La compositora Esme Patterson
La compositora Esme Patterson
MÚSICA

Esme Patterson: Mujeres tenían que ser

Esme Patterson invierte el punto de vista masculino de algunas de las más célebres canciones con nombre de mujer en «Woman To Woman», colección de reproches contra el machismo

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Para un macho probado como Michael Jackson, Billie Jean ni siquiera era su amante, sino una pobre chica que había confundido el sexo con las ganas de comer e iba contando por ahí que lo era. Jackson se hartó de repetirlo en la que quizá sea la canción más popular de su repertorio. Años antes, Brian Wilson se deprimió al ver cómo el paso del tiempo había cambiado a la Caroline de sus tiempos de instituto, cuya madurez no pudo asimilar -ese corte de pelo- y a la que rechazó una y otra vez en una pieza, «Caroline No», con la que el cabecilla de los Beach Boys se estrellaba contra una mayoría de edad que no quería ni sabía aceptar.

A la altura de Londres, Elvis Costello le decía a Alison qué ropa tenía que ponerse, e incluso con quién podía acostarse. Billie Jean, Caroline y Alison son tres de las antiheroínas cuyas historias recrea Esme Patterson en «Woman To Woman», ajuste de cuentas musical con el que la compositora de Colorado trata de devolver la dignidad a algunas de las mujeres que peor tratadas fueron por la aristocracia del pop.

Machismo sin fronteras

También deambulan por ahí, rehabilitadas, la Loretta de Townes Van Zandt, la Eleanor Rigby de Paul McCartney, la Lola de los Kinks e incluso la Jolene de Dolly Parton, quizá para demostrar que el machismo no tiene fronteras de sexo y que incluso una mujer con las tetas tan bien puestas como Dolly Parton es capaz de arrastrarse para suplicarle a una lagarta que deje en paz a su marido, cuya actividad adúltera pasa oportunamente por alto. A la manera tradicional, receta de Tennessee.

La reciente película promocional de Elsa Pataki para Women’Secret, inspirada en las coreografías mamarias de Sabrina Salerno, la de «Boys, Boys, Boys», es la penúltima expresión de la contribución que un determinado sector del pop femenino -precisamente el de más éxito comercial y notoriedad pública, de ahí su capacidad destructiva- ha hecho a la superación de unos patrones sexuales basados en la explotación física, la dominación y la entrega. Sarna con gusto parece no picar a determinadas alturas del cuerpo y del negocio del disco.

Como a los soldados el valor, a los buenos rockeros se les supone la testosterona

Los ademanes prostibularios adoptados por este gremio de animadoras de tarima y videoclip, cuyo desempeño corporal suele ser inversamente proporcional a su trabajo de estudio, proyectan al consumidor, sin necesidad de mediar palabra, una imagen cuya traducción moral ni siquiera se hubieran atrevido a esbozar los compositores a los que ahora Esme Patterson somete a examen y penitencia.

No es necesario llegar tan lejos o tan bajo como las actuales divas del pop de consumo para limitar el campo de acción de la mujer en el mundo del rock, históricamente basado en unos valores más físicos que intelectuales. Antes que el cuerpo, ahora recalentado por las circunstancias comerciales, estuvo la voz, e incluso hoy se puede encontrar sin dificultad la etiqueta «female vocals» para catalogar -discriminación poco positiva- un género musical que no es sino sexual, ajeno a cualquier consideración formal, y cuya permanencia en el mercado desafía el civismo de una industria y una afición a las que nunca se les ha ocurrido empaquetar el pop masculino, acabáramos, en envases de «male vocals». Como a los soldados el valor, a los buenos rockeros se les supone la testosterona.

Identidad

Pese al ruido que hacen y el aire que levantan las superestrellas del pop de barra americana y lencería, mujerzuelas que no han pasado de travestir la naturaleza deprededora y castigadora del macho alfa, una actitud también habitual en los burdeles, no son pocas las compositoras que se hacen respetar a través de obras que, más allá de la reivindicación de su identidad sexual, ejercicio en el que ya sacaron notable alto las Riot Grrrl en los noventa, las presentan como autoras y no como meras intérpretes de un papel que las perpetúa como señoritas de compañía audiovisual.

No son pocas las compositoras que se hacen respetar a través de obras que las presentan como autoras

Trabajos tan recientes como los de Ange Hardy, sobre textos de Coleridge; Laurie Anderson, que traza una elipsis sobre la muerte de Lou Reed y se pone a llorarle a su perra Lolabelle, o A nna Maria Friman, que en «Amores pasados» yuxtapone canciones del Renacimiento español e inglés y piezas elaboradas por John Paul Jones o Tony Banks, son solo algunas muestras de una inquietud artística que no solo dignifica a las mujeres, sino a la especie.

Esme Patterson se rebela en «Woman To Woman» contra la estampa de la mujer abnegada y silenciosa, víctima de un destino en el que acostumbra a intervenir el hombre. «¿Qué convierte en amante a la mujer que has poseído?, ¿cómo llamas a una mujer que está tumbada en tu cama? Si te acuestas con ella, ¿no es tu amante?», le pregunta y canta de forma machacona Patterson a Michael Jackson, por lo de «Billie Jean». Su disco, de confección y corte clásicos, es una hermosa y ahogadiza colección de reproches al género masculino. Le queda pendiente, sin embargo, un álbum en el que responda a las mujeres que han bailado sus canciones y hecho propio el guión de sus estribillos.

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