Javier Perianes
Javier Perianes - josep molina

Javier Perianes: «No hay por qué ser español para entender mejor la música española»

El pianista, que acaba de publicar un disco con obras de Grieg, se encuentra ahora en una gira por América

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A sus treinta y seis años, el onubense Javier Perianes se ha convertido en uno de los pianistas españoles más internacionales. Basta echar un vistazo a su agenda reciente o a sus citas pendientes para comprobarlo. En ella están anotadas formaciones como la Filarmónica de San Petersburgo, la Orquesta de París o la Sinfónica Nacional de Washington;directores como Yuri Temirkanov, Charles Dutoit o Jesús López Cobos; y salas como el Cadogan Hall de Londres, la Sala Pleyel de París o la Gewandhaus de Leipzig. Estos días se encuentra inmerso en una gira por América, con paradas en Estados Unidos, Brasil y Uruguay y acaba de publicarse su último disco, en el que interpreta, junto a la Sinfónica de la BBC, y bajo la dirección de Sakari Oramo, el «Concierto para piano» de Grieg y una selección de sus «Piezas líricas».

«Todo surgió de una gira que tenía con la orquesta de la BCC, en la que tocaba ese concierto, y mi discográfica, Harmonía Mundi, al ver que no lo tenía en su catálogo, me animó a grabarlo. Sakari Oramo, además, es finlandés y conoce bien el folclore de los países nórdicos; tenía hasta un punto orgánico».

–¿Hay algún punto de conexión entre ese folclore nórdico y el folclore español, tan importante también en nuestra música clásica?

–Nunca me he parado a pensarlo con detenimiento. A lo mejor el uso de ciertos adornos, de ciertas apoyaturas... Pero eso vincula el folclore español con la música árable y el folclore del Norte de África. Puede ser que haya ciertos toques universales en el folclore. Pero directamente, no veo conexión. Lo que sí veo es un vínculo entre las «Piezas líricas» y sus inmediatas predecesoras, las «Canciones sin palabras», de Mendelssohn –su anterior grabación discográfica–;parece que ha sido premeditado, pero no.

–¿Cree usted que los músicos españoles comprenden mejor nuestra música –Falla, Albéniz, Granados...–, al tener sus partituras un componente folclórico y nacionalista?

«Artur Rubinstein popularizó la música española fue Rubinstein. Y no era de Sanlúcar de Barrameda precisamente»

–Hasta cierto punto... Uno de los intérpretes que popularizó la música española fue el pianista Artur Rubinstein. Y no era de Sanlúcar de Barrameda precisamente. Podemos hablar de Alicia de Larrocha, catalana y española universal, que entendía como nadie la «Iberia» de Albéniz, cuando el ochenta por ciento de esta obra viene del folclore andaluz. No creo que haya un ingrediente que haga que la música española la tenga que entender mejor un español que un francés, si es que éste se aproxima y conoce su origen. ¿Por qué va a tocar Falla un español mejor que Martha Argerich y Daniel Barenboim? Hay versiones absolutamente legendarias y de referencia de intérpretes no españoles, que se han acercado a conocerla de cerca. La música no tiene DNI ni tiene nacionalidad. Arturo Benedetti-Michelangeli, italiano, o Krystian Zimmerman, polaco, son intérpretes de referencia de los «Preludios» de Debussy, músico francés. Su música, como la de Ravel o la de Falla, bebe de elementos del folclore, pero se convierte en sus manos en universal. El secreto está en aproximarse a esa música y conocerla desde las entrañas para poder defenderla y darle esa pátina de universal.

–Y ser bueno...

–Claro, con eso hay que contar.

–¿Qué dificultades plantea Grieg?

–El concierto está lleno de trampas, Es un concierto de bravura que necesita músculo y un sonido de muchísima potencia porque el ejército orquestal contribuye a la batalla. Es uno de los conciertos románticos por excelencia. El desafío de Grieg al instrumentista es extraordinario, pero es mayor aún el musical, porque hay que conciliar el elemento virtuoso con la pátina romántica, delicada, refinada, que tienen algunos pasajes –se detiene y repara en el sonido del hilo musical–. Y ahora nos ponen a Chopin...

–¿Le molesta el sonido ambiente?

«El sonido ambiente, cuando es música clásica, me molesta muchísimo»

–Cuando es música clásica, muchísimo. No puedo evitar pensar en quién puede ser el intérprete, en reconocer el fraseo. Yo prefiero que no haya nada... El ser humano no necesita una banda sonora que le acompañe mientras habla con otra persona... –Se queda en silencio y escucha– Es un estudio de Chopin, el Opus 10 número 8... Esto es un infierno... Lo peor es conocer la obra y haberla tocado... Siga preguntando, porque si no...

–¿Tiene algún otro disco en cartera?

–Lo hemos grabado ya, y sale en noviembre o diciembre. Es un disco con el Cuarteto Quiroga, con los quintetos de Turina y Granados, dos compositores cuya música de cámara está muy abandonada y merecería una mayor atención.

–¿Cuál cree que es la razón?

–No tengo una idea exacta del por qué. En los dos quintetos, y especialmente en el de Turina, el elemento folclórico no existe. Y seguramente, al no haberlo, muchos músicos habrán preferido tocar un quinteto de Schumann o de Brahms. Y han ido cayendo en el olvido obras que tienen un interés per se extraordinario... Turina bebe de Brahms, de Fauré, de Cesar Franck.. Está también esa Francia de principios de siglo, con París como capital del mundo. Los dos quintetos son partituras que merecen ser escuchadas.

–¿Que otros músicos y otras partituras lo merecen también?

Blasco de Nebra, por ejemplo, al que grabé hace unos años. Josep Colom, mi maestro, hizo hace tiempo una versión de referencia de sus obras... Sus sonatas me parecen gemas, preciosidades... ¿Por qué no darle más relieve? Tengo en casa partituras que tengo interés en grabar porque no son tan conocidas. Pero esto no es arqueología o paleontología musical, simplemente defiendo obras que me parecen de gran nivel.

–Y eso producirá una gran satisfacción.

–Sin duda. Este disco de Blasco de Nebra es uno de los más vendidos y de los que más éxito ha tenido de mi catálogo. Y claro que produce satisfacción que la música de tu país menos conocida puede tener ese eco por el propio nivel de la música. Recuerdo también que toque una sonata de Blasco de Nebra ante un pianista estadounidense extraordinario, Richard Goode, y le fascinó. También Maria Joao Pires me ha dicho que es un compositor que le ha encantado. A los dos les compré una edición de la partitura.

–En estos momentos de tanta confusión en la industria discográfica, ¿qué papel cumplen las grabaciones para la música clásica?

«Nunca he pensado en vender discos, sino en proyectos que acompañaran mi crecimiento como artista»

–En mi caso particular, los discos son un compañero de viaje. Y Harmonía Mundi lo ha entendido. Nunca hemos pensado en vender discos; hemos pensado en proyectos que podían acompañarme en mi crecimiento como artista, en su originalidad o idoneidad. Nuestro interés es que la música estuviera defendida siempre al máximo nivel, y las apuestas artísticas están por encima de las previsiones de ventas. Harmonia Mundi es un escudero fantástico.

–¿Cree que la música clásica, como está haciendo el pop, debe buscar nuevos caminos de difusión?

–Cualquier camino que se busque o que se explore debe estar presidido por la excelencia. Todas las ideas para atraer nuevo público, me parecen extraordinarios, pero no deben hacerse experimentos con gaseosa, sino con un vino de una buena cosecha. Si uno va a un auditorio y le presentan un producto distinto, debe ser de la máxima calidad. Hay que acercar la música clásica a todos los públicos, pero con el formato y el modo adecuados. Uno no puede acercarse a un chico de dieciséis años y pretender engancharle a la música clásica con la «Cuarta» de Bruckner. Pero no porque no valga la pena, al contrario, sino porque no es para iniciados. Hay que empezar poco a poco, pero siempre con la máxima calidad. Es como si queremos iniciar a un chico en el fútbol, y le lleva a ver a cualquier equipo de Regional. El chico verá un campo seguramente de tierra, con barro, verá jugadores técnicamente no muy refinados. Pero si le lleva al Bernabéu, al Camp Nou o al Calderón, y ve jugadores de primera, el chico va a decir: «Papá, esto es lo que yo quiero ser». Si a un joven estudiante le llevas a un concierto de Zimmerman, de Sokolov o de Zacharias, le estás enseñando la excelencia. Y por ahí, cualquier formato me parece válido. Además, la juventud, divino tesoro... Pero hasta cierto punto. ¿O es que pasados los cuarenta, y yo no los tengo, no tiene derecho a nada ni puede aportar cosas nuevas. Todo lo contrario. Olvidamos que la base de nuestra sociedad está en la sabiduría de los mayores.

–Sin embargo, la juventud hoy en día es un valor intrínseco.

–Yo tengo treinta y seis años, ya he dejado de ser una «joven promesa», y por eso ahora defiendo esa otra parte. Pero creo que merece la pena que reflexionemos en lo que aportan los mayores. Esta especie de «baby boom» de directores de orquesta, de intérpretes, es fantástico, y yo mismo he formado parte de él, pero llega un momento en que uno ha de sentarse, tocar y decir cosas. Y ahí ya no valen ni la imagen ni el márketing. Ahi solo vale que uno toque.

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