LIBROS

«Mi vida sin microondas», suburbios sentimentales

Amelia Pérez de Villar nos sumerge en la peripecia de Clara y su barrio, con perspicaz y sutil costumbrismo

La escritora madrileña Amelia Pérz de Villar
Juan Ángel Juristo

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Traductora prestigiosa del inglés y del italiano, la madrileña Amelia Pérez de Villar obtuvo cierta resonancia con «Dickens enamorado», una biografía del novelista británico escrita desde la fascinación obligada y el rigor no tan común entre nosotros que hizo de este libro una especie de «rara avis» del género. Luego, «El pulso de la desmesura» nos hizo conocer a una narradora que había conseguido en esta primera entrega, muy a lo Diane Arbus, profundizar en el alma de una mujer , Lola B., que se descompone por momentos. Obsesiva, agobiante, dramática, esta primera narración de Pérez de Villar nos dio a conocer a una escritora muy dotada para la observación del detalle hasta extremos curiosos . Ese don, aliado a una perspicacia y un sentido del humor intenso y pertinente -al fin y al cabo se pasa media vida traduciendo literatura anglosajona-, hace de la autora un caso atípico entre nosotros, donde lo cotidiano suele revestir casi siempre obligados tintes melodramáticos. Amelia Pérez de Villar cultiva el gesto distante, lo que otorga cierto aire de lucidez a sus textos, sea buscado o no. Es lo que nos fascina de figuras como Saki. Amelia Pérez de Villar no utiliza el escalpelo implacable del británico, por otro lado un escalpelo que apenas oculta una desesperación ilimitada, pero sí mira a veces el mundo casi con un supuesto desapasionamiento, obligado para mirar mejor . Supuesto, dije.

Sentido de la catarsis

En su última novela, esa distancia se percibe de modo mucho más pertinente porque hay cierta inmersión en el costumbrismo que lo permite. La llegada al barrio del nórdico Klaus, bautizado Carlos, revoluciona al elemento femenino del lugar. Clara, casada, dos hijos, que se apoya en su madre, sufre un colapso emocional cuando se entera de que su marido la engaña. Verifica, entonces, todo eso de que el mundo es una gran mentira, y todo ello se perfila porque los personajes masculinos siempre aparecen difuminados, como sombras. Hasta aquí la trama nos puede parecer dramática hasta extremos donde es difícil que se cuele el humor. Lejos de ello, rebosa de ese singular sentido de la catarsis. «Mi vida sin microondas», pues, posee la gracia que leímos en el «Diario de Bridget Jones», por ejemplo, pero trufado con esa perspicacia sutil que nos recuerda algunos pasajes de Colette y las picarescas actitudes de la adolescente Zazie, de Queneau.

Nadie es inocente porque el miedo nos suele llevar a la impostura, cuando no a la mentira. Clara se cambia de casa, se queda sin microondas, es decir, sin el símbolo de su anterior estatus , y ello le sirve para buscarse a sí misma, lo que es habitual tras las separaciones. El barrio, sus rincones graciosos, felices, desgraciados... esa toponimia de un lugar aliado a un destino individual es clave en esta interesante novela . Y, mientras, por allí anda Klaus, el alemán apolíneo.

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