LIBROS

Última edición de los cuentos de Ignacio Aldecoa

Veinte años de producción y setenta y nueve narraciones reunidos en esta última edición de los cuentos de Ignacio Aldecoa

Ignacio Aldecoa (Vitoria,1925-Madrid,1969)

AGUSTÍN CEREZALES

Esta noche he soñado con Aldecoa (Vitoria, 1925-Madrid, 1969). No tiene nada de extraño, porque me quedé dormido con el volumen de «Cuentos Completos» en el regazo. Esta edición cuenta con un impagable prólogo de Josefina R. Aldecoa firmado en 1995, lo cual hace pensar que todo estaba listo entonces y que hemos tardado más de veinte años en recibirlo. Nunca es tarde si la dicha es buena, y además, los clásicos (Aldecoa, que se adelantó a todos en su cita con la muerte, es el primer clásico de su generación, la llamada del 50 ), los clásicos, decía, se hacen esperar: tienen todo el tiempo del mundo. En mi sueño, estábamos en una taberna. Un gato, en su rincón, se relamía los bigotes manchados de sangre, de la sangre de un difunto. Sería, sin duda, «El figón de la Damiana». Entre las sombras, reconocí a don Eusebio García Luengo, natural de la Puebla de Alcocer. El último bohemio. Y a don Manuel Alcántara, que a sus noventa años sigue escribiendo una columna diaria, y que bien podría contarnos algo de sus andanzas con Ignacio. Una frasca de vino, un mostrador de zinc. Afuera, el cierzo traía, a trozos, fulgores musicales surgidos de la honda noche negra. Silbidos de locomotora, chirridos de trolebús que ponían música a la luz macilenta del carburo... No recuerdo más, sino que me atreví a proponer un brindis: -¡Aldecoa, eres grande!

Lo es, indiscutiblemente, pero, ¿por qué? En los brillos de la contracubierta destaca, por su poder de sugerencia, una cita de Manuel Vicent. Leída dos veces, no me convence del todo. Puede que el secreto del estilo de Aldecoa sea comparable al de un púgil de boxeo , que nos baila hasta que nos asesta el golpe. Lo que no veo por ningún lado es que en sus cuentos se inicie «el primer combate moderno de la literatura española contemporánea». Puestos en esa dudosa tesitura, habría que remontarse a Cela , padre del tremendismo, y a Laforet, madre del existencialismo. Tampoco radica la originalidad de Aldecoa en sus asuntos, que brotan de una realidad, de esa «alquimia española» que de la sangre hace oro. Acaso su originalidad consista precisamente en la forma que hace suya esa larga y rica tradición. A que escribe con la precisión implacable de un poeta y con la severa ternura, la autenticidad de un santo.

Desde el primer cuento, asistimos a una prodigiosa serie de maravillas sin excepción

También disiento cordialmente en algunas de las valoraciones que hace Josefina Aldecoa, y que probablemente coincidirían con las del mismo autor. Es un juego inútil pero insoslayable, el de establecer preferencias. Desde el primer cuento, de hecho, asistimos a una prodigiosa serie de maravillas sin excepción. No hay huella de un tropiezo , de una escritura de circunstancias.

En caricatura

Sólo disuenan, en mi sentir, algunas de las últimas composiciones. Me dan la impresión de tentativas, de crisálidas donde se estaba forjando un nuevo Aldecoa, el novelista de «Parte de una historia», que todavía no acababa de encontrarle el pulso a esa otra realidad que se le imponía, la invasión cultural que vino a anegarnos a partir de los sesenta, de manos de una burguesía cuyas claves internas, acaso por el desprecio que le inspira, no acaba de sintetizar con la precisión y verdad de sus otros retratos. Se quedan un poco en caricatura. Si he de escoger un cuento, dudo hoy entre «La balada del Manzanares» y «Aldecoa se burla» . Por su misma ausencia de argumento, por su engañosa lenidad dramática, me han conmovido especialmente. Presiento en ellos la esencia, lo irreductible e inimitable de un estilo que, esta vez sí, es un hombre.

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