ARTE

«Retrato a estas mujeres por amor y admiración»

La asturiana Chechu Álava lleva al Museo Thyssen la calidez y la cercanía de sus cuadros dedicados a mujeres que hicieron Historia

Chechu Álava, durante su paso por Madrid José Ramón Ladra

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Eva, Venus, Frida Kahlo o Lee Miller (con dolor de cabeza) son algunas de las mujeres a las que rinde homenaje Chechu Álava (Piedras Blancas, Asturias, 1973) en « Rebeldes », la exposición escogida este año por el Museo Thyssen-Bornemisza para su programa «Kora», que trae obras con perspectiva de género a sus salas para establecer un diálogo con su colección permanente.

No es habitual ver en el Museo Thyssen una exposición de un artista actual. ¿Cómo se siente ante un reto así?

Abrumada. Hoy me decía una amiga «disfruta de Madrid y del Thyssen» y yo pensaba que lo sufro tanto como lo disfruto. Pero estoy muy contenta, aunque para mí es un reto tremendo.

¿El escenario influye a la hora de plantear la exposición?

No exactamente, porque, aunque expongo en el Thyssen, lo hago en una sala pequeña. No es el mismo formato que si fuese una exposición de, por ejemplo, Balthus , sino que es una sala que ya tiene un pequeño recorrido de exposiciones temporales contemporáneas. Así que está dentro de un contexto y eso lo hace más fácil. De todas formas, esto me permite colgar mis cuadros junto a los de la colección permanente, lo cual para mí fue un «shock». Yo soy siempre la jueza más dura para con mis obras, me exijo mucho, y me queda todavía la duda de cómo voy a ver yo mis cuadros allí dentro. En febrero va a inaugurarse una exposición de Rembrandt y yo para nada pretendo estar a la altura de Rembrandt.

Las mujeres sabemos que somos perfectamente imperfectas, así que las pinto desde su vulnerabilidad y su locura

¿Ha elegido usted los cuadros para esos «diálogos» con la colección permanente?

Las elegí yo, pero dentro de las obras disponibles. Sólo he podido escoger, de entre mis cuadros, aquellos que pudieran traerse desde Madrid, París o Asturias, no otros que han sido vendidos a coleccionistas de otros países. Eso ya me limita. Si hubiera tenido tres años por delante para preparar la exposición, hubiera querido hacer obra nueva, porque una siempre piensa que lo va a hacer mejor que hace diez años. Para mí también es un reto ver cómo conviven obras que hice hace diez años con otras de 2019.

¿Cómo ve este tipo de exposiciones con perspectiva de género? ¿Le parecen necesarias, o reduccionistas?

Las veo necesarias, aunque cada caso es particular. En el caso de este programa, que es una vez al año, no hace daño. ¿Por qué no? Ahora toca conocernos a nosotras también.

En esta exposición hay una serie de retratos de mujeres y uno de Sigmund Freud. ¿Por qué es el único hombre representado?

No sé si llamarlo ironía. Incluyo a Freud porque todas nos buscamos. Para mí refleja sobre todo la búsqueda de una misma, esa búsqueda interior tan potente que tenemos que hacer para salir adelante. Creo que nosotras nos conocemos de otra manera, pero es en parte una forma de reírnos de nosotras mismas. Es una escena de diván que puede ser un autorretrato, o puede ser cualquiera de nosotras contándole nuestras movidas a ese viejecito.

«Lee Miller con dolor de cabeza» (2013)

¿Cómo se planteó lo de partir en la exposición de los cuadros sobre Eva y Venus?

En realidad, ambos son cuadros que están cronológicamente en el medio de los de esta exposición, que reúne obra hecha desde hace diez años hasta el presente. Con el de Eva tuve muchas ganas de homenajear a esta figura tan maltratada, considerada el origen del mal y del pecado cuando en realidad es la mujer que da vida y muchas otras cosas. De hecho, a una de mis hijas la he llamado Eva. Quiero darle la vuelta a la historia de Eva y pintarla con muchísimo amor.

La exposición lleva por título «Rebeldes». ¿Se considera una rebelde?

El título no va tanto por mí –aunque quizá también pueda considerarme rebelde– como por las homenajeadas, que son mujeres que, en diferentes momentos de la Historia (y, sobre todo, del siglo XX) estaban fuera de la norma. Los pasos que ellas dieron abrieron puertas para que yo pudiera vivir mi vida. Sin esos pasos precedentes yo seguramente no me hubiera podido ir sola a París a la aventura, como me fui. Muchas veces pienso en la vida de mi abuela en Asturias y en la mía y hay un abismo entre ellas en cuanto a libertad de poder estudiar, de viajar sola. Para mí, las mujeres que retrato son muy importantes en ese sentido, las admiro muchísimo. Las he ido retratando por puro amor y por admiración.

No me considero una gran retratista, me cuesta mucho lograr el parecido. Me importa más la esencia que la apariencia

¿Cómo elige a las mujeres que retrata?

No es nada premeditado. A lo mejor encuentro en internet una foto que me cautiva y me pide ser pintada. A veces ni siquiera sé nada de ellas y es a posteriori que conozco sobre ellas, pero una mirada en una foto, o algo que he leído sobre alguna hace que la descubra. Son chispas que aparecen. Me relaciono con ellas de forma muy atemporal: para mí el pasado y el presente, los vivos y los muertos, se mezclan. Convivo con ellas, cuando entro en el taller me las encuentro y forman parte de mi vida en ese momento e incluso en otros. Es como una relación cercana, no diferencio mucho a una amiga de lo que puedo sentir por Frida Kahlo, o por Camille Claudel.

¿La llena más retratar a mujeres famosas, o anónimas?

Todo por igual. Aquí se ha hecho una selección de mujeres célebres, pero no las quiero situar en un pedestal. Al contrario, procuro pintarlas con mucha cercanía, desde su vulnerabilidad, desde su locura. No son mujeres perfectas.

Justamente tenía pensado preguntarle por su forma de huir del retrato glorificador.

Es porque somos así. Tal vez no tenemos tanto ego, sabemos que no somos perfectas, que somos perfectamente imperfectas. Yo las admiro y las quiero aunque estén locas, aunque tengan sus fallos, incluso aunque sean un desastre. Lo difícil es ser valiente, mostrar profundamente tu vulnerabilidad. Es muy fácil mostrarte cuando parece que todo está bien.

Ha dicho que no considera que sus cuadros sean estrictamente retratos.

Yo no me considero una gran retratista, me cuesta mucho lograr el parecido. Mi hermano Juan Fernández Álava , que es también pintor, tiene un talento y un don para el retrato que yo no tengo. Cuando empiezo el cuadro, se parece, pero luego se va desvaneciendo, pierdo el parecido. Y, sin embargo, el cuadro tiene más fuerza, cobra vida. Y me digo que qué más da, no pasa nada si se parece o no se parece tanto. Me importa más la esencia que la apariencia. Dentro de la pintura la magia está precisamente en transmitir una emoción, una sensación que a veces no sabes ni de dónde viene. Que se parezca o no no es lo que más cuenta.

Supongo que en eso también influye el aspecto tan característicamente difuminado que tienen sus cuadros.

Es que yo veo así la realidad. Yo no veo la realidad recortada, la veo como una sopa cuántica donde estamos metidos. Igual es que soy un poco miope, no sé. Pero lo de que esté difuminado también es porque intento trabajar por capas y se va creando una atmósfera. Intento pintar el aire, la atmósfera de una habitación. Mi hermano Juan dice que pintar es como la tortilla de patata: es la misma receta, pero a cada uno le sale diferente. Y a mí me salen así. Quizá querría pintar más nítido, pero no me sale.

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