Sara Baras: «Mostrarte tal y como eres es lo que te hace crecer»

La bailaora y coreógrafa inaugura esta noche Los Conciertos de La Muralla de Alcalá de Henares con su espectáculo «Sombras»

Sara Baras en el fotocartel de «Sombras» ABC
Nacho Serrano

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El Recinto Amurallado del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares celebra a partir de hoy una nueva edición de Los Conciertos de la Muralla, que este año ofrece un cartel de primera división que incluye a Hombres G y Sidecars (29 agosto), Diego «El Cigala» (31 de agosto), El Dúo Dinámico (1 de septiembre), Serrat (21 de septiembre), Rozalén (15 de septiembre), Niña Pastori (28 de septiembre) o Pablo López (29 de septiembre), entre otros.

Esta noche, Sara Baras será la encargada de inaugurar el ciclo con «Sombras», un espectáculo creado con motivo del vigésimo aniversario del Ballet Flamenco Sara Baras, y cuyo hilo conductor es « La Farruca », un baile que ha acompañado a la artista gaditana a lo largo de estos veinte años de trayectoria, y con el que ha cosechado innumerables éxitos.

¿Cómo han evolucionado sus sentimientos hacia este baile con el paso de los años?

Los valores que representa este baile los tengo cada vez más presentes: la valentía, la profundidad, el riesgo. La verdad, el no cubrirte de adornos, sino ser realmente libre pero con respeto. La libertad de mostrarte tal y como eres. Por eso, cuando me dicen que si ya hago este baile con los ojos cerrados, digo que al revés. Cada vez tiene más riesgo porque cada vez te exiges más, buscando la belleza de algo cada vez más profundo.

Llama la atención lo que comenta sobre no cubrirse excesivamente de adornos. ¿De la Farruca también ha aprendido que el ornamento puede ser delito?

Pues mire, le voy a decir la verdad. Creo que desde el principio de mi carrera siempre he sido una artista a la que le gustan las cosas sencillas. Me gusta ir directamente al corazón. Y claro, en mi carrera ha habido momentos en los que me he sentido menos yo, en los que he tenido que aprender y meterme en un vestido en el que no me encontraba e intentar moverlo. Y no solo por un vestido, sino por situaciones en las que te dices a ti misma: «yo no soy de aquí». Pero bueno, hay que sacar lo positivo incluso de lo más negativo y sacarle partido también a esas situaciones. Al principio no quería ponerme lunares porque mi forma de ser flamenca estaba por dentro. No quería ponerme una peineta porque creía que me sobraba. Son cosas que a veces haces con ignorancia o con miedo, porque siempre hay mucho que aprender. Con el tiempo, he aprendido que mostrarte tal y como eres, desde el agradecimiento y el respeto, es lo que te hace crecer.

La escenografía contará con el «garabatista Andrés Mérida. ¿Ha acuñado usted esa palabra?

Él dice que yo le he bautizado (risas). Es un pintor maravilloso que nació en Algeciras, como el maestro Paco de Lucía, y lo que hace son garabatos mientras yo bailo. Es una cosa bestial, yo me enamoré de sus dibujos y por eso en «Sombras» contamos con su arte. Es alucinante verle dibujar, habría que grabarle con una cámara de esas súper lentas porque es imposible seguirle la mano con la vista (risas). Él dice que lo que hace es captar y reflejar la energía, es una cosa muy especial.

En las horas previas al espectáculo, ¿cómo se prepara mentalmente para el torbellino de emociones que supone «La Farruca»?

Eso es muy interesante. Porque aunque el espectáculo esté medido al milímetro y todo esté en su sitio, luego sobre el escenario hay muchísima improvisación, y hay momentos que si no los sientes no los puedes bailar. Por eso, la preparación previa es muy importante. Por suerte, en esta compañía vamos a por todas, al doscientos por cien cada noche. En las pruebas de sonido y los ensayos estamos a tope y concentradísimos, para que cuando se levante el telón estemos bien calientes. Además, cada día nos tenemos que adaptar a un escenario diferente, y eso nos hace sugerir cosas nuevas: que si hacemos esto aquí o o lo otro más allá. No soy una artista de encerrarse en su camerino, prefiero que estemos todos juntos para concentrarnos, corregir cosas, hacer sugerencias, o preguntarnos qué tal nos ha ido el día, contagiarnos la energía. Prefiero ese no parar al silencio del camerino.

La improvisación le ha permitido a esta obra seguir viva, fresca durante dos décadas.

Claro, porque es una obra viva. La improvisación afecta incluso a los técnicos de luces. Porque si una noche estás especialmente emocionada con una parte en concreto, a lo mejor no la cierras a los seis compases sino a los ocho, y los técnicos tienen que estar ahí contigo, captando ese sentimiento para intuir lo que deben hacer. En esta compañía, desde el primero hasta el último somos todos unos enamorados del directo, nos enamora que pasen cosas irrepetibles. Esa es nuestra búsqueda. Como decía mi queridísimo Rancapino cuando le hacían repetir una letra en un estudio de grabación: «Mira, que lo que sale no vuelve a entrar» (risas).

¿Cuando termina le cuesta bajar a la Tierra, como quien dice? ¿O la veteranía le permite manejar ese interruptor?

Sí, sí me cuesta. Hay algo que a mí me puede, que es haber sido madre. A partir de eso, todo lo siento de otra manera. Ha cambiado mi escala de valores, todo. Es lo más importante de mi vida, lo antepongo a todo lo demás. Pues fíjate: cuando mi hijo era más pequeño y me lo llevaba a un espectáculo, al terminar yo bajaba del escenario e iba corriendo a cogerlo en brazos. Pero sentía que lo cogía con postura de bailaora más que de madre (risas). No, no puedes desconectar así como así de la Farruca.

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