet Bill Cooper

Liam Scarlett asegura que su «Lago» quiere ser un homenaje a la historia del ballet en Covent Garden (una historia noble y áurea) y que no ha querido reinventar nada. «El mensaje es de por sí ya suficientemente grande», afirma. Su producción es muy canónica, muy fiel a la tradición, con un segundo acto que sigue con fidelidad la falsilla de la coreografía clásica de Petipa e Ivanov. Su mayor aportación ha sido abrir varios cortes que la tradición ha suprimido (como un paso a tres en el comienzo del tercer acto), nuevas coreografías en las danzas de carácter del mismo tercer acto (salvo la Napolitana, donde ha conservado el endiablado baile creado por Frederick Ashton) y una reestructuración del cuarto acto, por el que muchas producciones –entre ellas la del Ballet Nacional de Cuba, que es la que mejor conoce el público de Madrid– pasan de puntillas y simplifican enormemente.

Aquí se encuentra precisamente una de las más interesantes aportaciones de Liam Scarlett, que otorga al habitualmente fantasmagórico personaje de Von Rothbart (interpretado por Bennett Gartside) una humanidad inédita. Desdoblado en consejero de la Reina y en hechicero, Rothbart se mueve movido por su ambición de reinar, de ahí su animadversión por el Príncipe Sigfrido ; sin embargo, revelará al final un inesperado amor por Odette que le llevará a la desesperación cuando ésta se suicide arrojándose al lago.

Otra de las aportaciones de Scarlett en esta producción es situar la acción en los finales del siglo XIX , con referencias a la época victoriana e incluso a la de la preguerra de 1914 en el vestuario, que firma el veterano y respetado diseñador John McFarlane , un habitual en los escenarios operísticos de todos el mundo. El despliegue en el primer y tercer acto (sobre todo en este) es deslumbrante. También lo es la escenografía, que firma el propio McFarlane, especialmente la del tercer acto, majestuosa –presidida por una gran escalinata semioculta por un señorial telón–, y que recibió el aplauso espontáneo del publico al abrirse el telón. También los recibió Koen Kessels, que dirigió a la Orquesta de la Royal Ópera House con sabiduría la hermosa partitura de Chaikovski,

El Covent Garden es un escenario de una extraordinaria nobleza, adquirida con los años por la calidad de sus producciones y un saber hacer que tiene mucho que ver con la envidiable manera que tienen los británicos de respetar las artes escénicas, elevadas en este país verdaderamente a la categoría de arte. El estreno del jueves, tanto sobre el escenario como en el patio de butacas, desprendía ese halo.

Entre el público, porque sus aplausos, su respiración, su actitud, demostraba sabiduría, tradición y respeto. Sobre las tablas, porque la compañía demostró un poso, un porte, que son producto de muchos años de trabajo en la misma dirección, algo que en España no ocurre. Solo así se puede lograr –calidad al margen– esa unidad estilística, esa convicción, esa interpretación desprovista de acentos, que es marca de la casa y que le ha dado al Royal Ballet (sacudido para bien en los últimos años) el prestigio de que ahora goza.

Eso y, naturalmente, unos bailarines como los que protagonizaron el estreno del «Lago», comenzando por los sobresalientes Marianela Nuñez y Vadim Muntagirov.

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