«La gaviota», cuando la vida imita al arte, o viceversa
Àlex Rigola presenta en el Teatro de La Abadía su particular visión sobre el clásico de Chéjov
Primero fue «Vania», después «Un enemigo del pueblo» y ahora «La gaviota». Àlex Rigola tomó hace unos años un particular camino en el que a partir de «piezas» clásicas, como él mismo las denomina, formula sus propias propuestas en las que actores y personajes, sus vidas y el texto, se entrelazan de manera que se «rompen las fronteras del arte y la vida en este espacio ágora que para mí debe ser el teatro», dice el director. De hecho, los actores conservan sus nombres en escena, visten la misma ropa con la que llegaron de la calle, y se interpelan de manera que los espectadores no saben bien si están hablando de ellos o de las criaturas que concibió Anton Chéjov . Y es que para Rigola el teatro debe ser «un lugar en el que el público es interpelado por las personas que hay sobre el escenario para remover aquello que reconocen en sí mismos».
« La gaviota » es uno de los textos fundamentales de la historia del teatro, y su autor, Anton Chéjov, uno de los pilares de la dramaturgia contemporánea. «Habla del teatro, y todos los que nos dedicamos a esto queremos transitar por él, y lo hemos hecho en algún momento de nuestra carrera. Es un texto esencial». Son palabras de Carlos Aladro , director del Teatro de La Abadía, a cuyo escenario, curiosamente, Chéjov se ha asomado; lo hizo solo una vez antes de esta «Gaviota», y fue en una reescritura de «Tres hermanas» que firmó José Sanchis Sinisterra .
A través de la historia del encuentro entre una actriz madura en decadencia y una joven aspirante a intérprete, de un rebelde dramaturgo incipiente (hijo de la primera) y un afamado escritor (amante a su vez de la actriz), «La gaviota» habla del paso del tiempo, del arte nuevo y el arte viejo y, a través de ello, de ese cambio social que subyace en toda la obra del escritor ruso.
La Abadía abre su temporada con el estreno de un montaje que estaba previsto que viera la luz el pasado mes de marzo. Con un espacio escénico concebido por Max Glaenzel (una mesa, una butaca y una pantalla son prácticamente sus únicos elementos) iluminado por August Viladomat, seis actores componen su reparto: Nao Albet , Pau Miró (un autor teatral que por primera vez se sube al escenario como actor, para interpretar al escritor Trigorin), Xavi Sáez , Mónica López , Irene Escolar y Roser Vilajosana . Óscar de la Fuente sustituirá a Xavi Sáez los días 11 y 27 de septiembre, mientras que Melisa Fernández hará lo propio con Irene Escolar los días 20 y 22 de septiembre.
Precisamente a ellos, a los actores, se refiere Rigola, y subraya su «grado de generosidad muy muy elevado, porque en esta propuesta hay una parte de ficción pero hay una parte de ellos mismos. Para llegar a esta aproximación han tenido que desnudarse totalmente y hablar de ellos mismos ; contar sus dudas y sus miedos, jugar con que lo que se pueda contar de ti sea verdad o no. Nos ofrecen su mirada mezclada con la de Chéjov, en una forma de acercarme al teatro que para mí es imprescindible. No creo que el teatro tenga que ser esto; es la forma en la que yo me siento confortable haciendo teatro». Y añade Rigola que para él no hay nada de ficción porque es un poco todos los personajes. «El éxito merecido de Chéjov es que nos reconocemos de una forma muy directa en todos y cada uno de los personajes».
No ha modificado, dice el director, la Covid-19 la mirada sobre la obra, ni la manera de contar el conflicto, que se enmarca en el contexto del mundo del teatro y que refleja el amor hacia esta profesión. Aunque sí ha cambiado, reconoce, el desarrollo del montaje. «Son solo pequeños cambios formales. Este cuidado que tenemos con la pandemia lo tenemos encima del escenario con las distancias ; antes había más abrazos y besos. Es un momento en que hay que vigilar todo esto, y queremos hacer todas las funciones».
