Fantasmagoría e incertidumbre

Obra singular, de una escritura escénica exigente, «Monsieur Goya (una indagación)» escenifica los últimos años del pintor de Fuendetodos orientándose hacia una perspectiva distinta, alejada del relato histórico convencional

Diego Doncel

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Obra singular, de una escritura escénica exigente, «Monsieur Goya (una indagación)» escenifica los últimos años del pintor de Fuendetodos orientándose hacia una perspectiva distinta, alejada del relato histórico convencional. El Goya del Madrid de 1821, encerrado en la Quinta del Sordo, o el del exilio en Burdeos desde 1824, era un hombre y un fantasma que arrastraba sus crisis personales, sus crisis físicas y las heridas de una España que se desenvolvía a garrotazos, o que había puesto el garrote vil a la vuelta de cualquier esquina de la historia. Un hombre a la deriva, complejo e inasible al que Sanchis Sinisterra busca en esta obra a través de los testimonios de quienes lo trataron en los últimos años: Leocadia Zorrilla, su ama de llaves; Leandro Fernández de Moratín, la pequeña Rosario, a la que quiere convertir en su discípula; Antonio Brugada…

Porque Goya fue muchos hombres en uno y su biografía está llena de muchas vidas, Sinisterra echa mano de una voz autoral en off que corrige o enmienda las distintas versiones que se van dando de él, de la obra que se quiere escribir. Crea saltos en el tiempo, hace de la obra un enorme juego metateatral, rompe las paredes, corrige las acotaciones, el relato, se instala en una enorme interrogación sobre la realidad y sus fantasmagorías. Como se dice en algún momento, asistimos al espectáculo de un Goya hecho de pinceladas, un caleidoscopio capaz de ver en él a un hombre plural.

«Monsieur Goya (una indagación)» es, por eso, un texto de los márgenes, de las fronteras del sentido, donde hay un constante cuestionamiento de lo que entendemos por personalidad y lo que entendemos por verdad histórica. Sin duda no es fácil para el espectador no perderse en ese juego de espejos, en la modificación que Sinisterra propone de la percepción realista, no echar en falta que esa emoción de un Goya perdido en sus encrucijadas llegue con más claridad. Hay una exigencia intelectual más que emocional, en fin. Pero la apuesta de Sinisterra nunca es complaciente, nunca busca ampararse en las fórmulas comerciales, ni en los discursos previsibles.

A destacar la dirección de Laura Ortega, que sabe crear una atmósfera cambiante, llena de fantasmagorías ópticas, de personajes que son sombras, señalada por el dolor y la conciencia del fin. Y las vídeoescenas de Daniel Canogar, donde el collage produce una lectura que relaciona la época de Goya con la nuestra. La interpretaciones son también interesantes, sobre todo en ese juego tan unamuniano o pirandelliano de enfrentarse a sus propios personajes.

Dos siglos después de que Goya realizara las Pinturas Negras, Sanchis Sinisterra vuelve sus ojos a aquella estética de extrema expresividad para crear su propia búsqueda dramatúrgica, el mapa de su incertidumbre y el mapa de la incertidumbre del espectador.

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