Enrique de Hériz, un escritor de verdad

En 2000 abandonó su puesto de director editorial de Ediciones B para dedicarse exclusivamente a su vocación: la escritura

Enrique de Hériz ABC

Sergi Doria

El día de Sant Jordi de 2004 estuve departiendo con Enrique de Hériz a propósito de la maratón de las firmas de escritores. La invasión de autores «mediáticos» había puesto en guardia a muchos autores «literarios». Enrique acababa de publicar en Edhasa la mejor de sus novelas, «Mentira», galardonada aquel mismo año con el premio de los libreros catalanes. Con su ironía elegante y ese tono de voz que obligaba a escuchar atentamente me comentó que le había tocado de compañero de caseta a Nacho Vidal: firmaba sus «confesiones de un actor porno», aderezando la rúbrica con explícitas descripciones del contenido.

Conocía a Enrique de su etapa de director editorial en Ediciones B hasta 2000. Como autor nunca supeditó su escritura al oportunismo del instant book. «Mentira» permaneció semanas entre los títulos más vendidos, una demostración de que la calidad erudita no está reñida con la amenidad que cuenta con el lector. Recuerdo las reflexiones del escritor en la presentación del libro. Lo que admitimos como verdad no es otra cosa que la leyenda que pergeñamos para disfrazar nuestra extinción: «Lo único que no es legendario en la vida es que nos morimos. Por eso nos defendemos con las mentiras». Al modo ilustrado, el autor reflejaba su fábula moral en las peripecias de una arqueóloga, el poeta chino Li Po, una batalla deformada por el relato histórico y los ritos funerarios de la comunidad amazónica de los «wasai».

Era un escritor de verdad. Además de las cinco novelas que publicó «El día menos pensado» (1994), «Historia del desorden» (2000), «Sorda pero ruidosa» (2003), la citada «Mentira» (2004) y «Manual de la oscuridad» (2009)- y sus críticas de libros de «El Periódico»–, le debemos la traducción y edición íntegra en español del «Robinson Crusoe» de Daniel Defoe (2012).

Su trabajo fue destacado en ABC con la apertura a doble página que merecía. No era una traducción más: se trataba de la primera de los dos volúmenes que componen la novela. Al héroe de Defoe no lo conocíamos de verdad: «¿Puede afirmarse que jamás ha habido una traducción al español, íntegra, actualizada? Al parecer sí. Y si alguna vez la hubo, hace tanto tiempo que no queda ni rastro de ella», advertía en el prólogo. Volcarse en Defoe, como todo lo que hacía, no era casual. Era más que una novela. Según sus palabras, «un mundo completo, dotado incluso de una arquitectura moral».

Su editor, Daniel Fernández, evocaba su socarronería tranquila y esa forma de pasar desapercibido con timidez risueña: «Hace poco tiempo llegaba a Edhasa con su bicicleta plegable, con su sonrisa, la misma con la que buscábamos juntos la mejor ensaladilla rusa de Barcelona, de España, la misma sonrisa de cuando fue editor y me ganaba en la disputa por algún libro». Así le recordaremos. A poco más de un mes de Sant Jordi, el día más largo de las rosas y los libros. Claudio López de Lamadrid y ahora Enrique de Hériz. Cruel abril de ausencias.

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