Rufus Wainwright, una foto fija de la belleza arrebatada

El canadiense debutó en el Festival de Peralada con un emotivo recital a solas con el piano

Wainwright, el sábado, durante su actuación en Barcelona TOTI FERRER

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Rufus Wainwright acaba de terminar su segunda ópera, está preparando ya la esperada continuación de «Out Of The Game», su último disco de pop más o menos convencional, y se ha dejado crecer una barba espesa y canosa con la que sale al escenario quién sabe si para recordarse a sí mismo que este año se cumplen veinte años desde que lanzó su debut homónimo. Esto último, de acuerdo, es pura especulación, pero de todo lo anterior informó con diligencia el canadiense el sábado por la noche mientras saltaba del piano a la guitarra y sellaba su estreno en Festival de Peralada con otro de esos elegantísimos y estilizados recitales en solitario a los que parece haberle cogido el gusto en los últimos años.

Una foto fija como la que ya enseñó hace un año en el Festival de Pedralbes –anécdota calcada para introducir «Gay Messiah» incluída– que, además de contrastar con el bullicio creativo que se intuye en el horizonte, le permite explotar a conciencia sus mejores armas sin necesidad de esforzarse demasiado. A saber: intimidad sabiamente conducida, virtuosismo al piano, sentido del humor contagioso, una voz de belleza arrebatada y un repertorio que sigue firmemente anclado a trabajos clásicos como «Poses», «Want Two» y «Out Of The Game».

Es cierto que en Peralada, donde compareció ataviado con un vistoso conjunto de chaleco y pantalones dorados, también hubo estrenos, joviales versiones de Leonard Cohen –cayó, cómo no, su sentida versión de «Hallelujah», aunque también una «So Long, Marianne» de contornos algo más festivos– e incluso un desconcertante momento con bases pregrabadas y amagos de rapeado que sirvieron para introducir la canción que le ha dedicado a Donald Trump –«es una canción mala porque es precisamente lo que se merece», bromeó–, pero se empieza a echar de menos un concierto con banda que lo aleje ligeramente de su zona de confort.

A la espera de que esto ocurra –en abril, en el Liceu, y dentro de la gira conmemorativa «All These Poses», según el mismo se encargó de avanzar–, Wainwright se entretiene con impecables recitales que, pese a los síntomas de agotamiento del formato, siguen brillando gracias a la elegancia oscura de «The Art Teacher», a ese sentido homenaje a Jeff Buckley que es «Memphis Skyline» o al poderío de himnos tan robustos como «Cigarettes & Chocolate Milk» y «Going To A Town».

Canciones-río que el canadiense despacha con convicción desde el piano –menos suelto se le sigue viendo cuando agarra la guitarra– y a las que se sumaron el sábado dos estrenos que apuntan maneras: «Alone Time», con su garganta desplomándose sobre el teclado, y «Early Morning Madness», desolado relato de una atroz resaca. Antes de despedirse con la emotiva y contenida «Poses», el canadiense tuvo tiempo para acordarse de Carme Mateu, la fundadora del festival fallecida el pasado mes de enero, y le dedicó una escalofriante versión a capella de «Candles», canción que escribió tras la muerte de su madre, la también cantante Kate McGarrigle.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación