Sevilla

Jueves Flamencos de la Fundación Cajasol: Ana Morales, el color negro

La bailaora presenta «Lo indefinido» en el Teatro Cajasol después de hacerse con un Giraldillo en la pasada Bienal de Flamenco de Sevilla

Ana Morales, en un momento del espectáculo Fundación Cajasol

Luis Ybarra Ramírez

Lo indefinido , por definición, es aquello que no se puede definir. Y, precisamente por eso, genera expectativas . Se entiende que no puede clasificarse por elevado o diferente. Quizá por novedoso o raro. Por abstracto. Desde este punto de partida, el espectáculo presentado por Ana Morales en los Jueves Flamencos de la Fundación Cajasol cumple por momentos su premisa. Cada vez que se asoma a la línea valiente y peligrosa de lo inconcluso.

La bailaora catalana, que desde sus 16 años está afincada en Sevilla, rescata algunas piezas de obras anteriores y las cose bajo una misma estética . Lo hace con hilo negro y bajo el velo de Lorca y Morente . Esta es una mirada fija y constante que sale a relucir en sus braceos empapados de misterio. En la puesta en escena y las luces. En los ecos y los versos lorquianos que se escaparon por las voces de Sandra Carrasco y Juan José Amador . Del poeta se queda, sin embargo, con lo amargo y oscuro hasta llegar a quitarle todos los demás colores y atributos. No hay verde rama ni limón, solo lágrimas y pozos. Y, justo en este aspecto, estaba el riesgo de una propuesta que podría haber resultado monótona si se hubiese extendido algo más en su duración, que apenas alcanzó la hora.

La iluminación es tenue desde el comienzo. Todo es negro sobre el escenario: los trajes, los silencios, la pesadumbre . Incluso la guitarra de Canito , que regala gañafones por peteneras que sirven de contrapunto a la finura de Ana Morales, técnicamente perfecta, y les permite crecer en intensidad. Los cantes y los bailes se van diseccionando al unísono. Se construyen y deconstruyen a la par. Así se modifica, por ejemplo, la granaína, el taranto y el fandango en el que se unieron los universos de Camarón y Enrique Morente, interpretado con rabia por el cantaor sevillano, cada vez con más grietas bajo sus barbas.

Hay también algo de psicodelia en su baile cuando se acerca a la batería que redobla por seguiriyas con unos focos intermitentes en el escenario. Es quizá su trance más enérgico, el ecuador del espectáculo y su mayor entrega. Después, una soleá apolá que siempre reclama melodía: El «Reniego de los rosales» del maestro Pepe Marchena . Esta vez, en boca de la cantaora onubense. La estampa no abandona ese prisma sombrío que envuelve los detalles y es el guitarrista quien sale con su instrumento en solitario y de pie en busca de lo popular; las coplas y los muleros en seis cuerdas imperfectas que en ese instante son de todos. El teatro viaja entonces en dos acordes del intimismo radical de ella a la cultura del pueblo. Eso sí que es Lorca .

Lo indefinido tiene la amenaza continua de incluir lo innecesario, ya que es una alberca que admite giros que van más allá de lo elocuente, elementos que causan distorsión y ambigüedades. Pero Ana Morales se mantuvo en un filo atractivo que atrapó de lleno a los espectadores. Llegó a Sevilla después de hacerse con el Giraldillo al Baile en la pasada Bienal y revalidó el premio con elegancia . Ahora todo se ha contagiado de negro tras sus pasos.

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