Irlanda del Norte: el pasado sigue siendo peligroso

Patrick Radden Keefe desgrana en «No digas nada» el clima de terror del conflicto norirlandés

Jaime G. Mora

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Cuando en diciembre de 1972 unos encapuchados entraron en la casa de Jean McConville para secuestrarla y hacerla desaparecer, el conflicto de Irlanda del Norte se encontraba en su punto más crítico. Belfast se había convertido en zona de guerra. De las diecinueve víctimas mortales que hubo en 1969, año en que explotaron los «Troubles», se había pasado a las doscientas de 1971 y a las quinientas de 1972. El desafío terrorista del IRA provisional a las autoridades británicas se prolongó durante tres décadas con un saldo de más de 3.500 asesinados. En nombre del derecho a la autodeterminación, el brazo armado del movimiento del republicanismo irlandés sembró de bombas las calles de Irlanda del Norte y Londres, asesinó a objetivos políticos y ejecutó a disidentes. Si por momentos aquello se pareció más a una guerra que a unos disturbios envenenados fue porque hubo grupos paramilitares lealistas, contrarios a la división del Reino Unido, que respondieron con las mismas armas y porque el propio Gobierno británico creó escuadrones de la muerte para acabar con los terroristas.

«Hubo muchas víctimas en los «Troubles» y, de algún modo, podría haber escrito un libro sobre cualquier tipo de violencia y haber contado historias similares sobre su impacto, tanto en las víctimas como en los criminales», explica Patrick Radden Keefe , autor de No digas nada (Reservoir Books, 2020), la magnífica crónica sobre el conflicto norirlandés, ganadora del Premio Orwell, el de la Crítica de Estados Unidos y finalista del National Book Award. «Pero Jean McConville es una figura icónica». Viuda y madre de diez hijos con 38 años, el IRA sospechaba que McConville era una informadora y la ejecutó. Los niños se quedaron desamparados durante semanas, hasta que fueron descubiertos por un equipo de la BBC, porque nadie se atrevía a ayudarlos. Imperaba el código de silencio, ese «no digas nada» que da título al libro. El cadáver fue encontrado treinta años después.

«El de McConville es un caso particularmente vívido del pasado que sigue atormentando el presente. Medio siglo después, su nombre todavía provoca fuertes reacciones emocionales, y su muerte parece implicar a uno de los las figuras políticas más conocidas de Irlanda». Radden Keefe se refiere a Gerry Adams , el hombre que pasó de ordenar asesinatos como cabecilla del IRA a dirigir la acción política del movimiento separatista como líder del Sinn Féin. «Adams afirma que nunca estuvo en el IRA –dice el reportero de The New Yorker –. Es un pacificador venerado que tiene mucha sangre en sus manos». Todos los caminos en esta crónica apuntan a esta «contradicción andante»: nunca dudó cuando tuvo que aprobar acciones terroristas o sacrificar con fines electorales la vida de seis guerrilleros en huelga de hambre, y llegó a ser detenido por el caso McConville, pero también es el político republicano que en 1998 estampó su firma en el histórico acuerdo del Viernes Santo que puso fin a tres décadas de conflicto.

Varios de los protagonistas del libro tuvieron una relación muy estrecha con Adams y luego se separaron de él de manera dramática. Son el mejor amigo del exlíder del Sinn Féin en su juventud, Brendan Hughes : el «provo» más arrojado, capaz de planear cualquier tipo de operación, y Dolours Price , una de las primeras mujeres en entrar a formar parte de la organización como miembro de pleno derecho. «Estaban obsesionados con él y con la sensación de que los había traicionado, y esa era una situación dramática (y política) fascinante que quería explorar», señala Radden Keefe. En los años 80, negociar cualquier concesión con el Gobierno era motivo suficiente para matar a un «provo», aunque se llamara Gerry Adams.

En este extraordinario ejercicio periodístico, sostenido por una investigación de cuatro años y entrevistas a más de cien implicados, el autor se sirve de ese entramado que forman las vidas de McConville, Price, Hughes y Adams para reportar la profesionalización de las milicias republicanas, la guerra sucia del Estado y la radicalización de unos individuos –y toda una sociedad– que después de una vida entera dando sentido a la violencia por fin se paran a reflexionar. No digas nada viaja a un pasado que sigue muy presente. Muchas personas declinaron hablar con el escritor porque aún hay acontecimientos que siguen provocando temor. El clima de sospecha y de silencio permanece . «Si bien la paz ha perdurado durante dos décadas, es una paz fría y quebradiza –asegura–. Recuerde, el asesinato de McConville tuvo lugar en 1972, incluso antes de que yo naciera, pero me sorprendió descubrir que cuando fui a Belfast a preguntar por esta atrocidad ocurrida hace medio siglo, la gente reaccionó con paranoia y alarma. El pasado sigue siendo muy peligroso en Belfast».

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