CÓMIC

Simon Hanselmann: «Sé que este cómic le va a partir el corazón a mi madre»

Simon Hanselmann continúa su serie «Megg y Mogg» con los mismos elementos que le han convertido en un autor de culto en medio mundo: humor, sexo, drogas y profundísima depresión

Simon Hanselmann, a sus anchas en una cama de Malasaña Ignacio Gil

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Una bruja de piel verde, larga nariz y sombrero puntiagudo llamada Megg; su novio / gato, Mogg; un búho gigante neurótico y que intenta comportarse de forma responsable, Búho; un hombre lobo depravado, broncas y pasadísimo de rosca, Werewolf Jones. Esos son los principales personajes de « Megg y Mogg », la serie de cómics que ha convertido a Simon Hanselmann (Launceston, Tasmania, Australia, 1982) en un autor de culto en medio mundo. Una especie de «sitcom» extrema llena de sexo (mucho y variado), drogas (todas las que se les ocurran) y episodios de profundísima depresión. La editorial Fulgencio Pimentel acaba de publicar esta misma semana « El mal camino », quinto tomo de la serie –tras «Hechizo total», «Bahía de San Búho», «Hail Satan!» y «Melancolía»– y ha aprovechado para traerle a España a presentarlo, firmar en la Feria del Libro y hasta ser entrevistado en televisión .

Hanselmann nos recibe un viernes por la mañana en el último piso de un edificio de Malasaña. Pese a que todo el mundo sospecha que las historias que cuenta tienen mucho de autobiográfico, no parece estar con resaca, sino muy despierto y centrado. Tampoco se ha travestido, algo muy habitual en sus apariciones públicas (en las que suele aparecer con una larga peluca pelirroja que recuerda mucho a la melena de Megg), pero lleva una camiseta en la que se lee «Sólo pienso en muerte y masturbación». Buen comienzo. Se le ve con ganas de charlar y dar una buena entrevista.

«El mal camino» –como el resto de sus cómics– oscila entre ser tremendamente divertido y muy deprimente. ¿Cómo equilibra ambas cosas?

No sé si lo he conseguido, porque de momento casi nadie ha leído este último cómic, no se publica en Estados Unidos hasta el mes que viene y acaba de publicarse en Europa. Espero que siga siendo divertido.

Lo es, desde luego.

Sigue una estructura similar a los anteriores: empieza con bromas, Werewolf Jones y sus locuras… y se vuelve más chungo a medida que progresa. Pero es definitivamente el cómic más chungo de la serie. Megg y Mogg han estado tomando un montón de drogas y siendo unos capullos y ahora les está empezando a pesar, la realidad está empezando a darles una buena leche y se están dando cuenta de lo que se han estado haciendo a sí mismos. Y con la madre de Megg se están dando cuenta de lo que va a pasar si siguen por ese camino, por ese mal camino.

¿Cómo decidió usar unos personajes así, casi de cuento, para narrar este tipo de historias?

Empecé la serie de «Megg y Mogg» cuando acababa de mudarme a Londres en 2008. Por aquel entonces estaba trabajando en una novela gráfica que tenía los mismos temas que esta serie: cuestiones de género, abuso de drogas… Pero era con personajes humanos y no estaba disfrutando haciéndola; la empecé con 21 años, trabajé en ella durante mucho tiempo y dejó de divertirme. Así que empecé a hacer tonterías con Megg y Mogg, al estilo de una «sitcom» de porreros. Y cuando dejé de trabajar en el otro cómic me di cuenta de que podía usar ese mismo material con Megg y Mogg, con las drogas y con su relación que se prestaba bien a eso. Pero son personajes versátiles, creo que podría hacer una historia de ciencia-ficción con ellos y funcionaría bien. De hecho, me lo he planteado. El caso es que sucedió de una forma natural y orgánica. Cuando empecé «Megg y Mogg» nunca pensé que fuese a estar en la lista de «bestsellers» del «New York Times», ni que fuese a estar en España haciendo una entrevista contigo, ni que las productoras de televisión fuesen a estar todo el día detrás de mí. Simplemente sucedió, fue un accidente. No suelo pensarme mucho lo que hago, sencillamente sucede. Si te piensas las cosas demasiado te las acabas cargando.

Así que el éxito le ha sorprendido.

Sí, me ha pillado por sorpresa. Trabajo muy duro, «El mal camino» me ha llevado 3764 horas –llevo la cuenta de mis horas de trabajo–, a finales del año pasado estaba trabajando 16 horas al día. Trabajo la leche de duro, no hay otro remedio, es la forma de lograr hacer cosas; si te dedicas a hacer el vago no terminas nada, ni si te pasas el día quejándote por cosas. Tienes que ponerte firme y currar.

«Tengo ya planeados los próximos cuatro tomos y va a haber cosas horribles, muy, muy duras»

¿Y qué piensa de la reacción de los «fans» a sus cómics? ¿Le dicen mucho que se identifican con los personajes?

Oh, sí, constantemente. El otro día alguien me dijo que se identificaba con Werewolf Jones y le contesté que lo sentía muchísimo por él. Mucha gente se identifica con Búho; yo también me identifico con él, es un tipo que sólo intenta adaptarse a la sociedad, tener un trabajo y una vida decente, ser una buena persona y que no siempre tiene éxito, pero lo intenta. Y creo que muchas chicas se ven reflejadas en Megg, he intentado escribirla como una mujer realista y en la que se puedan reconocer. Yo me identifico con ellos, así que no me sorprende tanto que otra gente lo haga. Pongo mucho de mí mismo en ellos, son distintas partes de mi personalidad. Mi filosofía es que si eres honesto en lo que escribes y escribes abiertamente la gente se verá reflejada.

Da la sensación de que hay mucho de real en sus cómics.

No soy capaz de inventarme cosas, soy un idiota. No soy como George R. R. Martin, no puedo escribir largas obras de fantasía épica. ¿Cómo se inventa esas mierdas? Seguro que es un viajero del tiempo y vivió en tiempos medievales con dragones. Yo crecí en Tasmania con una madre drogadicta y un montón de yonquis que pasaban por mi casa. Me crie en ese entorno de pobreza, con todos esos desgraciados y tipos raros. Y eso son grandes ideas para historias, es gran material. Cada vez que mi madre la caga y hace alguna locura me afecta, pero también lo anoto. Y todo este proyecto es como una terapia para mí, coger cosas de mi vida y convertirlas en esta comedia. Me distancio de ellas.

¿Le funciona bien esa terapia?

Sí, sí, lo hace. Me permite pagar las facturas. Es como convertir mierda en oro. Puedo cuidar de mi madre y de mi familia, no meterme en líos, trabajar todo el día y no estar en la calle montando follón. Sí, hay mucho de autobiografía en la serie, aunque también me invento cosas a veces. Creo que todos los escritores sacan cosas de sus vidas. Son historias gratis.

Al tomar tanto de su vida, imagino que habrá partes que le resultará difícil plasmar sobre el papel.

Sí, toda la parte de mi madre… Sé que este libro le va a partir el corazón. Al final de «El mal camino» ves a la madre de Megg en un «flashback» y luego en el futuro, lo que le ha pasado. Y eso está basado en una visita a mi madre después de estar muchos años en el extranjero, en ver cómo se había destruido a sí misma con las drogas. Eso es muy personal y sé que le va a molestar mucho. Llevo aplazando este cómic mucho tiempo, porque sé que le va a hacer daño a mi familia. Puede ser duro. Y se va a poner mucho peor, tengo los próximos cuatro tomos ya planeados y va a haber cosas horribles, muy, muy duras. Me he estado guardando todo lo peor. La historia se va a volver mucho más oscura antes de mejorar.

He leído que empezó a hacer fanzines cuando tenía 7 años. ¿Cómo eran?

Eran horribles, creo que simplemente copiaba cosas de la revista «Mad», imitaba historietas como « Spy vs. Spy », «Garfield»… No sé cómo se me ocurrió, pero empecé a fotocopiarlos en una tienda y a venderlos en el patio del colegio. [Con voz de niño] «Compra mi cómic por un dólar». Nunca he dejado de hacer eso, me gustó, disfrutaba de la inmediatez de los fanzines. Es algo que siempre he hecho, hoy en día gano más dinero con las ventas de fanzines directamente a los «fans» que con los derechos de publicación.

Megg y su madre, en una de las páginas que cierran «El mal camino»

Sé que ha hecho uno especialmente para esta gira europea, «Knife Crime».

Casi me derrumbo trabajando en él, fueron nueve días de trabajo intenso. Mi mujer se había ido a una convención, así que trabajé sin parar. Aún me duelen los dedos, a pesar de que han pasado ya dos semanas, me hice polvo de verdad la mano. Fue un poco demasiado. Cuando me vienen estas ideas quiero hacerlas funcionar, así que me llevo al límite para hacerlas realidad. No quería esperar, estaba persiguiendo ese sentimiento de completar algo, ese subidón que me da cuando termino un proyecto.

La historia ha evolucionado bastante a lo largo de «Megg y Mogg». Pero, ¿qué puede contarme de la parte gráfica? ¿Siente que también ha evolucionado?

Creo que le he metido demasiada prisa a este libro, nunca estoy satisfecho con mis dibujos. Pasé mucho tiempo dibujando arbustos, tratando de hacer que las cosas pareciesen blanditas, pero siempre podría haberle dedicado más tiempo. Soy muy crítico con mi trabajo, lo odio. Creo que es muy sano criticarte a ti mismo e intentar hacerlo mejor la próxima vez, aprender de tus errores. Es un estilo sencillo, directo, quiero que la gente pueda leerlo deprisa y seguir adelante, no quiero que pasen mucho tiempo mirando una viñeta, quiero que vayan a buen ritmo. Me gustaría que todo el cómic pudiera ser como las pinturas de las últimas páginas, si tuviese todo el tiempo del mundo lo haría, pero tengo un tiempo limitado en este mundo, no puedo pasarme demasiado pintando arbustos.

También ha empezado a crear instalaciones con muñecos de los personajes. ¿Cómo surgió eso?

El nuevo comisario de un museo local en Bellevue, una ciudad cerca de Seattle, era seguidor de mi obra desde hace años y me había comprado algunos dibujos. Así que cuando le dieron el nuevo cargo se le ocurrió preguntarme qué se me ocurría para hacer una exposición. Me lo pensé y le propuse hacer una versión cutre de Disneyworld al estilo de «Megg y Mogg». Quería que la gente pudiera entrar en espacios tridimensionales, como si estuvieran dentro del cómic. Así que, después de haber trabajado mucho en el cómic, me tomé unos cuatro días libres y luego empecé a hacer estos maniquíes, a recoger basura, comprar sofás… Pero, de alguna manera, era muy parecido a los cómics: en los cómics construyo un espacio de la nada. Así que en esta instalación era la misma idea, construir un espacio, esta vez un poco más físico.

Me lo pasé muy bien, después de trabajar en el libro sin parar, pude salir de mi estudio, estar con más gente en otros espacios, hacer algo que nunca había hecho. También hice pequeñas esculturas de los personajes y colgué de los muros todas las páginas del cómic, así que la gente puede leerlo, me gusta que puedan relacionarse con la obra, pero también que se vea como un gran bloque, como un tapiz. Casi 4000 horas de trabajo, ese gran bloque de garabatos enloquecidos. Y creo que la exposición ha tenido éxito. La clientela del museo está interesada sobre todo en la cerámica, en la arquitectura brutalista, en la escultura industrial…

Así que ha sido interesante ver cómo se relacionaban con mi trabajo. Porque en la superficie es algo que parece muy tonto, con brujas y demás. Pero, en realidad, trata sobre la crisis de los opiáceos en Estados Unidos, sobre la depresión. La mayoría de los patronos del museo eran mujeres de 60 años y creo que a muchas les costó conectar con mi obra, pero después de hablar con ellas unas horas creo que la entendieron y que acabaron disfrutando bastante de la exposición. Mira, un nuevo público para mí: ancianas ricas.

«Me crié en con una madre drogadicta, rodeado de tipos raros. Es un gran material para historias»

Ha mencionado antes que tiene otros cuatro tomos ya planeados.

Oh, sí, pienso seguir con esto para siempre.

¿Va a ser el proyecto de su vida?

Creo que en algún momento puedo parar un poco y hacer algo diferente, hay otras cosas que quiero hacer. Creo que mi punto fuerte como autor de cómic es que tengo estos personajes con quienes puedes identificarte y a quienes puedes seguir. Muchos autores sólo hacen historias cortas inconexas, así que unas son buenas, otras malas, otras del montón, otras geniales, otras una mierda… Y, aunque supongo que mi trabajo tiene altibajos, puedes engancharte a él. Es como «Seinfeld» o «Los Simpson», si te gustan sigues viéndolos. Querría que fuese como « Love and Rockets », de los hermanos Hernandez, o como « Gasoline Alley » o « Doonesbury », cómics en los que los personajes se van haciendo mayores.

Me preocupa que el público de «Megg y Mogg» pueda hacerse mayor, que a los jóvenes no les guste cuando esté escribiendo sobre personajes cuarentones. Pero quería que diese sensación de realidad, los personajes me resultan reales y quiero que maduren. Por ejemplo, sé lo que va a pasar con los hijos de Werewolf Jones cuando tengan 20 o 30 años, he pensado en qué caminos va a tomar cada personaje, tengo planes sobre lo que va a hacer Megg… Habrá nuevos personajes y Werewolf Jones morirá en algún momento –algo a lo que ya he aludido en algún cómic, así que ya sabemos que va a morir joven–. Creo que los lectores esperan que Megg cambie, empatizan con ella, quieren que mejore, pero con Werewolf Jones saben que no. Y es interesante verle ir disparado hacia la tumba, a lo mejor la gente aprende algo de eso y cambia.

¿Qué cómics está leyendo actualmente?

Olivier Schrauwen me parece el mejor autor de cómic de la actualidad, es muy, muy bueno. También está un joven británico, Nathan Cowdry; casi nadie ha oído hablar de él, está empezando, pero creo que va a ser muy importante en el futuro, porque está haciendo una obra muy interesante, agresiva, sexual, extraña, explorando la masculinidad y la sexualidad de una forma muy interesante. Me gusta también Anna Haifisch , una alemana. Están sucediendo muchas cosas, es una Edad de Oro para los cómics. También hay un «boom» de obras para jóvenes adultos, la autora que más vende en el mundo es Raina Telgemeier , y eso es genial, porque va a atraer a los cómics a muchas mujeres jóvenes en el futuro.

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