LIBROS

Yuri Herrera baja a la mina del periodismo

El autor mexicano destapa en «El incendio de la mina El Bordo» las mentiras que hubo en torno al suceso ocurrido en 1920

El escritor mexicano Yuri Herrera ÁNGEL DE ANTONIO
Jaime G. Mora

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Nunca quedó claro si el incendio comenzó a las dos de la mañana o fue más tarde, cuando dio la alarma el minero Delfino Rendón . «Lo primero que hizo fue empezar a mandar los botes para sacar a la gente y luego dar aviso a los departamentos con teléfono para que avisaran a todos que ya, ya mismo, ya tenían que salir. Eso es lo que hizo». O quizá el fuego se desató a las siete, como relató otro de los mineros de El Bordo. O tal vez fue antes, a las cuatro y media. ¿O ese humo que vio Antonio López de Nava era porque el aire estaba suelto? Debió de ser a eso de las seis: varios mineros coincidieron en que a esa hora el aire ya era irrespirable.

Ocurrió el 10 de marzo de 1920, en el estado mexicano de Hidalgo, en el distrito minero Pachuca-Real del Monte. Entre trescientos y cuatrocientos mineros se repartían por las galerías de los diez niveles de la mina El Bordo cuando prendió el fuego, pero no todos pudieron escapar. Enseguida «las autoridades concluyeron que no había auxilio posible, aunque nadie supiera bien cuántos mineros quedaban dentro», y a las siete y veinte, o a las diez, o a las doce, o a las cuatro, cerraron herméticamente los tiros para que se extinguiera el incendio. Solo los volverían a abrir cuando ya no quedara nada de humo, seis días después: había ochenta y siete cadáveres, «no diez ni cuarenta y dos», y siete trabajadores vivos.

En su primera obra en cinco años después de consagrarse como uno de los novelistas más notables de Latinoamérica, Yuri Herrera (Actopan, México, 1970) recupera este episodio en « El incendio de la mina El Bordo » (Periférica). Este es un libro sin ficción, una «historia de asesinatos, despojos y obstinación contra el olvido»; un intento de reconstruir unos sucesos, el incendio y la negligente gestión en los días posteriores, que quedaron sepultados en una investigación plagada de mentiras e irregularidades.

¿Por qué cerraron la mina sin confirmar que se había completado la evacuación? ¿Fue una imprudencia de algún trabajador lo que causó el incendio, como apuntaron aquellos días los periódicos, o fueron las malas condiciones de las instalaciones? ¿Cómo es posible que los peritos lo encontraran todo –las tuberías, los cables…– en perfecto estado después del desastre? Herrera bucea entre informes oficiales, artículos periodísticos y testimonios de los supervivientes para encontrar respuestas. ¿Qué pasó para que el juez archivara el caso en unos pocos meses sin encontrar culpables? Será que el magistrado, escribe, «está ahí para señalar por contraste un bien mayor: la persistencia de las instituciones más allá de su relación con la justicia».

Convencido de que el exceso de palabras es una falta de respeto al lector, el autor mexicano condensa esta investigación en no más de 120 páginas, con su particularísima prosa huesuda y un ritmo vibrante. « El incendio de la mina El Bordo » es un ejercicio periodístico intachable; tal vez demasiado intachable. Lo que gana en corrección lo pierde en sorpresa, y la no ficción es un género que brilla cuando se suelta las amarras que lo constriñen.

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