«Giselle»: Un ballet hipnótico y para el siglo XXI

Tamara Rojo y James Streeter, en una escena de «Giselle» Javier del Real
Julio Bravo

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Hipnótico, conmovedor, emocionante, estremecedora. Son todos adjetivos que definen la « Giselle » que el English National Ballet ha traído al Teatro Real , obra básicamente de Tamara Rojo , como impulsora del proyecto, directora de la compañía y protagonista de la velada; y de Akram Khan , creador de la versión y de la coreografía. No es fácil meterle mano a los grandes títulos del ballet clásico. No lo es convertir «Giselle», un sencillo cuentito romántico de acentos góticos en su segundo acto, en una historia de profundidades que pueda -y esa era la intención de Tamara Rojo al encargar la versión a Khan- interesar a los espectadores del siglo XXI que no hayan sentido interés por el ballet.

Akram Khan ha transformado la historia de la joven campesina despechada que muere loca de amor y vaga junto a las willis -novias que murieron antes de sus bodas- obligando a los hombres a bailar hasta morir extenuados en otra historia diferente. Aparece la lucha de clases, el paro, la injusticia social, la picaresca incluso; Giselle abandona su inocencia para convertirse en una líder dentro de su comunidad y una mujer llena de firmeza y seguridad; aunque las dos giselles, la clásica y la de Akram Khan, comparten su amor infinito y una generosidad que va más allá de la muerte.

La «Giselle» de Akram Khan es un espectáculo deslumbrante, una pieza dramática de primer orden, que trenza a la perfección la música, la atmósfera y la coreografía, con el añadido, no pequeño, de la interpretación. Khan, que según ha contado estos días Tamara Rojo no había visto nunca la «Giselle» clásica antes de recibir el encargo, es uno de los más extraordinarios coreógrafos de hoy en día. Poseedor de un lenguaje propio claramente reconocible, en el que el kathak indio -él es británico de origen bangladesí- es una de sus señas de identidad. Lo une en «Giselle» a las puntas clásicas, en un trabajo arrebatadoramente bello y fascinante, apoyado por una partitura de su colaborador habitual, Vincenzo Lamagna (con algunas citas, literales o encubiertas, a la música de Adam), que con sus melodías repetitivas y en crescendo (fórmula que emplea en más de una ocasión) consigue momentos de un increíble dramatismo. El dúo final entre Giselle y Albrecht es una de las piezas más hermosas -por música, coreografía e interpretación- que pueden verse hoy sobre un escenario.

Tamara Rojo es una artista superlativa por personalidad, expresividad y calidad de movimiento; sus giros en el citado dúo valdrían ya por toda la noche. Su compañía -y los solistas- sigue sus pasos y muestra una solidez y una entrega admirables. Éste es el camino que ha de seguir el Teatro Real en su programación de danza.

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