Portada del libro de Luis Costa: «¡Bacalao! Historia de baile en Valencia, 1980-1995»
Portada del libro de Luis Costa: «¡Bacalao! Historia de baile en Valencia, 1980-1995» - ABC

Luis Costa: «Lo de la Ruta del Bakalao es una fórmula inventada por la prensa, que no entendió nada»

El periodista y DJ profesional publica una crónica oral sobre la musica de baile en Valencia entre el año 80 y el 95

Madrid Actualizado: Guardar
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«Es imposible, no puede ser», cantaban Megabeat en esa época. Pero así es, por muy temazo que sea. La Ruta del Bakalao está de «revival»... en las librerías, «¡hu ha!». A «No iba a salir y me lie», la novela de Emma Zafón y el icónico Chimo Bayo, se une el más reciente «¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia», de Luis Costa. En este último libro, del género crónica, el periodista entreteje un relato testimonial, que va del año 80 al 95, nutrido únicamente con las voces de los involucrados en aquel periodo (incluido un necesario epílogo con fiesteros y sus cosas). Algunas de las discotecas que aparecen, como Barraca, Puzzle o Chocolate, consiguieron fama a nivel nacional de un fenomeno masivo que, en sus inicios ochenteros, descollaba incluso como avanzadilla musical patria (de querencia siniestrilla).

El desfase juerguista, el PP, The Smiths, la legislación del ocio nocturno o el sensacionalismo de los medios de comunicación son algunos de los elementos que se ponen sobre la mesa en esta entrevista para que su autor desmonte mitos acerca de la mal llamada Ruta del Bakalao.

- ¿Por qué no gusta el nombre de la Ruta del Bakalao entre los que la vivieron?

Disgusta a los gestores, DJs, productores, disqueros, etc. de los 80. Ellos dieron forma a algo muy especial y único, donde volcaron toda su pasión. Y consideran a la prensa como a su bestia negra. Lo de «Ruta del Bakalao» es una fórmula nominal inventada por la prensa, que no entendieron nada de ese fenómeno. Bacalao (con ce) es una palabra común que surge de un modo espontáneo entre el entorno de los DJs, por el 83, para referirse a la música de importación de calidad que manejaban. Que una década más tarde se hable de bakalao (con ka) para ilustrar una suerte de Sodoma y Gomorra donde sólo existen las drogas y el desfase, supone no haber comprendido nada. Allí nunca se habló de ruta, ni de Ruta del Bakalao ni de Ruta Destroy, se hablaba de salir a pasarlo bien, y punto.

- La portada de su libro es un bacalao zampándose una pastilla... ¿La Ruta murió por desfase, por éxito, por ambas o por qué?

Se dio una coyuntura fatal de acontecimientos. Antes de que colapsara y de que los medios de comunicación y el Ministerio del Interior pusieran cerco al entramado de discotecas, sus gestores habían olvidado las buenas costumbres que habían situado a aquella escena en la vanguardia europea. Se descuidó la música, que partir del 92 cayó en picado a manos de una industria dance local con pocos escrúpulos y calidad musical. Prepararon el terreno ellos mismos. Tras la masificación por esa propuesta ramplona y mainstream, todo aquello se vino abajo.

- ¿Tuvo algo que ver el PP valenciano en el final del asunto? Por la mala imagen que daba a la ciudad, vaya.

Puede ser. Algunos testimonios del libro apuntan razones ocultas para sacarse a la Ruta del medio. No hay que olvidar que la Ley Corcuera (o ley «de la patada en la puerta») fue impulsada en el 92 por este ministro del PSOE en ese momento. Esta ley permitía los registros exprés en las cercanías de las discotecas, atentando en ocasiones contra algunos derechos humanos básicos. En todo caso, el PP se sacó el «problema» de encima en lugar de solucionarlo conjuntamente con el sector y proteger su valor cultural. Algo muy habitual por estos lares, y así nos va.

- El libro cuenta además la historia de España a través de la normativa horaria de sus discotecas, ¿no le parece? Una legislación que estaba muy verde también en lo relativo a drogas sintéticas.

Exacto. Es lo que Vicente Pizcueta define como un momento de anomia, de ausencia de leyes. En el 82 el PSOE se convierte en el primer partido en el Gobierno de la democracia, tras el gobierno de transición de Adolfo Suárez. Todavía no se han creado las comunidades autónomas y no se han transferido competencias. Y, en efecto, no existe legislación al respecto de los horarios de las discotecas ni sobre drogas sintéticas. En Madrid, el alcalde Tierno Galván da su bendición a la Movida madrileña con su célebre: «¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque... y al loro!». Y en Valencia cada pueblo y cada pedanía tiene su propia normativa al respecto, y cada discoteca hace el horario que más le conviene, respetando dos horas de cierre para limpiar y acondicionar las salas. Así se dará lugar a nuevos horarios de after-hours, si bien ya desde 1981 existían locales con este tipo de horarios.

- Y se inicia una tradición que luego aprovecharía el programa «Callejeros», con la gente haciendo el tarado en los párkings, bebiendo y drogándose, una evasión acultural y hasta violenta... El fiestero «Sito» comenta en el libro que el buen rollo acabó al aparecer gente con barras de hierro y con su modelito Lonsdale.

La Ruta del Bakalao en los 90 sin duda tuvo mucho de desfase. La música pasó a un segundo plano y el abuso de drogas de mala calidad estaba muy extendido y normalizado. Y todo componente cultural y vanguardista que algún día se pudo dar cita en ese bucólico entorno de la albufera, brillaba ya por su ausencia. Si los ochenta fueron años de bonanza económica, libertades y apertura socio-cultural, los noventa fueron todo lo contrario. Es una época de tonos grises, de crisis y de control social, y que luego ha ido a más. Los jóvenes acuden a esos templos discotequeros más con un ánimo de evasión que con un ánimo de diversión. Y ese ambiente tenso y violento se va adueñando de la situación.

- ¿Se intentó demonizar el fenómeno con una cobertura informativa sensacionalista?

Sí, los medios de comunicación buscaban ese tipo de chicha, porque es el momento de la «telebasura» de los noventa. Un buen ejemplo es el de la obscena cobertura que se dio al caso de las niñas de Alcàser, que se quiso vincular a la ignominiosa ruta porque, por lo visto, las chicas volvían a casa después de haber ido a una discoteca.

- ¿Quién se forro allí y quién no?

Ni idea. Pero los ochenta, como he dicho, fueron años de prosperidad económica. La gente iba a conciertos, compraba discos y acudía a las discotecas con soltura, sin agobios. Las discotecas presentaban unos números increíbles de asistencia y es fácil imaginar que sus propietarios debieron hacer pasta gansa.

- Alguien en su libro dice que el invento se acabó cuando se dejaron de escuchar The Smiths, The Cure, Soft Cell y cosas así con guitarras, y se pasa a «escuchar maquinitas aceleradas y estimulantes para las pastillas que te has comido. Cuando pasas de sentir la música a estar la mayor parte del tiempo metiéndote rayas». ¿Lo comparte o hay algo de prejuicio rockero?

El que lo dice es Eduardo Guillot, que es uno de los mejores periodistas culturales del país. Y, ciertamente, él viene del rock y le va más el rock. Pero no veo su declaración como un prejuicio. Simplemente, constata el hecho del cambio musical radical que se dio en la escena a partir de los 90. Mientras en los 80 lo que sonaron fueron básicamente guitarras, en los 90 lo que suena es música electrónica, pero la peor de las posibles. Habiendo techno de primera calidad en Detroit o en Alemania y trance, a su alcance, los DJs se vieron, de algún modo, arrojados a pinchar esa suerte de hardcore ramplón autóctono que demandaban los fiesteros «mascachapas» del momento.

- En sus inicios este movimiento era una especie de post-movida oscura, ¿no? De hecho, Ana Curra, de Parálisis permanente, lo dice: «Valencia era un lugar seguro para la música que yo hacía». La artista también afirma que los valencianos tienen una buena pedrada, un alto nivel destroyer y que son grandes amantes de la música.

Era más oscura. En Madrid, la Movida es muy colorista, petarda y punk, donde Almodóvar, Alaska, Carlos Berlanga o Santiago Auserón se teñían el pelo y se vestían como «mamarrachas», tal como reconoce el propio Almodóvar en una entrevista para Ordovás. Por eso Ana Curra, que también tocó en Alaska y Los Pegamoides, prefería el público de Valencia, porque allí eran amantes de la oscuridad y de la música siniestra, como ella. Y sí, ambas cosas son ciertas, los valencianos tienen una gran sensibilidad musical y un enorme apego a la fiesta. Las fallas son la manifestación más evidente de ello. Bien pensado, si tenía que haber algún lugar en el país donde pudiera florecer una escena así, sin duda es Valencia. Y, de hecho, Valencia llegó a ser la primera ciudad española en cuanto a música en directo se refiere, según me contaba el propio Toni «el Gitano», programador de conciertos y DJ residente de Chocolate.

- La Ruta equivale a hombres. ¿Por qué hay cero mujeres?

Sí, cierto, así fue. Me hubiera gustado dar con más mujeres involucradas en esta historia, pero no ha sido posible. Afortunadamente, esta situación se ha revertido y hoy en día las mujeres están al frente de muchas historias, y producen y pinchan maravillosamente. Contar con Ana Curra para el libro ha sido uno de los momentos de los que me siento más feliz.

- ¿La vanguardia musical que representó la Ruta era tal? ¿También en Europa?

En el momento en el que se concentraron esas cantidades ingentes de personas, ya no hay vanguardia ni underground. Pero seguía siendo muchísima gente la que acudía en su mejor momento, siendo una situación atípica y única. Cuando se dio, se limitó a esta zona y a ninguna otra del país. Y en Europa, no había nada similar hasta finales de los ochenta, con el movimiento rave inglés y la escena New Beat belga.

- En el libro, hay testimonios que dicen que Chimo Bayo hizo mucho daño a la Ruta: ¿concuerda? Por el tema de vincular el tema a las drogas y el «Exta sí, exta no» ¿Cree que había envidia por su éxito?

No me dio la impresión de que haya envidia de por medio, más bien, la historia de Bayo no iba con ellos. Muchos coinciden en que el «Exta sí, Exta no», no se pinchaba en las discotecas valencianas, porque su explícito contenido no se identificaba con la escena, tal y como relatan varios testimonios en el libro.

- El periodista Diego Alfredo Manrique en «El País» ha reseñado el libro y dice alguna cosa por la que le quiero preguntar: habla de esnobismo de la gente participante y luego comenta, a su vez, que la producción local tenía un sonido chocarrero y que había pobreza estética. ¿Qué opina?

Leí ese texto de Manrique y me pregunto si llegó a leerse el libro entero, porque me da la impresión de que, si pudo completarlo, no llegó a conocer bien la historia. O puede que hable de los propios recuerdos que pueda tener de sus días de mambo discotequero en Valencia. No lo sé, es su opinión y la respeto. Pero a mí me parece que la riqueza estética y cultural de la escena de baile valenciana es enorme, tanto como su componente lúdico y festivo. Y lo es tanto respecto a la gente que estuvo involucrada como a los propios lugares donde se desarrolló. Pero en ningún caso pobre.

- También dice que se menciona poco que una parte del atractivo de la ruta era el tema sexual, «que podía concretarse en una playa cercana».

Esto, sinceramente, no creo que merezca un análisis demasiado profundo. Pero, ya puestos, baste con decir que no menos que en el Rock-Ola de Madrid o el Zeleste de Barcelona en la misma época. O en el Lux de Lisboa, el Berghain de Berlín, el Fabric de Londres, el Mondo de Madrid o el Razzmatazz de Barcelona en la actualidad. La gente sale para divertirse, sí.

- ¿Por qué quiso reivindicar esta época?

No pretendía reivindicarla, sino más bien, rescatar del olvido este momento único de nuestra cultura contemporánea. Investigar. Conocer. No deja de ser más que un libro de música, una historia oral de un momento concreto de su historia, centrado en los avatares de un grupo de personas que dedicaron una parte importante de su vida a crear el moderno clubbing. Yo constaté que apenas existía bibliografía sobre este asunto, y al no tener fuentes directas sobre el mismo, tenía que entrevistar en profundidad a sus protagonistas. Y de ahí, la historia oral surgió de un modo natural, y creo que ha sido un gran acierto.

- ¿En qué discoteca y periodo concreto le hubiera gustado perderse y por qué?

En el 85 o el 86, con Barraca, Chocolate, Espiral y Spook ya a pleno rendimiento. Me perdería en cada una de ellas en diferentes momentos, pudiendo disfrutar del pop de Barraca, la oscuridad de Chocolate, el eclecticismo y experimentación de Espiral y el espectáculo técnico de Fran Lenaers en Spook. Creo que esos debieron de ser los mejores años, sin duda.

- Chimo Bayo dijo a ABC que la Ruta es irrepetible. Y añadía: «Fue el resultado de muchos factores: la época, las discotecas, la ciudad, la música… Ahora no existe el mismo interés de la gente por aprender y escuchar música desconocida. El público de las discotecas no tiene el interés cultural que había en el ambiente a finales de los ochenta».

Estoy de acuerdo. Como bien dice, será difícil que se vuelvan a dar a la vez los factores que coincidieron entonces, la coyuntura social, política y económica del momento fue muy concreta. Y será difícil que asistamos a una década tan rica musicalmente como la de los ochenta, con tal variedad de estilos y de calidad y cantidad de artistas. Han pasado ya tres décadas desde entonces y no ha habido forma de dar con algo tan excitante. Los noventa tuvieron su rollo, con el grunge y la explosión de la electrónica, pero poco más. El gran cambio, además, es que en los ochenta el mainstream que había era maravilloso, mientras que el actual es lamentable, y todo suena igual, con una falta de creatividad y un mimetismo brutales. Mucho tendría que cambiar la cosa, y no tiene pinta.

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