En Malí no quieren la «música de Satán»

Cuando los yihadistas tomaron el poder en el norte del país africano, en 2012, todos los músicos tuvieron que exiliarse por miedo a ser azotados, encarcelados o mutilados

Madrid Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

«Nosotros, los muyahidines, prohibimos de ahora en adelante la radiodifusión de cualquier música. Esta prohibición entra en vigor desde hoy. Hemos informado a todos los propietarios de las emisoras de que no queremos música de Satán». Con este mensaje de radio se despertaron, en el norte de Malí, a finales de agosto de 2012. Ciudades como Gao, Tombuctú o Kidal acababan de ser conquistadas por los extremistas islámicos de Ansar Dine, grupo vinculado a Al Qaida que comenzó a instaurar, inmediatamente después, la sharia y penas de cárcel, lapidación o amputación para todo aquel que no cumpliera con sus leyes.

«La música es su pistola, el Kalashnikov con el que se enfrentan a la represión»

Lograron el control de la región aliándose con el Movimiento de Liberación de Azawad

(MNLA), un grupo laico e independentista formado por los tuaregs del norte que no se percató de que los fundamentalistas terminarían impregnando con su ideología todos los aspectos de la vida en los territorios ocupados. Y cuando lo hicieron, fue tarde. Llegaron las prohibiciones del alcohol, el tabaco, el fútbol y, por último, la música. «Los yihadistas llegaron a Gao el 31 de marzo por la mañana. Venían de todas las direcciones. Entonces cogí mis instrumentos y los escondí. Pero un día me cogieron y me dijeron: "Sabemos que haces canciones y no debes hacerlas. No toques la guitarra y no te haremos daño"», cuenta Moussa Ag Sidi en «The Hill Have to Kill Us First» (Tendrán que matarnos primero), el documental presentado recientemente en el festival In-Edit, que cuenta el exilio de los músicos del norte Malí por la llegada de los radicales islámicos.

Artistas como Fadimata «Disco» Wallet Oumar, los miembros de Songhoy Blues o Khaira Arby tuvieron que huir de sus ciudades para poder seguir creando sin temor a morir, recibir latigazos o ser encarcelados. Todo ellos en un país donde «la música lo es todo, la principal herramienta de comunicación de sus habitantes», asegura a ABC la directora, Johanna Schwartz. «Han tenido experiencias horribles con los yihadistas, que entraron en sus casas amenazándoles y robándoles sus guitarras. Por eso decidieron luchar contra ellos con sus canciones. La música es su pistola, el Kalashnikov con el que se enfrentan a la represión», añade.

Esa actitud es una rebelión musical en toda regla, pero no una como la que pudieran protagonizar los Beatles en los 60 o el punk a finales de los años 70. Es una rebelión potencialmente mortal, por el desafío que supone enfrentarse a la línea dura del islam, con el único objetivo de mantener vivo el espíritu de la música, que estuvo prohibida en el norte del país hasta principios de 2013. Y mientras ellos tocaban lejos de sus ciudades, los yihadistas destruían estaciones de radio, torres de telefonía móvil y estudios de grabación, convirtiendo a los músicos en objetivos potenciales de su violencia. En muchos sitios, además, la música no volvió hasta más de un año después de la expulsión de estos grupos y, en otros tantos, todavía no ha regresado por el temor a que vuelvan de nuevo.

«Prohibir la música aquí es como cortarle el oxígeno a la gente»

«Prohibir la música aquí es como cortarle el oxígeno a la gente. Yo solo quiero volver a actuar en Tombuctú, mi casa», confesaba en el documental Khaira Arby, poco después de huir a la capital, Bamako. La misma ciudad donde este viernes otro grupo terrorista asesinó en un hotel a 27 inocentes a grito de «Alá es grande».

Ahora, tras la huida de los fundamentalistas, Khaira vuelve a tocar gratis en Tombuctú. Lo mismo que Disco, otra de las cantantes del país, que llegó a pasar una larga temporada en el campo de refugiados de Saag-Nioniogo, cuando Ansar Dine y el MNLA conquistaron el norte y más de 475.000 personas fueron desplazadas. «Las canciones que cantamos son mensajes acerca de la educación, la belleza, la enfermedad o la moralidad. La música es como la prensa para nosotros, todo ocurre a través de ella», explica, con la misma idea de resistencia siempre de fondo: «Si me matan, no podré tocar más. Pero, siempre y cuando esté viva, lo haré. Tendrán que matarnos primero», asegura. Y la misma.

Songhoy Blues es la banda más célebre en Europa de todos estos músicos salidos del norte de Malí, pues han contado, con su punk-blues arenoso, con el beneplácito de estrellas como Brian Eno. La forman cuatro veinteañeros que se divertían tocando en las calles de Gao, Tombuctú o Kidal, cada por su cuenta, hasta que los yihadistas se hicieron con el control. Entonces se metieron con sus instrumentos en un autobús y huyeron a Bamako.

«Nuestra forma de resistir son nuestros instrumentos»

«Dejé Gao un mes después de la crisis. Luego me enteré por la televisión y la radio de que había bandidos armados con miles de pistolas en mi ciudad natal. Nuestros padres, hermanos y amigos estaban allí y no podíamos comunicarnos con ellos. Era muy peligroso y no sabíamos qué hacer», cuenta en Garba Toure, el guitarrista, en «The Hill Have to Kill Us First». Una vez en la capital, se dieron cuenta de que había muchos desplazados del norte como ellos y empezaron a escribir canciones «con las experiencias que traían todos». «Decidimos crear algo con lo que superar nuestro dolor», prosigue su compañero, Oumar Toure.

La banda se abrió enseguida un hueco en el circuito local de de la ciudad, hasta que apareció Marc-Antoine Moreau en Malí buscando talentos para el proyecto Africa Express, comandado por Damon Albarn, cantante de Blur. Garba le llamó para mostrarle las maquetas de Songhoy Blues, la cuales llamaron atención rápidamente. Había algo nuevo en ellos, pensó. Entonces se los llevó a grabar con Nick Zimmer, de la banda británica Yeah Yeah Yeahs, con el que hicieron «Soubour», un crudo tema de rythm & blues eléctrico con aires africanos. Aquello les abrió las puertas de festivales europeos y propició su primer viaje a Londres, donde grabaron las primeras tomas de lo que sería su primer disco, en el mismo estudio de Albarn, pero que decidieron acabar en su Bamako del alma.

El título no podía ser otro: «Music in Exile» (música en el exilio). «Tenemos que resistir. Y nuestra forma de resistir son nuestros instrumentos», sentencia Oumar.

Ver los comentarios