Bruno Padín Portela: «Un nacionalismo sin enemigo es muy difícil de construir»

El historiador publica su primer libro, un estudio sobre el peso de la traición en la historia de España

Bruno Padín Portela posa con su libro, «La traición en la historia de España» Pablo Vidal
Bruno Pardo Porto

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El mundo cambia, pero no tanto. Hay ciertas cosas que permanecen en los mismos sitios, ya sea por destino o por azar o por desgracia inevitable, y que juntas van conformando una suerte de tradición compartida. En España, por ejemplo, está la de los traidores. Los tenemos diversos y de todos los colores, individuales y colectivos, y con ellos hemos escrito buena parte de nuestro pasado, reivindicando una unión contra sus felonías. Al menos, así lo sostiene el historiador Bruno Padín Portela en su primer libro, « La traición en la historia de España » (Akal), que acaba de publicarse.

Este ambicioso trabajo se abre con la célebre cita de Mark Twain que dice que «la historia no se repite, pero rima», y ahí se lanza él, a buscar la música de la traición a través de los siglos. A escucharla. Desde la antigüedad hasta Fernando VII , por limitar el estudio, porque el material no se termina ahí, ni mucho menos. Para rastrear esta particular melodía se ha basado en los grandes relatos, es decir, en las grandes Historias de España que se estudiaban y se repetían hasta la saciedad, y que alimentaban un imaginario colectivo muy difícil de rebatir. Hablamos de la de Alfonso X «el Sabio», Juan de Mariana, Juan Francisco Masdeu o Modesto Lafuente, por citar algunas. «Lo fundamental son esas síntesis de las historias generales, lo que se escribe ahí: los silencios, lo que se dice, lo que no se dice. Esta es una historia de Historias de España», afirma el autor.

Buceando en esas fuentes se ha encontrado conque «la traición es uno de los elementos fundamentales en la construcción de la identidad nacional». ¿Por qué? «Porque te permite coesionarte como sociedad ante un enemigo que tienes dentro», destaca. Por ejemplo, los judíos, que han sufrido lo indecible en estas tierras. «Son los traidores colectivos por antonomasia. Hay muchísima legislación antijudía en la Edad Media . Quedaron marcados porque se dijo que habían ayudado a la invasión musulmana. Aunque esta fue una mentira difundida por Lucas de Tuy...», apunta Padín Portela.

El odio puede unir, sí, pero también lo contrario: es la traición la que explica en buena medida una de las maldiciones de España. «¿Por qué no se vence a Roma? Por la traición a Viriato , entre otras cosas. Por la división interna española», sostiene.

De hecho, Padín Portela también se ha preocupado por analizar el fenómeno de los nacionalismos a la luz de esta singular herramienta que es la traición. «En contraposición con el nacionalismo español, el vasco, el gallego y el catalán van a necesitar siempre un opresor. Sin él su lucha y sus reivindicaciones perderán en gran medida su fuerza», afirma en las últimas páginas del libro. A ese enemigo se le dio el nombre de Castilla, más tarde el de España y, rizando el rizo, se quedó el de Madrid.

«Es que un nacionalismo sin enemigo es muy difícil de construir», sentencia. «En el nacionalismo español la traición es fundamental. Con respecto a Cataluña, el País Vasco y Galicia, la clave es el enemigo externo: lo eclipsa todo. Lo que se hace es culpar a ese enemigo externo de no tener la independencia deseada, de exprimir sus recursos… Es siempre el mismo esquema. Siempre se repite», zanja.

Al final, esa desunión es uno de los pilares desde los que se entiende el ajetreado pasado español. ¿Pero llevamos en nuestro ADN la traición, la sed de guerrillas internas? «Yo quiero pensar que algún día va a parar, pero parece una tendencia inevitable», lamenta. Y ese lamento se repite, por cierto, en el cierre del ensayo, donde recuerda al historiador Edward Gibbon : «Decía Gibbon que los dioses en la antigua Roma eran verdaderos para la plebe, falsos para el filósofo y útiles para el político. Basta con sustituir la palabra “dioses” por “nacionalismo” para darse cuenta de que, en el fondo, dos mil años no son nada».

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