Un momento del montaje de «Attila» en Bilbao
Un momento del montaje de «Attila» en Bilbao
crítica de ópera

Attila según Verdi

La temporada de ABAO arranca de forma espléndidacon la recuperación de un título muy infrecuente de Giuseppe Verdi

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Mientras algunos teatros arrastran déficits inmensos fruto de una nefasta gestión de los fondos públicos – y quizá por ello se les premia aún con más dinero de nuestros impuestos- otras temporadas históricas tienen que hacer frente a los tiempos duros que vivimos, ingeniándoselas con subvenciones estatales menguantes y mil y un argucias para seguir ofreciendo un servicio público cultural que las administraciones no son capaces de realizar con solvencia. Es el caso de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera que se ha visto obligada a reducir su temporada en dos títulos para no caer en números rojos que pondrían en cuestión la continuidad de la misma. Es lo que tiene trabajar casi sin red, frente a los que lanzan grandes y vacíos discursos culturales, creando desde altas instancias ministeriales agravios entre comunidades sin justificación alguna.

Mereció la pena esperar estos dos meses porque la temporada de ABAO arrancó de forma espléndida con la recuperación de un título muy infrecuente de Giuseppe Verdi, «Attila». La integral del compositor italiano, un proyecto cultural de calado, permite presenciar obras que, de otra manera, sería muy complicado ver sobre la escena. Tuvo la velada, en Bilbao, elementos muy del gusto de la afición local: magníficas voces y una producción tradicional, un «peplum» tremendo, en el que la acción se desarrolló de manera tradicional, sin sobresaltos.

El perfil de estas obras verdianas de sus «años de galeras» tiene en común la presencia de libretos infumables, mal construidos, y números vocales cerrados y a veces no demasiado bien yuxtapuestos a los que sólo un reparto de buenas voces consigue dar brillo e interés. Aquí, dejando de lado un exceso de celo en lo que al refinamiento expresivo se refiere, puede decirse que, en líneas generales, los cantantes mantuvieron un alto nivel y notable presencia escénica y vocal.

Éxito de la velada

En primer lugar el Attila de Ildebrando D’Arcangelo, bien planteado musicalmente por el intérprete aunque con algún problema en el primer tramo de la obra. Da plenamente el carácter que el personaje requiere y eso en el panorama actual es mucho. Siempre en primer plano, con un canto vibrante –en el que se echó de menos algo de matiz- Roberto Aronica fue adecuado Foresto mientras que Anna Smirnova cuajó una Odabella que tuvo sus puntos fuertes en la rotundidad vocal y en el registro agudo, un poco menos en cuanto a una búsqueda estilística que hubiera requerido mayor atención a ciertas agilidades vocales que no se dejaron ver. Muy bueno el Ezio de Ángel Ódena, pletórico, rocoso e imponente en su decurso dramático.

Todos ellos tuvieron la complicidad desde el foso del joven director Francesco Ivan Ciampa, verdadera sorpresa de la noche, que llevó en volandas a la sinfónica de Euskadi con una versión de la obra tensa y compacta, con brillo verdiano y un servicio a la partitura encomiable. A él, se debe, en buena medida el éxito de la velada.

La producción, proveniente de la Ópera de la Wallonie y Monte Carlo, estaba firmada escénicamente por Ruggero Raimondi que buscó, sobre todo, ordenar la confusa dramaturgia, y un cierto esteticismo pictórico. A su favor jugaron la opulenta escenografía de Daniel Bianco y la impecable iluminación del Albert Faura, no tanto el vestuario de Laura Losurdo que puede venir bárbaro para reciclarlo en una cabalgata de Reyes Magos.

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