Festival de Cine Europeo de Sevilla

Lapid y Mattotti, el cine de la edad adulta

El cineasta israelí Nadav Lapid regresó a Sevilla con «Sinónimos», festival donde se han podido seguir casi todos sus trabajos

Fotograma de «Sinónimos», de Nadav Lapid ABC

Alfonso Crespo

Más benévola que la del martes, la jornada de ayer nos expuso a una de las películas de mayor exigencia y calado del año, «Sinónimos» , con la que el cineasta israelí Nadav Lapid regresó a Sevilla, donde se han podido seguir casi todos sus trabajos.

La historia de Yoav —donde se refleja la del propio Lapid— es la de un joven que huye de Israel y, en cierta medida, ensaya un borrado y una resurrección desde cero en París , donde por un lado el pasado (la lengua, la tradición, la nación militarizada a la que no se desea pertenecer más) y, por otro, el futuro (la integración en otro Estado que poco a poco va desvelando sus aporías constitutivas) tensan un presente como campo de batalla filmable.

Y es ahí donde Lapid lo arriesga todo, y convierte el desarraigo psíquico, lingüístico y urbano de Yoav (del que hace partícipe, en ambiguo triángulo, a una joven pareja parisina) en una oportunidad inédita de transmitir sensaciones y modular pensamientos desde su respiración íntima. ¿Será Yoav un misterioso extraño que, a la manera del de «Teorema» , venga a sacudir los cimientos de la burguesía? ¿O quizás los chicos benefactores una suerte de renovados «niños terribles», nunca dispuestos a darse del todo? No: Lapid, aparcando la cinefilia, tantea una solución nueva para sus problemas, invenciones turbadoras que desorientan al espectador mientras lo atrapan.

La mañana ya la había inaugurado felizmente «La famosa invasión de los osos en Sicilia», cinta de animación del veterano y legendario Lorenzo Mattotti , aquí apoyándose en Dino Buzzati , en su capacidad para sondear alegóricamente la condición humana cuando el poder se le cruza como atracción despótica y potencialmente colonizadora, para completar una película honda y deliciosa. Mattotti y su equipo reviven los cuidados dibujos con asombrosa delicadeza y vuelo plástico sin simplificar nada de las implicaciones y matices de un relato divertido y emotivo, pero igualmente incómodo.

Más de puntillas nos vemos obligados a pasar por «Atlantis», tercera película a competición ayer, otra distopía, ucraniana en esta ocasión, que plantea el futuro de la zona como un grisáceo erial postapocalíptico donde al menos existen misiones para exhumar y clasificar los cadáveres de la pasada guerra. Solemnidad calculada en planos largos, insufribles y gratuitos; pornografía refrigerada, en definitiva, que sólo calientan un puñado de tomas con cámara termográfica a la manera de Grandrieux, «Atlantis» nace bastante vieja y dudamos de que respire fuera de los festivales y de la imaginación nocturna adolescente que les es propia.

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