Chéjov en un desierto exiliado

Yaiza Marcos y José Bustos, en 'Paloma negra' Susana Martín
Julio Bravo

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El exilio intelectual español es un desierto poblado de recuerdos, de ausencias y de nostalgias. Y hacia ese desierto -y concretamente el mexicano- viaja Alberto Conejero en su nuevo trabajo -definido por el propio dramaturgo como «tragicomedia»-, ' Paloma negra '. No hay, ha dicho el autor, intención política en su texto, sino simplemente acercarse a la humanidad de figuras como Margarita Xirgu o Max Aub, que se vislumbran a través de los personajes de la función.

Para contar su historia, Conejero ha utilizado la falsilla de ' La gaviota '; la tensión entre los viejos y los nuevos tiempos que Chéjov mostraba a través de sus personajes se convierte en Conejero en una tensión entre la nostalgia y el desapego por la España que los personajes mayores añoran y los jóvenes desprecian. El objetivo de enlazar esos dos mundos, el chejoviano y el del exilio, aparece sin embargo desleído, desencadenado a menudo de la historia.

'Paloma negra' es una obra brillantemente escrita, con esa poética profundidad a que nos tiene acostumbrados Alberto Conejero, un alquimista de las palabras. El propio autor ha dirigido la función, y lo ha hecho con simplicidad -incluso podría decirse que demasiada por lo que respecta al esquemático espacio escénico-; cuenta, sin embargo, con seis magníficos intérpretes, encabezados por la siempre señorial Consuelo Trujillo , una moderna Arkadina de acento español.

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