Walt Whitman, autor de «Vida y aventuras de Jack Engle»
Walt Whitman, autor de «Vida y aventuras de Jack Engle» - Asociated Press
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Whitman, otro testamento traicionado

Uno de los acontecimientos del curso ha sido la aparición de la novela de Whitman, «Jack Engle»

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El descubrimiento de una novela escrita por Cristo o por Aristóteles no sería menos sorprendente. Lo más curioso es que ya se conocía una novela de Whitman, «Franklin Evans», o «El borracho», de 1842, que tuvo bastante éxito en su época y de la que su propio autor quiso más tarde olvidarse. Sabemos que existen además relatos, también voluntariamente olvidados por su autor, así como un tratado llamado «Salud y entrenamiento masculinos», descrito por su moderno descubridor como un «libro de autoayuda». Pero dediquemos unas líneas a su descubridor: se trata de Zachary Turpin, estudiante de doctorado de la Universidad de Houston, que encontró el mencionado tratado el año pasado y que ha sido también el descubridor de «Las vidas y aventuras de Jack Engle», que nos permite tener en nuestras manos eso que nunca podríamos haber imaginado que existiera: una novela escrita por el mismísimo Whitman.

Se trata de un acontecimiento literario y es lógico que haya sido traducida e inevitable que sintamos curiosidad y que deseemos conocerla y comentarla. Pero no es de ningún modo una buena novela.

Whitman es un narrador inexperto y no sabe organizar su narración ni decidirse por un tono

Zachary Turpin, con el entusiasmo del descubridor, afirma que «Jack Engle» es un libro bellísimo, e incluso lo describe, por su loca estructura y su profusión de personajes secundarios, como un antecedente de nada menos que Pynchon. Otros hablan de sus raíces dickensianas y afirman que se adivinan en su prosa destellos de lo que luego sería la poesía de «Hojas de hierba». Pero esto no es buena crítica, ni sensata, ni objetiva. «Jack Engle» es un libro chapucero y «amateur» que en nada ilumina a Whitman el poeta. Su valor es histórico y anecdótico. Confieso que cuando tengo que nombrar a los cinco o diez poetas más grandes de todos los tiempos, Whitman siempre está con ellos y por eso he leído «Jack Engle» con enorme interés e incluso devoción, pero como suele decirse en recio castellano, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. «Jack Engle» tiene evidentes raíces en el folletín y el melodrama, también un ingrediente importante en el arte excelso de Dickens, cuyo arte Whitman pretende imitar.

Obras toscas

Cuenta la vida de un tal Jack Engle, hijo adoptivo de una pareja humilde cuyo sueño es que se convierta en abogado, y que a pesar de su falta de interés por esa profesión entra a trabajar con un tal Covert, abogado corrupto y malvado. Hay un crimen en el pasado que poco a poco se va desvelando y también numerosos personajes secundarios y finalmente una historia de amor, y casualidades patéticas, y confesiones, y cambios de fortuna, como en cualquier folletín. El problema es que Whitman es un narrador inexperto y no sabe organizar su narración ni tampoco decidirse por un tono, por un ritmo ni por una voz. No sabe usar el punto de vista ni acabar de decidir si está escribiendo en primera persona o en tercera. Tampoco sabe crear escenas que hagan avanzar la trama, por lo que se ve obligado una y otra vez a explicar las cosas, a contarlas más que a mostrarlas. La trama, de hecho, brilla por su ausencia porque el autor no sabe qué historia está contando y porque carece de estrategias para contarla, para crear temas o agrupar personajes, para crear expectativas y resolverlas. No sabe relacionar unos episodios con otros ni hacer que surjan unos de otros.

«Mi mayor deseo», escribió Whitman en 1882, «sería que todas esas obras toscas e inmaduras («crude and boyish») cayeran en el olvido». Otro testamento traicionado.

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