Fiesta en Bamako fotografiada por Malick Sidibé en 1965
Fiesta en Bamako fotografiada por Malick Sidibé en 1965
ARTE

Malick Sidibé, el ojo de Bamako

Con el reciente fallecimiento del fotógrafo maliense se apaga una de las primeras miradas africanas que presentó a ese continente como un lugar moderno, alejado de los trasnochados relatos coloniales

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El pasado 14 de abril desaparecía en Bamako a los ochenta años Malick Sidibé (Malí, 1936), y con él lo hacía una de las miradas más personales y referenciales de la fotografía africana del siglo XX. No hay duda de que si tuviéramos que establecer su genealogía, fundamentalmente en relación al retrato en estudio, su nombre debería aparecer en letras de oro –y de sales de plata–, como una figura clave dentro del importante papel desempeñado por la técnica a la hora de levantar acta notarial y visual de la sociedad africana contemporánea.

Nacido en Soloba, en lo que había sido el antiguo Sudán francés, dentro de una modesta familia campesina y ganadera, su habilidad para el dibujo le posibilitó estudiar en la Escuela de Artesanos Sudaneses (más tarde, Instituto Nacional de las Artes), en Bamako.

Pero pronto cambiaría los lápices y los pinceles por la cámara al entrar a trabajar en 1955 en el estudio del fotógrafo francés Gérard Guillat-Guignard, más conocido en los ambientes fotográficos de la capital como «Gégé la pellicule» (Gégé carrete). En 1962 abría su propio estudio, el Studio Malick, en Bamako, especializándose al principio en foto documental y enfocándose en la juventud de la capital de Malí.

A la moda

Armado con su cámara Brownie, Sidibé iba a retratar (literalmente) un enorme y diverso fresco de la vida y de los personajes que conformaban el corpus social de su país inmediatamente después de obtener la independencia de Francia. Mirada que en absoluto cae en las típicas imágenes coloniales, ni en las tópicas visiones de un continente aún desconocido pero ya gravemente esquilmado. Así, como el propio Sidibé señaló: «En los setenta, los europeos creían que vivíamos desnudos en los árboles. Pero, al contrario, estábamos a la moda, como los occidentales».

De esta forma, sustituirá los cuerpos desnudos de las coloniales y paternalistas «vedutti» africanas por los cuerpos vestidos de jóvenes de ambos sexos; y los árboles, por las salas de fiesta, discotecas, «parties» y otros lugares de esparcimiento, en los que la música de los sesenta y setenta, a través de los nostálgicos vinilos, parecen seguir resonando en sus fotos. Convirtió, pues, en personal patente de corso el bullicio, la alegría y las risas de esos jóvenes «a la europea», inmortalizándolos con su ojo y con el de su cámara, como si fuera un auténtico y feliz notario visual de las noches de la capital de Malí. Su figura, montada en bicicleta y cámara en ristre, se hizo tan popular que le llevaría a ser conocido como «el ojo de Bamako».

Guiño cómplice

Esta voluntad de reporterismo gráfico, con nocturnidad pero sin alevosía, le permite aprender a representar el espíritu juvenil de un país joven, y a la vez, aprehender los gestos, los vestidos, los cuerpos, la alegría del ocio, las risas, el brillo de los ojos, las músicas de lo cotidiano, y las músicas de la música; todo desde parámetros de sencillez, espontaneidad y sinceridad, ejecutando un continuo y cómplice guiño entre observador y observado. A mediados de los setenta decide abandonar esta práctica documental «a plein air», iniciando en su estudio el registro de un ingente archivo iconográfico de retratos –privilegiando en ellos el rostro, para él un elemento definitorio y definitivo–, tarea que le permitió crear un completo corpus visual de la sociedad de Malí. Para él: «El rostro de una persona es todo un mundo. Cuando consigo capturarlo, veo en él el futuro del mundo».

Convirtió en personal patente de corso el bullicio, la alegría y las risas de esos jóvenes «a la europea»

Son retratos de estudio que se ajustan a unas pautas generales en las que el fondo (decorados y escenografía) dialoga con la forma (personajes). Así, figuras individuales, parejas, grupos o familias se despliegan con todo el colorido –paradójicamente– sobre unas imágenes en blanco y negro, acompañadas por una parafernalia de objetos, telones pintados, vestidos, ropajes y accesorios, llenos de franjas, bandas, líneas, círculos, patrones y diseños que acabaron convirtiendo sus fotos en una especie de curiosa galería Op-Art.

Su ingente e intensa trayectoria se vio recompensada por numerosos premios, entre ellos el de la Fundación Hasselblad (2003), el premio PHotoEspaña (2009), o también el World Press Photo en 2010. Del mismo modo, tuvimos la oportunidad de contemplar sus obras en exposiciones en nuestro país, como su primera presencia en Madrid dentro del Festival PHotoEspaña 99; «Bamako 03», en el CCCB de Barcelona; «100% África», en el Guggenheim (2006); su individual de 2008 en el CAAC de Sevilla, o, de nuevo, el Off de PHotoEspaña 2009. Tras innumerables miradas fotográficas, el ojo de Bamako ha cerrado definitivamente su(s) párpado(s), pero pervive toda su memoria visual.

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